El 28 de enero de cada año, en la comunidad de Kuruyuki (Santa Cruz de la Sierra), guaraníes de Bolivia, Argentina, Brasil y Paraguay se reúnen para recordar la lucha encabezada por Apiguaiqui Tumpa en contra de los hacendados latifundistas en 1892, para defender la libertad de sus pueblos y sus tierras, en la que fueron masacrados miles de guaraníes, entre hombres, mujeres y niños.
El 28 de enero de cada año, en la comunidad de Kuruyuki (Santa Cruz de la Sierra), guaraníes de Bolivia, Argentina, Brasil y Paraguay se reúnen para recordar la lucha encabezada por Apiguaiqui Tumpa en contra de los hacendados latifundistas en 1892, para defender la libertad de sus pueblos y sus tierras, en la que fueron masacrados miles de guaraníes, entre hombres, mujeres y niños.
Kuruyuki se ubica en el Chaco boliviano, parte del territorio de la gran nación guaraní, en las faldas de la serranía del Aguaragüe, en el largo valle que limita los departamentos de Santa Cruz y Chuquisaca.
En primer lugar el pueblo guaraní, en este caso la parcialidad ava guaraní, resistió el avance incaico, luego a los conquistadores europeos y con ellos los misioneros jesuitas y franciscanos, a pesar de que los guaraníes contribuyeron en la Guerra de la Independencia de Bolivia, como también en Paraguay y en el Norte y la Mesopotamia de Argentina.
La resistencia armada por la libertad y la defensa de la tierra y el territorio, que culmina en la masacre de 1892, fue llevada adelante por los pueblos guaraníes de Santa Cruz, Cochabamba y Tarija, encabezada por Apiaguaki Tumpa. Entonces, el gobierno boliviano envío el ejército a cazar a los sublevados y con ello a los más indefensos: niños, mujeres y ancianos, provocando la dispersión del pueblo guaraní, que todavía hoy sigue restaurándose del exterminio que resistió.
Una historia de rebeliones
La resistencia ava guaraní a la oligarquía boliviana tiene una larga historia de más de dos siglos, con combates aislados de algunas regiones. A partir del siglo 18 se hacen más frecuentes las “coaliciones” o “sublevaciones generales” que reúnen a varios territorios contra un enemigo común en distintos períodos: la sublevación de 1727 al mando de Aruma, la de 1750 encabezada por Chindica, la poderosa coalición de los años 1793 a 1799 que acabó destruyendo a misiones franciscanas, la sublevación general de 1849 y la de 1874. Entre estos movimientos, los de 1778 merecen una mención especial: tanto en Caiza al sur como en Mazavi en el corazón del Pueblo Guaraní, las rebeliones fueron dirigidas por los llamados Tumpa (“enviados de dios”), al parecer herederos de los profetas y chamanes tupí-guaraní de Paraguay y Brasil. La sublevación masacrada en 1892, también fue encabezada por un joven llamado Tumpa.
Esta rebelión empieza en el año 1889, cuando el Tumpa inicia sus primeras apariciones públicas, incitando a la guerra en contra de los karai (blancos). A finales del año 1891, en Ivo y Cuevo, se agudizan los problemas; a pesar de la intervención conciliadora de los curas franciscanos de Cuevo, un incidente es el detonante de la guerra: en la noche del 1º de enero de 1892, el corregidor karai de Cuevo, ebrio, viola y mata a una joven guaraní pariente de un mburuvicha (jefe) local.
Durante todo el mes de enero la cordillera guaraní se enciende, con ataques esporádicos a puestos ganaderos e incluso un intento —fracasado— de toma de la misión de Santa Rosa de Cuevo. La reacción del Ejército boliviano no se hace esperar. Cerca de Ivo, en la comunidad de Kuruyuki, los guaraní sublevados se atrincheran.
Las fuerzas de Chuquisaca y Santa Cruz, a las seis de la mañana del 28 de enero de 1892, llegaron a la serranía de Aguaragüe, en Kuruyuki, en una prolongación del valle de Ivo, iniciando una sangrienta batalla.
Hombres, mujeres y niños ava guaraní se atrincheraron cavando fosas reforzadas con estacas. Lucharon con un valor sorprendente, pero la desventaja en armas era demasiado grande; el ejército karai fue ganando terreno y tras ocho horas de combate fueron derrotados. El coronel Frías en una carta dirigida al prefecto del Departamento de Chuquisaca, calculaba que los muertos guaraníes alcanzaban la cifra de novecientos a mil, entre hombres, mujeres y niños. Apiaguaiqui y otros jefes indígenas lograron escapar.
Inmediatamente se inicio la sangrienta persecución de los originarios. Durante la misma, tanto las tropas militares como los propios terratenientes iban asesinando a todos los guaraníes de esa extensa región y confiscando sus bienes, querían “limpiar la zona de todo vestigio de rebeldía indígena”. Las tierras fueron adjudicadas al Colegio Franciscano Misionero de Potosí, para que fundara una reducción misionera. Se calcula que unos 2.700 guaraníes resultaron muertos y otros 1.200 tomados prisioneros y distribuidos como esclavos entre los vencedores y hacendados de la región; los jefes que se rindieron fueron ejecutados en la plaza de Santa Rosa, en presencia de toda la población. De los que pudieron escapar, muchos fueron refugiados por sus hermanos en el norte argentino.
Guatinguay, capitán de Caruruti, traicionaría a Apiaguaiqui a cambio de salvar su vida. Lo había acompañado durante toda la guerra y gozaba de su confianza, lo que le permitió llevarlo a una emboscada donde lo esperaba un grupo armado del hacendado José Martínez.
Fue trasladado al pueblo de Sauces, hoy Monteagudo del departamento Chuquisaca. Durante su prisión nunca mostró debilidad ni temor, ni despegó los labios a pesar de ser torturado salvajemente. Luego de 15 días, es sometido al Consejo de Guerra que decide realizar su ejecución el 29 de marzo de 1892.
Se convocó al pueblo a la plaza principal, primero fueron ejecutados dos de sus capitanes: Güaracota y Ayemoti. El Tumpa fue torturado –se dice fue empalado– y a las cuatro de la tarde fue fusilado atado a un poste. El delegado gubernamental coronel Melchor Chavarría en su informe escribía: “Apiaguaqui murió con la altivez de un gran caudillo. En cumplimiento de lo dispuesto en la orden general, el cadáver permaneció expuesto en el patíbulo hasta el día siguiente”.
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