El derrocado presidente Zelaya volvió a tierra hondureña el 21 de setiembre, casi 3 meses después del golpe fascista, refugiándose en la embajada de Brasil. Su retorno arruinó los planes iniciales de los golpistas y alentó la resistencia popular contra la dictadura del gorila Micheletti (popularmente “Pinocheletti”).
¿”Espíritu” Arias o derrocar la dictadura?
Cada día la dictadura oligárquico-fascista hondureña se parece más a sus siniestras antecesoras, las de Pinochet y Videla. En estos 15 días al menos doce personas fueron asesinadas por las fuerzas represivas, centenares heridas y alrededor de 400 encarceladas en un estadio. La embajada brasileña fue atacada con gases venenosos. La dictadura decretó el estado de sitio por 45 días, allanó y destrozó a los dos únicos medios antigolpistas, Radio Globo y Canal 36, y desalojó a palos y saqueó la documentación del Instituto Nacional Agrario.
La resistencia nucleada en el Frente Nacional contra el golpe de Estado se “atrinchera” en los barrios, desde donde se organizan manifestaciones enfrentando a la policía y al ejército. La dictadura redobla sus medidas represivas tratando de crear un mínimo de condiciones para legitimar las fraudulentas elecciones previstas para el 29 de noviembre. Sin embargo no pudo acabar con la resistencia.
“Continuaremos con nuestra lucha hasta lograr que el presidente Zelaya sea restituido en su cargo y por el establecimiento de una Asamblea Nacional Constituyente para reformar la Constitución, [para salir…] de esta violenta dictadura que oprime al pueblo hondureño”, dijo Rafael Alegría, vocero del Frente.
El gobierno yanqui a través de la secretaria de Estado Hillary Clinton, y la OEA mediante la comisión que arriba a Honduras el mismo miércoles 7 en que esta edición de hoy sale a la calle, presionan para que el proceso se encarrile no por la vía de un levantamiento popular que derroque a la dictadura fascista y abra cauce a una verdadera democratización en Honduras, sino por la de un acuerdo entre Micheletti y Zelaya, a espaldas de la resistencia popular y en el “espíritu” de los llamados “acuerdos de San José” y la “mediación” del presidente de Costa Rica Óscar Arias.
Y no castigando a los golpistas y a los torturadores y asesinos de la dictadura para que no vuelvan a levantar cabeza, sino legitimándolos como “negociadores” en un pie de igualdad con el gobierno constitucional derrocado el 28 de junio.
La oligarquía teme el “desborde”
Según analistas hondureños, un potencial pacto Zelaya-Micheletti podría producir una ruptura entre el mandatario derrocado y el Frente antigolpista, que lo respalda pero que quiere ir más lejos en el proceso democratizador exigiendo una Asamblea Constituyente.
Efectivamente, organizaciones obreras, campesinas, docentes y los sindicatos estatales, reclaman la Constituyente como paso esencial no sólo para democratizar la forma de gobierno sino para poner sobre la mesa el reclamo de una reforma agraria y otras conquistas sociales. La actual Constitución hondureña impide explícitamente un proceso semejante.
Por eso esa perspectiva aterra y divide a la oligarquía hondureña sostenedora de la dictadura, y a todos los imperialismos, empezando por los yanquis.
Todos ellos claman por una salida “pacífica” y encuadrada en el plan de Arias, que propone el reintegro a la presidencia de un Zelaya con las manos atadas y habiendo renunciado previamente al proyecto de Asamblea Constituyente.
“Sin la resistencia, estas conversaciones no lograrán resolver la crisis y continuará la rebeldía del pueblo hondureño, que podría des- bordarse a métodos violentos al negarle un espacio de participación”, dijo Juan Almendares, ex rector de la estatal Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Dar vuelta la tortilla
En los últimos siete años —como bien señala Bruno Lima Rocha (Argenpress, 02-10-2009)— de tres intentos golpistas oligárquicos respaldados por los yanquis en América latina –el de Venezuela contra Chávez en 2002, el de Bolivia contra Evo en 2008, y el actual en Honduras–, perdieron dos y el tercero está en lucha.
La gran apuesta de los golpistas ahora es garantizarse las “elecciones” truchas de noviembre y entregar el poder a un presidente “electo”. Cuentan para eso con la complicidad de dos candidatos oligárquicos, el “nacionalista” Porfirio Lobo Sosa y el liberal Elvin Santos, y con la de los grandes medios de difusión como La Tribuna y el grupo Terra, propiedad de los autores intelectuales del golpe de junio.
Como en los casos de Venezuela y Bolivia, la heroica lucha del pueblo hondureño y la solidaridad de los pueblos latinoamericanos y del mundo ya demostraron que son capaces de dar vuelta y convertir esos planes reaccionarios en una nueva victoria popular.