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23 de julio de 2014

Camila tiene 19 años. Muchos la conocimos de espaldas en la pantalla de tv, tapada con un pañuelo, relatando lo que le ocurrió el sábado 19 de julio en la madrugada en el boliche La Negra, del barrio  Congreso, ciudad de Buenos Aires.

La mayoría de los casos de abuso sexual quedan impunes

Abusos e impunidad

Muchos escuchamos ese relato que reproducía aquello que es mejor pensar solo a la distancia: cuatro hombres abusaron sexualmente de ella. Lo que le hicieron hacer, sus palabras, resulta morboso relatarlo aquí.

Muchos escuchamos ese relato que reproducía aquello que es mejor pensar solo a la distancia: cuatro hombres abusaron sexualmente de ella. Lo que le hicieron hacer, sus palabras, resulta morboso relatarlo aquí.

Camila decidió hacer público el hecho ante los medios para lograr justicia. Que algún testigo hablara. Un párrafo aparte merece mencionar el tratamiento amarillista y espectacularizante que realizaron los medios de comunicación; los cuales buscando la “primicia” o la nota que “vende” expusieron a la joven a una situación de doble victimización.

Luego de que Camila denunciara, a los días surgió que habría doce denuncias de hechos de abuso ocurridos en el mismo boliche. Evidentemente se transformó en un lugar en el que los abusadores encontraban impunidad total; tal vez estaba naturalizado que quien entraba a esas fiestas aceptaba ser forzado a tener sexo en las condiciones en que decidía el abusador.  El tiempo tal vez nos permita sacar conclusiones de qué ocurría (u ocurre) en este boliche. Pero llamó la atención, para la triste realidad que vivimos las mujeres en este país, ver un contingente de policías allanando el boliche, luego de una denuncia de abuso –en realidad: luego de que se hiciera público el hecho-. Ojalá se ordenara un allanamiento cada vez que una mujer denuncia un hecho de abuso sexual, en forma inmediata,  y sin necesidad de que la denuncia se haga pública para presionar tal medida de investigación.

Ojala predominara la justicia.

Lo cierto es que en la mayoría de los casos de abuso sexual predomina la impunidad.

Primero porque predomina el silencio de las víctimas. Las mujeres no suelen denunciar. Por vergüenza, por culpa, porque saben a qué se exponen, tanto ante la sociedad como ante la Justicia. Si son niñas no siempre la familia les cree. Si hablan cuando ya son grandes, después de años de trabajo y ruptura con la culpa, el silencio y la naturalización de la violencia –o la ruptura con el abusador por alguna razón- les cuestionan no haber hablado antes. Y por eso la familia, la sociedad, y la Justicia, deciden que ellas mintieron.

Las niñas que hablan, y son acompañadas por algún pariente en la denuncia –o docente, etc.- suelen tener más suerte que las mujeres adultas a la hora de enfrentar un estrado judicial.

Si son niñas les dirán tal vez que consintieron la relación, pero si son menores de 12 años, aunque consintieran, habrá una condena de abuso sexual si se prueba que existió el acto sexual (porque ese consentimiento, elemento que para nuestro código penal debe estar ausente para que exista el abuso sexual, no se considerará válido).

Si tienen entre 12 y 16 años, podría existir estupro, condena bastante habitual cuando una adolescente de tal edad dice que fue forzada. En realidad la Justicia pensará que consintió, -es decir, no le creerá que fue forzada- pero habrá condena de 3 años por estupro (aprovechamiento de la inmadurez sexual de la joven), y habrá una condena en suspenso, si no probation (suspensión del juicio a prueba, con trabajos comunitarios, evitando así el juicio y la posible condena).

Si es mayor, la mujer lleva las de perder en la Justicia argentina. De ese pequeño número de mujeres que se animan a denunciar, serán muy pocas las que lograrán con su denuncia una condena penal al agresor. Y es que la justicia exige que la mujer se haya resistido físicamente al ataque, y que lo pruebe. Esto significa que si no gritó en el momento del hecho, se presume que consintió el acto sexual. Pero es más que oído de las víctimas de abuso sexual, que estas no gritan, sino que esperan que el acto sexual termine lo antes posible para liberarse. Tal vez por temor a que sean peores las consecuencias si gritan, si se resisten. La Justicia y sus funcionarios, y la sociedad, no se ponen en la piel de la víctima. Simplemente le exigen que realice conductas para creerle. Que griten, que pataleen, que muerdan, que peguen, que corran… pero… ¿Quién no tuvo un sueño en el que aunque quisiera gritar no le salía la voz? ¿Qué mujer fue educada en la agresión que repele un ataque? Las mujeres, en esta sociedad, somos educadas en la docilidad, en el miedo al violador. Muchos ataques sexuales llegan a su fin gracias a la indefensión de sus víctimas. Pero esa indefensión, no es consentimiento. Es indefensión, es una reacción habitual de inmovilidad de la víctima ante el ataque sexual. El consentimiento presunto, considerado así por la justicia,  es la principal razón de impunidad de los violadores. Para la Justicia, y la sociedad, las mujeres andamos por la vida consintiendo actos sexuales en los que somos sujetos pasivos, o mejor dicho, meros objetos.

“Camila entró al boliche La Negra y a pesar de ver situaciones sexuales de terceros expuestas se quedó allí”. Este comentario se escuchó de boca de un periodista de un canal de noticias.  Sin dudas en su psiquis el periodista justificaba que lo que le ocurrió a Camila es porque ella no se fue a tiempo. El periodista no se puso en la piel de ella, simplemente le exigía una conducta (irse antes de ser forzada). Ojala los funcionarios judiciales de este caso, no piensen igual que este periodista; de cumplirse el deseo se tratará de una excepción en el mar de ideas que predominan en el poder judicial –reproduciendo las ideas de la sociedad-. Ojala en este caso haya justicia. Habrá que pelearla. La acompaña una asociación (AVIVI) de la que sabemos que varios de sus integrantes han dado muchas peleas. Y Camila ha mostrado bastante valor; desde todas las organizaciones debemos acompañarla para lograr Justicia. Porque cuando un violador paga (o cuatro, como en este caso) ganamos todas las mujeres.