La lucha por la hegemonía del proletariado es imposible sin una política permanente de alianzas que apunte a conformar el bloque histórico de clases revolucionarias. Sobre la base de la táctica del Partido en cada momento político concreto, precisando el enemigo principal a golpear, es necesaria la unidad de todas las fuerzas posibles de ser unidas contra ese enemigo, incluso marchando separados y golpeando juntos contra él con fuerzas intermedias que se le opongan.
Los cuerpos de delegados mostraron en años anteriores de auge revolucionario, su capacidad para ser órganos de base del frente único en la clase obrera y bocetaron las formas más probables del movimiento revolucionario de masas. La lucha por democratizar y dirigir los sindicatos debe concebirse en una relación dialéctica con los cuerpos de delegados que han demostrado, en el periodo 1969-1976, su capacidad potencial para transformarse, en una situación revolucionaria, en organismos de base de un gobierno popular revolucionario.
El aliado principal del proletariado es el campesinado pobre y medio. El proletariado rural como destacamento de la clase obrera debe jugar el papel principal para forjar esa alianza, con la línea de apoyarse en los semiproletarios y campesinos pobres, unirse a los medios y neutralizar a los ricos. Debemos dar particular importancia al trabajo por movilizar y organizar a los campesinos pobres, y por ganar a los medios y al sector patriótico y democrático de los ricos para la lucha antiterrateniente y antiimperialista.
El problema de la tierra está en el trasfondo del problema campesino en todo el país, y debemos saber ponerlo de relieve, concientes de que su resolución no será posible por vías reformistas sino revolucionarias. La causa principal del fracaso de los revolucionarios del siglo pasado, y ya en este siglo –en la época del imperialismo– estuvo en que no se propusieron, o fueron incapaces de alzar a la lucha liberadora a las masas campesinas oprimidas por los terratenientes, masas que venían luchando contra éstos desde el inicio de la colonia. Si el proletariado no logra forjar una alianza estrecha con las masas explotadas y oprimidas del campo, tampoco triunfará.
Un aspecto particular de esta cuestión es el referido a las comunidades aborígenes, cuya situación actual es uno de los testimonios más desgarradores del carácter sanguinario y antidemocrático de los terratenientes y de la ilegitimidad de sus títulos sobre las mejores tierras argentinas. Debemos prestar atención y esfuerzos especiales para desarrollar la participación de las comunidades aborígenes en el movimiento revolucionario contra los terratenientes y el imperialismo, responsables del despojo de sus tierras, de su confinamiento a las zonas más pobres y de la discriminación social, racial, cultural, etc., con las que se continúa la política oligárquica de las campañas de exterminio.
A su vez, tanto en el campo como en los centros urbanos es fundamental que el proletariado preste particular atención al movimiento juvenil y al femenino, atendiendo a la incidencia de estos movimientos no sólo en la clase obrera y el campesinado sino también en otros campos como los de la intelectualidad, en el arte y la cultura, en los profesionales, en los pequeños y medianos empresarios, en las fuerzas armadas, etc.
El movimiento juvenil argentino tiene, en comparación con el de otros países dependientes, una larga experiencia organizativa, tanto gremial y deportiva, recreativa y cultural, como política. Fueron organizaciones juveniles de relativa importancia de masas las que dieron origen –confluyendo con otras fuerzas– al Partido Radical, al Partido Comunista y a nuestro Partido. En las luchas posteriores a 1968 jugaron papel decisivo tanto en el movimiento juvenil en general, como en el estudiantil en particular. La unidad obrero-estudiantil adquirió en estos años modalidades concretas muy avanzadas que, en algunos casos, como sucedió en Córdoba, perfilaron una alianza de gran potencialidad revolucionaria.
