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20 de diciembre de 2012

 

Algunos testimonios de la barbarie sufrida en el Centro Arsenales II de Tucumán, durante la última dictadura militar.

La megacausa Arsenales ll

Hoy 1450 / Tucumán: testimonios del juicio

 

 

La dictadura militar que se instaló en 1976 vino a imponer a sangre y fuego una política en beneficio de los grandes capitalistas, los grandes monopolios y los imperialistas. Vino a terminar con el auge revolucionario de esa época donde los obreros pasaban por encima a sus direcciones sindicales traidoras o vacilantes e imponían cuerpos de delegados y comisiones internas combativas. Al decir del diario oligárquico La Nación de esa época “había que terminar con esos soviet de fábrica”, temerosos del cauce de los acontecimientos que ponían en serio peligro sus privilegios. Donde los estudiantes confluían en la lucha con los obreros, donde los campesinos pobres y medios también engrosaban ese torrente revolucionario.
 
Se unieron los imperialistas, principalmente rusos y yanquis a las clases dominantes de la Argentina e instalaron la dictadura más siniestra que conoció nuestro pueblo.
 
El Partido Comunista Revolucionario tomó la decisión de quedarse en el pais para ser parte activa de la resistencia a la dictadura y la organización de la contraofensiva popular. A los compañeros caídos en la lucha antigolpista se sumaron los secuestrados y muertos por la dictadura.
 
Ángel Manfredi y Ana Sosa, dos valientes comunistas revolucionarios tucumanos que fueron secuestrados, fueron vistos en Arsenales un centro clandestino de detención. Algunos de los asesinos están siendo juzgados y exigiremos cárcel común, perpetua y efectiva. 
Que no pase lo del genocida Bussi que lo enviaron a purgar su condena a un lujoso country. Sólo el 20% de los genocidas están siendo hasta ahora juzgados y los familiares o compañeros del 80% de los desaparecidos no pueden accionar legalmente por falta de pruebas. Por lo tanto mientras no se abran los archivos de la dictadura, la impunidad seguirá reinando en Argentina. 
 
 
Algunas muestras de la barbarie dictatorial 
Aníbal R., quien trabajaba en el Ingenio Cruz Alta, revivió su experiencia cuando grupos armados que operaban durante la dictadura ingresaron a su casa y le destrozaron todo. Luego dio detalles de las torturas que sufrió junto a su esposa y a sus hijos. “Los gritos de hombres y mujeres por las torturas eran de todas las noches”, rememoró.
 
Antonia Romano de Palavecino (sus restos fueron encontrados en el “Pozo de Vargas”). La querellante Dra. Laura Figueroa detalló que Romano, su esposo y dos de sus hijos -una familia de trabajadores cañeros- fueron secuestrados en Caspinchango (Monteros) en mayo de 1976. Todos permanecían desaparecidos hasta esta semana. Ahora se supo el destino del ama de casa. “La semana pasada acompañé a su hija a la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia y la verdad no dejo de sorprenderme al escuchar estos relatos. Era gente de campo y los militares los atropellaron y hasta hubo un abuso sexual”. 
 
Luego declaró el ex obrero del Ingenio San Juan, Juan Manuel Z, que estuvo 24 días en el Centro Clandestino de Detención (CCD) Jefatura de Policía de Tucumán, donde lo torturaron. Tenía 23 años cuando lo secuestraron. Ante la pregunta de la Fiscalía, el testigo dijo que sí le quedaron secuelas: “hasta el día de hoy tengo miedo”.
 
El quinto testigo, Raúl S, de Concepción, secuestrado en 1977, relató las torturas a las que fue sometido durante su secuestro. “Escuché lamentos, alguien que pedía: por favor mátenme”. Lo tenían colgado de los pies hacía tres días, aseguró. “Cuando pedí que no golpearan a mis chiquitas, me metieron una patada en la boca ¡Todos los dientes me arrancaron a patadas! Mis hijos me dicen siempre que me ponga la dentadura no quise, porque es mi testimonio”. 
 
El relato de María del Valle B. enmudeció la sala del Tribunal Oral en lo Criminal Federal (TOF). Las sencillas palabras de la mujer trasladaron a los presentes hasta la localidad de Pacará, durante la madrugada del 7 de julio de 1977. Esa noche, su familia fue diezmada. Fuerzas de seguridad secuestraron primero a sus cuñados Raúl Romero y Roberto Valenzuela (eran hermanos maternos) en Colonia 5 de Luisiana. Luego, fueron hasta su casa por su esposo, Reyes Alcario Romero, que formaba parte de un sindicato de obreros azucareros. 
 
 Tanto María como Reyes y sus familiares eran obreros del surco y cortaban caña para el Ingenio Concepción. La testigo describió que los agresores vestían ropa camuflada y capuchas. Sin embargo, añadió que pudo reconocer a un policía del pueblo llamado Ramón Núñez, que era su vecino. Afirmó que estaba con la cara descubierta. “Me preguntaban dónde estaba el depósito de armas. Les dije que qué armas, que se lleven los machetes y cuchillos de hachar caña. Me han golpeado, pero no me han muerto. Mi hija nació en octubre, con los hombritos rotos”, lamentó y se quebró. También lloró con amargura cuando describió que de su casa sólo quedaron las paredes. “Todo rompieron, hemos sufrido mucho papá. No sé de qué estoy hecha para aguantar tantas torturas”, respondió al fiscal Patricio Rovira tras una pregunta.
 
Luego, se quejó porque cuando quisieron hacer la denuncia: “Nadie nos llevaba el apunte. Nos retaban y nos corrían. Nunca más supimos de él”, precisó. Reyes y sus hermanos permanecen desaparecidos. De acuerdo con el expediente, los tres estuvieron en el Centro Clandestino de Detención (CCD) de la Jefatura de Policía. Habrían declarado bajo tortura y habrían sido ejecutados.
 
 “Cuando paso por la ex Brigada, me siento mal”. Benito Brito administraba el sanatorio Reyes Olea del gremio de Fotia en abril de 1976, cuando fue secuestrado. Argumentó por qué tiene una extraña sensación cuando pasa por la avenida Sarmiento. “Ahí me llevaron después de que me detuvieron y de haber pasado por la Jefatura. De noche se sentían los quejidos de la gente que torturaban. En un galpón nos torturaban”, contó. Repasó detalles de su cautiverio: que el calabozo común era un espacio reducido y que había entre 30 y 40 personas detenidas, hombres y mujeres. “Estábamos uno al lado del otro, con las piernas estiradas. Los guardias nos las pisaban, nos usaban como puente para pasar. Y si te quejabas, te sacaban y te golpeaban de nuevo”, recordó. De los golpes y las torturas que sufrió en sus extremidades, Brito quedó rengo. El hombre recordó que había detenidos en muy mal estado. Dijo que en una oportunidad, lo desataron y le quitaron las vendas de los ojos para que ayudara a bañar a un hombre. El joven era oriundo de Santa Lucía, según le dijo. “Estaba muy mal, de donde lo agarrábamos se quejaba”, detalló. Consideró que fue detenido por “el sólo hecho de ser dirigente”. La orden, detalló, fue dada por el mayor Juan Bautista Durán, interventor militar de Fotia. Un mes después, fue llevado a la comisaría de Colombres, de donde era oriundo, “para que cumpla la pena”- según le explicaron sus captores- y luego, fue liberado. “A muchos dirigentes los desaparecieron.
 
Pasamos momentos difíciles, espero que no vuelva eso, por el bien de todos”, reflexionó.