Las organizaciones en que cristalizó el agrupamiento de la pequeñoburguesía radicalizada tuvieron una línea equivocada que los llevó a cometer graves errores políticos y estratégicos. Con una interpretación errónea de la revolución cubana (lucha corta y acciones armadas al margen de las masas), con el yugo de la teoría del capitalismo dependiente y considerando a la URSS amiga de los pueblos (no imperialista), ubicaron como blanco principal de la revolución en la Argentina a la burguesía nacional. Calificaban a la burguesía nacional en el gobierno de proyanqui y a los sectores de la burguesía prosoviética (como Gelbard) los presentaban como burgueses nacionales. Todo esto los llevó a golpear centralmente primero a Perón y luego a Isabel Perón, repitiendo el error del PC de los años 1945 y 1955, con lo que favorecieron a los enemigos de la revolución que preparaban el golpe de Estado.
Estos errores permitieron que miles de jóvenes que querían cambios revolucionarios fueran instrumentados por el sector golpista prosoviético que, al mismo tiempo, operaba en las Fuerzas Armadas con el violovidelismo y otras corrientes. Una vez más, los sectores proimperialistas y proterratenientes pudieron instrumentar a sectores de la pequeñoburguesía, para aislar al proletariado y hacer pasar sus planes golpistas.
Frente al accionar terrorista, un sector del peronismo impulsó la línea de enfrentar aparato contra aparato y se creó, en vida de Perón, la “Triple A” para la represión parapolicial “antisubversiva”. Aparecieron luego otras organizaciones “anticomunistas” dirigidas por fuerzas golpistas y de los servicios –algunas llamadas también como ‘triple A’– que desataron una ola de asesinatos a dirigentes obreros y populares, dirigentes peronistas reconocidos por su defensa del gobierno constitucional y hacia militantes de nuestro Partido, a partir de nuestra posición antigolpista.
El socialimperialismo soviético había sufrido golpes duros en Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil. Corría el riesgo de perder su principal punto de penetración en el Cono Sur de América: Argentina. Como todo imperialismo joven y relativamente inferior en fuerzas a los imperialismos que quiere desalojar, demostraba un apetito insaciable. Pero tropezaba con una fuerza burguesa de carácter nacional, el peronismo, que quería aprovechar el control del gobierno, y el apoyo de las masas, para desalojarlo de sus posiciones. Esta fuerza burguesa le disputaba la alianza con monopolios europeos e incluso yanquis y con la burguesía nacional de otros países latinoamericanos; y amenazaba con expropiarle empresas en su poder, o asociadas a él, como Aluar y Papel Prensa.
Tropezaban también con el peligro de un proletariado y un pueblo combativos, con fuerte conciencia antiimperialista, que avanzaban en su clarificación y organización y escapaban a las posibilidades de su control por los jerarcas prosoviéticos.
El gobierno peronista no controlaba las palancas claves del Estado. Era un gobierno de burguesía nacional, con una política internacional tercermundista, débil y heterogéneo. Los principales golpistas como Videla (Comandante en Jefe del Ejército), Viola (Jefe de Estado Mayor), Harguindeguy (jefe de la Policía Federal), Calabró (gobernador de la provincia de Buenos Aires), usaban sus puestos en el gobierno y el Estado para promover el aislamiento de Isabel Perón y el golpe. La presencia en el gobierno de sectores de derecha, como el que expresaba López Rega, junto a la actividad golpista de una gran parte de los dirigentes políticos y sindicales, facilitaron la división y el aislamiento del movimiento obrero y popular.
Para enfrentar esto, junto a medidas de carácter nacional como la argentinización de la ITT y las bocas de expendio de Shell y Esso y junto a concesiones al movimiento obrero y popular como paritarias, Ley de Contrato de Trabajo, créditos preferenciales al campesinado pobre y medio, etc., el gobierno de Isabel, por su propio carácter de clase, se apoyó en sectores reaccionarios acordando medidas represivas (estimuladas por los golpistas) contra la clase obrera y el pueblo, lo que contribuyó a su aislamiento y desprestigio.
Sin embargo, la resistencia de una parte del peronismo, en especial de Isabel Perón, superó las previsiones de los estrategas del socialimperialismo.
Pero, sobre todo, se vieron sorprendidos por la resistencia del partido marxista-leninista del proletariado, el PCR, al que ellos habían dado por muerto hacía mucho. Pugnando por unir a todas las fuerzas patrióticas y democráticas para enfrentar el golpe de Estado, nuestro Partido, luchando por las libertades democráticas y demás reivindicaciones obreras y populares, tuvo una propuesta de gobierno de frente único antigolpista, una plataforma de emergencia y la consigna de armar al pueblo para enfrentar y derrotar el golpe.
Desde la posición antigolpista, nuestro Partido realizó un intenso trabajo para que el proletariado se colocara en el centro de la lucha contra el golpe, evitando la falsa opción de luchar por sus reivindicaciones y ser usados por los golpistas o no luchar y defender incondicionalmente a un gobierno cuya política no los satisfacía plenamente.