La dictadura fascista golpeó con saña a la juventud obrera y estudiantil, para impedir el desarrollo de su potencial revolucionario. Esto trajo un profundo debate en los jóvenes sobre la necesidad de buscar nuevas formas de lucha. Fue así que las primeras movilizaciones masivas de la juventud fueron a partir de la lucha por la paz con Chile, contra los intentos belicistas de la dictadura. Luego, con motivo de la recuperación de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, miles de jóvenes, en condiciones difíciles, realizaron una gran experiencia de lucha armada contra una potencia imperialista y se desarrolló un poderoso movimiento de masas, patriótico, de la juventud. A partir de estas experiencias centenares de miles de jóvenes se incorporaron a las luchas sociales y políticas y miles se transformaron en activistas gremiales y políticos.
La juventud ha sido siempre un sector sensible a todo tipo de opresión política, social y nacional, y por eso se rebela contra ésta. Con formas y contenidos propios, en cada época, participa en la lucha democrática, antiimperialista y antiterrateniente. Busca afanosamente una respuesta a sus interrogantes y en esta búsqueda el movimiento juvenil crece junto a las ideas y procesos más avanzados. Es necesario que el Partido ayude a ganar a la mayoría de los estudiantes para la Revolución; pues sin esto es imposible que el movimiento revolucionario triunfe. Existen varias experiencias históricas, en nuestro país, que demuestran que esto es posible. Además de la importancia como ámbito de debate político e ideológico que tiene la Universidad, es necesario tener en cuenta que en ella ha crecido enormemente el peso de las clases medias de la capa inferior, en relación con las últimas décadas y con lo que sucedía en la dictadura militar.
En cuanto al movimiento femenino, en nuestro país tiene una larga tradición de luchas obreras y populares. En 1880 fue la primera huelga de domésticas. A principios de siglo las huelgas y concentraciones de telefónicas y del vestido, movimientos por la alfabetización de las mujeres, por la defensa de la salud de los niños, por sus derechos civiles y políticos. Fue activa su participación en los movimientos de solidaridad con las grandes huelgas obreras y con las luchas liberadoras de otros pueblos.
En 1946, con el triunfo del peronismo, las grandes masas de mujeres del campo y de la ciudad irrumpieron en la arena política. El voto femenino conseguido nacionalmente, fue un triunfo de reivindicaciones que estaban vedadas y creó mejores condiciones para el avance de la lucha de las mujeres. En los años siniestros de la dictadura surgió un destacamento de avanzada, las Madres de Plaza de Mayo. Luego se desarrollaron organizaciones específicas como secretarias de la mujer en los sindicatos, Amas de Casa del País, asociaciones profesionales, Multisectorial de la Mujer, e iniciativas como los Encuentros Nacionales de Mujeres que se realizan anualmente.
Las mujeres no son una clase social. Son un sector específico de la sociedad, parte de las clases sociales en las que ésta está dividida. Por esa razón la mayoría de las mujeres se ubica dentro de las clases explotadas. Como mujer es un sector socialmente oprimido y discriminado. Como trabajadora sufre una doble opresión: como explotada, y como mujer. Su trabajo (llamado tareas) como ama de casa tiene un doble carácter: trabaja y no es remunerado y lo realiza la mayoría de las veces en base a sentimientos y costumbres. Estas tareas que hoy recaen sobre la mujer deberían ser resueltas por el conjunto de la sociedad. El trabajo doméstico es parte del trabajo útil a la sociedad, imprescindible para el mantenimiento y reproducción diaria de la fuerza de trabajo. Según estimaciones serias, el valor económico de la actividad del hogar equivale al 33 % del PBI. Este monto pasa, por una vía indirecta, a engrosar las ganancias de los capitalistas y terratenientes.
Para incorporar a las mujeres a la lucha revolucionaria no partimos de la división en sexos. Partimos de la división de la sociedad en clases antagónicas. De ahí la importancia de nuestra participación activa en los movimientos femeninos, ayudando a avanzar en la elaboración de líneas específicas que permitan encontrar las vías aptas para incorporar a las amplias masas de mujeres a la revolución democrático-popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo, como primera condición para que las mujeres de las clases trabajadoras puedan avanzar en la lucha por su liberación. En este camino, damos batallas a las ideas feudales y burguesas que llevan a concebir que la mujer puede ser llevada de arrastre al proceso revolucionario o ser neutralizada.
