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03 de octubre de 2010

Putin manotea la mesa: nada de radares ni baterías antimisiles en Europa oriental. Pueblos y burguesías imperialistas de Europa temen ser el

La nueva

Misiles y antisimiles: ¿podrá Bush completar el cerco a Beijing y Moscú?

Charlaron y pescaron. En la estancia familiar de los Bush en Maine (Estados Unidos), dos de los mayores matones mundiales, George W. Bush y Vladimir Putin, buscaron enfriar las asperezas desencadenadas por el proyecto yanqui de instalar su “escudo antimisiles” en Polonia y la República Checa.
“¿Confío en él? Sí”, mintió el yanqui sobre el ruso ante la prensa. “A ninguno de los dos le gusta lo que dice el otro –se sinceró–. Pero podemos decirlo de modo que muestre respeto mutuo”.
A pesar de las hipócritas muestras de fe recíproca, apenas dos días después el Kremlin, a través del viceprimer ministro Ivánov, amenazó con desplegar misiles en el enclave báltico de Kaliningrado –a las puertas mismas de la Unión Europea– si Estados Unidos se emperra en su proyecto de “escudo antimisilístico” en el este de Europa. Ya el arribo de la OTAN a los umbrales de Rusia era un sapo que Putin no estaba dispuesto a tragarse.
El “escudo” que proyectan los de Washington incluye la construcción de una posición de radar en la República Checa y otra de cohetes interceptores de misiles en Polonia, con la complicidad de mandantes serviles como los polacos Kaczynski, y con el repudio de los pueblos europeos. El argumento yanqui es la pretendida “amenaza nuclear” de… Irán y Norcorea, pero en verdad sería un paso decisivo en completar el cerco estratégico que los yanquis vienen tendiendo alrededor de Rusia y de China, y que involucra bases o alianzas militares de Washington con Israel y otros regímenes árabes, el Irak ocupado, Pakistán, la India, Filipinas y Japón.
Los rusos (también los chinos) tienen claro que el sistema apunta a tener a raya su arsenal nuclear, y por eso recalcan una y otra vez que el “escudo” alteraría el equilibrio de las fuerzas estratégicas en Europa.
“Si nuestras propuestas no son aceptadas, tomaremos las medidas adecuadas”, tronó Ivánov, quien posiblemente sucederá a Putin en la presidencia de Rusia tras las elecciones de marzo de 2008. Y sin vueltas anunció que el proyecto merecería de Moscú una “respuesta asimétrica y efectiva”.
Putin volvió a insistir en que el escudo debería cubrir toda Europa –lo que incluye la parte europea de Rusia– e incluir a todos los países de la OTAN (que así quedarían atados a una estrategia compartida con Moscú).

Hablan de paz y se preparan para la guerra
En junio, Putin había puesto a prueba los pretextos de Bush proponiéndole, durante la reunión del G-8 (el Grupo de las mayores potencias imperialistas), emplear instalaciones rusas en la república caucásica de Azerbaiján para montar un sistema de defensa común entre Rusia, Europa y Estados Unidos. Los capos yanquis calificaron la propuesta de “interesante”, y sin más trámite la barrieron bajo la alfombra. Para aceitar la sugerencia, unos días antes Putin había chantajeado con que la instalación de tal “escudo” obligaría a los rusos a dar vuelta sus misiles nucleares hacia Europa.
En su mensaje anual a la nación a fines de abril, el líder ruso criticó la “injerencia” de los “occidentales colonizadores”, y en mayo anunció una moratoria unilateral del tratado de las Fuerzas Convencionales en Europa (FCE), que restringe los despliegues militares en el Viejo Continente.