A fines de 1975, los sectores no subordinados a los soviéticos, conscientes de no tener la hegemonía del movimiento golpista que estaba en curso, adelantaron su jugada el 18 de diciembre con el intento golpista del brigadier Capellini. El PCR jugó un rol importante en la denuncia de este golpe y nos ubicamos a la cabeza del combate antigolpista promoviendo la unidad contra el golpe y aprovechando la contradicción entre el sector de Capellini y el de Videla para movilizar a las masas y golpear al sector golpista que había sacado la cabeza. Lo más importante de esos acontecimientos estuvo dado por el paro general del 22 de diciembre que paralizó por una hora a todo el país. Paro en el que tuvieron un papel destacadísimo los cuerpos de delegados que llegaron, en algunos casos, a paralizar las fábricas por encima de la dirección de muchos sindicatos que vacilaron o quedaron paralizados por las posiciones hegemónicas en las direcciones de muchos de ellos.
Desde 1969 se había desarrollado fuertemente el clasismo. La contradicción golpe-antigolpe dividió también aguas en el mismo. Durante la lucha antigolpista, los cuerpos de delegados y las comisiones internas y congresos de delegados jugaron un rol decisivo en la movilización del proletariado. El clasismo revolucionario pugnó por colocar a la clase obrera en el centro de un frente antigolpista para defender y avanzar en sus conquistas. Las asambleas del Smata de Córdoba, los congresos de la UOM y de Fatre, asambleas y ocupación del Swift de Berisso, Astilleros Río Santiago, Propulsora, FATE, etc., son ejemplos de esto. Al igual que los paros y tomas de fábrica el mismo día del golpe, como en Santa Isabel, ferroviarios de Rosario, rurales de Igarzábal y en varias otras empresas y gremios. En cambio otros sectores clasistas fueron instrumentados por los golpistas, en especial por las fuerzas prosoviéticas.
La lucha antigolpista de nuestro Partido le costó caro al socialimperialismo porque, debido a ella, fue desenmascarado ante grandes sectores populares y sus planes se dificultaron grandemente. Esto se unió a una activa y amplia denuncia del carácter del socialimperialismo soviético y a la denuncia en concreto de su penetración en la Argentina. Este es un mérito histórico de nuestro Partido que forjó, con sus detenidos y mártires en esa lucha (ver recuadro), lazos de sangre con los peronistas y otros sectores patrióticos.
Por todo lo anterior se habían complicado los planes de los golpistas prorrusos tanto como los de sus rivales proyanquis. Pero el socialimperialismo, haciendo concesiones, pudo aliarse para el golpe con empresas yanquis del sector conciliador con la URSS, con las que ya se había asociado en negocios como la exportación a Cuba de automotores; o con empresas yanquis asociadas en negocios con sus testaferros desde mucho tiempo atrás, o interesadas en recuperar bienes expropiados por el gobierno peronista (ITT, Standard Oil, etc.) o con fuerzas yanquis interesadas en impedir un foco tercermundista en América del Sur. Aunque luego, en una segunda vuelta, debieran enfrentarse para dirimir la hegemonía en el poder.
Pudo además atraer a la mayoría de la clase terrateniente, en la que existía una fuerte corriente asociada desde hacía mucho al socialimperialismo, y donde había creciente disgusto por la política reformista del peronismo, temor por el crecimiento de la organización del proletariado rural (que había impuesto en muchos lugares la jornada de ocho horas, la organización por estancias y otras conquistas), y por las concesiones al campesinado pobre de algunas regiones.
Tanto los terratenientes como un gran sector de la burguesía estaban ansiosos de “orden”, aterrorizados por el peso de los cuerpos de delegados y comisiones internas, a los que llamaban “soviets” de fábrica, y por el auge del terrorismo de derecha y de “izquierda”; y estaban ilusionados en el comercio con la URSS, que había sido el principal cliente de nuestras exportaciones en 1975. También existía una poderosa corriente golpista en el campesinado medio y en la pequeñoburguesía urbana, corriente que crecía por la impotencia de la política reformista del peronismo para aliar a esos sectores contra el golpe.
Volcada así la correlación de fuerzas, era seguro que los monopolios europeos, la Iglesia y otros sectores apoyarían también, en última instancia, el golpe de Estado; y que el sector “duro” de los yanquis se cuidaría mucho de ir a un enfrentamiento en el que podía perder para siempre sus posiciones en la Argentina y encender un conflicto imprevisible en América del Sur.
Así fue posible el triunfo del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Volvía a demostrarse que el proyecto de la burguesía peronista de “reconstruir primero el país en paz” para luego liberarnos, es equivocado e irrealizable. Que es preciso liberarnos primero de los terratenientes e imperialistas para poder luego reconstruir el país en beneficio de las masas populares. Una vez más fracasó el camino reformista de lucha contra el imperialismo y los terratenientes.
Detenidos desaparecidos y asesinados por la dictadura
Los miembros del PCR detenidos desaparecidos o asesinados durante la dictadura son: César Gody Alvarez, René Salamanca, Angel Manfredi, Manuel Guerra, Ana Sosa, Luis Márquez, Rodolfo Willimberg, Miguel Magnarelli, Raúl Molina, Orlando Navarro, Gabriel Porta, Manuel Alvarez, Sofía Cardozo, Daniel Bendersky, Miguel Angel Spinella, Jorge Andreani, Américo Eiza, Hugo Garelik, Juan Telmo Ortiz, Eugenio Cabib, Antonio Satuto, María Cristina Ortiz de Satuto, Enriquito Imhoff y María Eugenia Irazuzta.
Hoy N° 1759 20/03/2019