Asimismo, es importante prestar particular atención y realizar esfuerzos para ganar a la mayoría de la intelectualidad para las posiciones auténticamente antiimperialistas y antiterratenientes y lograr que sirvan al pueblo con su trabajo específico. Esta es una lucha decisiva para la suerte de la revolución ya que ésta requiere, para triunfar, de la participación activa de la mayoría de los intelectuales: profesionales y trabajadores docentes y de la ciencia y la cultura en general. Debemos partir de las reivindicaciones que unifiquen a la mayoría de esta capa social y trabajar para que, a partir de su participación en las luchas populares, pongan su actividad profesional o docente, científica o cultural al servicio de la lucha liberadora.
También es necesario resolver una política específica para todo el sector de cuentapropistas (parte de la pequeñoburguesía urbana) que ayude a organizarlos en defensa de sus intereses y para participar, junto al resto de los trabajadores y el pueblo, en la revolución democrático-popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo.
En cuanto a la burguesía nacional (urbana y rural), dado su doble carácter, y considerando que es una fuerza intermedia, la política del proletariado es de unidad y lucha y apunta a su neutralización. Esto implica: ganar a un sector de ella (los sectores patrióticos y democráticos), neutralizar con concesiones a otro sector, y atacar al sector de la gran burguesía que se alíe con el enemigo. Es necesario tener una política que ayude a desarrollar y recuperar las organizaciones de la pequeña y mediana empresa, para enfrentar la crisis, en la perspectiva del combate antiimperialista y antiterrateniente.
También es necesario tener una política específica para fracturar las fuerzas armadas ganando una parte importante de las mismas, a su base popular y a los sectores patrióticos y democráticos de la oficialidad. En 1945, en 1955, en 1963, en 1973, en junio de 1982 y en abril de 1987, las Fuerzas Armadas se fracturaron. Este es un dato fundamental de la realidad, ya que la revolución no podrá triunfar, no ha triunfado en ningún país, sin ganar a una parte de las fuerzas armadas y sin neutralizar a una gran parte de éstas. Nuestra línea esencial en caso de enfrentamientos, es crear las condiciones para que la clase obrera y el pueblo tercien y aprovechen a su favor, en una línea revolucionaria, esos acontecimientos. El tema no es la fractura en abstracto, ya que ésta es producto de la realidad concreta, propia de las contradicciones de nuestra sociedad. El tema es si la clase obrera tiene una política para el caso de enfrentamientos entre ellas o para el choque con el pueblo, ganar una parte 105 de ellas para acabar con ese Estado e instalar un poder popular.
Debemos además tener una política diferenciada respecto de los distintos sectores de burguesía intermediaria y de terratenientes, sin olvidar que ellos son enemigos de la actual etapa de la revolución. La experiencia ha demostrado que se pueden utilizar las contradicciones en beneficio de la lucha revolucionaria del pueblo. La experiencia también enseña las consecuencias funestas de basarse en un imperialismo para liberarse de otro, porque ello termina siempre en el cambio de amo.
Es preciso tener una justa política de frente único, política de unidad y lucha con los partidos que son la expresión política de las clases sociales que, durante la actual etapa revolucionaria y en cada momento histórico concreto, deben aliarse contra un enemigo común. Política en la que respecto de esos partidos, en ocasiones predomina la unidad y en ocasiones la lucha. Nuestra línea de construir y apoyar al FREJUPO, y la práctica realizada por el Partido tanto antes como después de las elecciones, han implicado un salto cualitativo en nuestra experiencia frentista, en particular en relación con el peronismo, tanto por abajo como por arriba y en las direcciones intermedias.
La solidaridad latinoamericana con el pueblo y la nación argentinos durante la agresión inglesa, mostró la necesidad de tener también una política de unidad con el proletariado revolucionario y las fuerzas antiimperialistas de los países hermanos, para avanzar en la lucha liberadora contra las superpotencias a escala continental.