¿Para dónde tiran los europeos?
En el “viejo” continente se agrandan los temores de que el “escudo” de Bush pueda escindirlo en partidarios y adversarios de la iniciativa yanqui. La bestial agresión de marzo de 2003 a Irak ya lo había partido al medio. Los capos de la Casa Blanca y del Reino Unido habían logrado alinear tras de ellos a varias naciones de Europa Oriental, entre ellas Polonia, a las que calificaron de “nueva Europa”. Los otros –Alemania, Francia y otros de Europa Occidental–, fueron apostrofados despectivamente de “vieja Europa”. Ahora los monopolistas europeos se vuelven a convertir en “rehenes” del “tiroteo” de amenazas entre Washington y el Kremlin, como en los tiempos de la Guerra Fría. En marzo Alemania advirtió al resto de los países europeos que la polémica sobre el escudo antimisiles norteamericano en Polonia y en la República Checa podría dividir a Europa. De hecho el tema fue una de las asignaturas que quedaron pendientes en la cumbre europea de fines de junio en Berlín.
Según el ex primer ministro Evgueni Primakov (Red Voltaire, 28-05-07), Rusia entró en 2006 en la segunda fase de su recuperación. Luego de recuperar el control del petróleo –sobre el cual el Estado ruso puso de vuelta su pesada mano tras liquidar el monopolio Yukos–, y de restaurar su poderío militar, la resuelta intervención del Estado en la economía está devolviendo a Rusia su categoría de potencia mundial.
La banda que encabeza la superpotencia yanqui lo sabe; es conciente de sus propias y crecientes limitaciones, y teme un potencial tándem Beijing-Moscú. No sólo eso: antes los yanquis fogonearon la fisura entre las “dos Europas” para debilitar a los europeístas promotores de un mundo “multipolar” y fortalecer las pretensiones de “unipolaridad” de Washington; pero ahora los serios temores europeos a quedar nuevamente como el “pavo de la boda” pueden no sólo acelerar la fractura entre los pueblos de Europa y las políticas libremercadistas de sus gobiernos, que emergió abruptamente con el rechazo del proyecto de Constitución europea dos años atrás, sino potenciar a las corrientes partidarias de la aproximación a China y Rusia (corriente a la que los rusos fortalecen con su chantaje sobre la provisión de gas).
Por eso la mención a nuevos aires de “guerra fría” no es mera retórica. Los dividen sus pretensiones hegemonistas, pero al mismo tiempo sus acuerdos de malandras los hacen temibles para los países y pueblos oprimidos. La reunión de Bush y Putin llegó a pocas coincidencias, pero una de ellas fue la de constituir un frente común contra el plan nuclear iraní: no sea que un país oprimido y amenazado del tercer mundo llegue a poseer para su defensa garrotes similares a los que los imperialistas de las potencias blanden para amenazar y agredir a sus rivales y a los pueblos que se atreven a resistir su dominio.


¿Otra vez paridad estratégica?
A fines de mayo, al mismo tiempo que advertía cínicamente a los yanquis contra “una nueva carrera armamentista” capaz de convertir al este de Europa en un polvorín, Moscú probó con éxito un misil de alcance intercontinental, capaz no sólo de portar varias cabezas nucleares sino de eludir el “escudo” de Bush.
No es un detalle: por un lado la capacidad nuclear de Moscú así demostrada y la relativa pero notoria recuperación económica de esa potencia imperialista (a lo que hay que sumar el callado apoyo chino), y por el otro el pantano que aprisiona a los imperialistas yanquis en Irak y el incesante agrandamiento de su agujero presupuestario, muestran, según algunos analistas, que –de modo similar a los primeros años de la década de los ’70– rusos y yanquis podrían estar entrando nuevamente en un período de paridad estratégica. 
En aquellos años el empantanamiento en Vietnam, la rivalidad de la URSS socialimperialista, la competencia europea y japonesa y la debilidad del dólar puso a los Estados Unidos de la década de Nixon, Ford y Carter a la defensiva frente al embate hegemonista del Kremlin de Brezhnev. Entonces los monopolistas socialdemócratas de Europa como el alemán Willy Brandt buscaron esquivar la amenaza de los “euromisiles” a la sombra del ala rusa.
Habrá que ver qué incidencia tiene ahora el surgimiento, en varias de las grandes potencias europeas, de gobiernos aparentemente más “amigos” de Washington, como los de Merkel en Alemania y Sarkozy en Francia.