Hace casi un año, en agosto de 2007, es-talló la burbuja financiera inmobiliaria en los Estados Unidos, inaugurando un período de desaceleración en la economía de ese país, que no podía dejar de tener repercusiones en la economía mundial.
Al principio, la mayoría de los analistas burgueses aseguraban que esta crisis sería corta, y que sus efectos sobre el resto del mundo podrían ser ínfimos.
No sólo sobre Europa sino particularmente sobre los llamados países emergentes (en los que incluyen a China y Rusia junto a los países neocoloniales y dependientes), ya que para ellos éstos habrían tenido un desarrollo propio que los haría más independientes de los vaivenes de las economías de los llamados países desarrollados.
Era la "teoría del desacople", que todavía a fines de 2007 y hasta comienzos de 2008 parecía darles la razón, por la evolución de las Bolsas en esos países.
Pero ya entrado el 2008, con la espectacular caída de las bolsas en China, India y demás países asiáticos, e incluso en Brasil y demás países latinoamericanos, se empezó a tomar conciencia de los límites de ese "desacople", ya que el crecimiento de esas economías está orientado principalmente hacia las exportaciones, y dos tercios del consumo mundial corrresponde a los llamados países desarrollados (particularmente Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y Japón).
A su vez, la desaceleración económica que ya está llegando a los llamados países emergentes, viene acompañada de un fuerte rebote de la inflación en esos países y a nivel global, que obliga al aumento de las tasas de interés, con la consiguiente amenaza de una desaceleración aun mayor, que se viene manifesando en una mayor volatilidad de las Bolsas.
En cuanto a Europa, los síntomas de la crisis y la creciente inflación ya no sólo se sienten en Inglaterra y España, sino que se extienden por todo el continente.
Si esto no es crisis, ¿la crisis dónde está?
Los economistas burgueses discuten si la economía estadounidense ha entrado o no en recesión, según como midan la misma. Si lo hacen solamente por la tasa de crecimiento del PBI o tambien por otros índices como los del empleo, los salarios, la producción industrial y el consumo.
La mayoría de estos índices no sólo siguen en declinación sino que algunos de ellos, como el del empleo, vienen siendo negativos desde comienzos de 2008.
En todo caso, lo que no se discute es que la economía norteamericana está viviendo una de las declinaciones más prolongadas desde la segunda guerra mundial, con una creciente inflación sin visos de amenguar, porque el gobierno de Bush trata de evitar una mayor debacle financiera inyectando centenares de miles de millones de dólares en ese mercado, aumentando su ya descomunal déficit fiscal (y endeudamiento público) con el que ha venido sosteniendo las guerras, al tiempo que mantiene las rebajas a los impuestos de quienes más ganan con los que estimuló la salida de la recesión de 2001, a los que ha sumado ahora devoluciones de impuestos a sectores más amplios para evitar una mayor caída del consumo en esta nueva vuelta del ciclo.
Lo que significará mayor debilitamiento del dólar y mayor inflación, con el consiguiente deterioro para los trabajadores asalariados y demás sectores de ingresos fijos.
La economía capitalista mundial, y la yanqui en particular, sobrellevaron la llamada crisis asiática de 1997 y la posterior rusa de 1998 hasta la debacle de las empresas de Internet y de grandes fondos de inversión norteamericanos en 2001, con una política de inyectar liquidez monetaria que facilitó un nuevo auge sobre la base de la instauración del mercado mundial capitalista único y su extraordinaria ampliación con la integración plena al mismo de las economías del Este europeo, China, y la mayoría de los llamados países emergentes, con la "apertura" de sus economías y las políticas de privatizaciones.
Centenares de millones de nuevos trabajadores asalariados, con salarios de hambre, permitieron una fabulosa nueva acumulación de capital y de ganancias, con cinco años de crecimiento sin inflación (de 2002 a 2007), como no se veía desde las décadas de 1950 y 1960, y que sobre ellas se montara una nueva ola de especulación como nunca antes vista.
Una nueva vuelta de la calesita capitalista
La extraordinaria expansión de la producción en estos años, sobre la base de la fuerza de trabajo barata, en particular en países como China e India, se reflejó en un extraordinario crecimiento del comercio mundial y una creciente demanda de alimentos, petróleo y materias primas en general, en la que los excedentes de capital encontraron un fértil campo para la especulación.
Esto se vio estimulado en particular por la política monetaria y fiscal estadounidense, que ha debilitado al dólar como moneda de reserva mundial, y orientado los excedentes de capital a la especulación financiera, con "nuevos instrumentos" como los que surgieron a la luz con la crisis inmobiliaria, pero que también se han extendido a los mercados de alimentos, del petróleo y de las materias primas en general, con todo el potencial inflacionario que ello implica.
Tras todo esto emerge una nueva crisis capitalista, con sus secuelas de destrucción de fuerzas productivas, en primer lugar de la fuerza de trabajo: caída en la ocupación, en los salarios, en las actividades productivas, en el consumo, etc.
Lo que no es otra cosa que el resultado de una sobreacumulación de capital en relación a sus posibilidades de inversión obteniendo un beneficio, que es lo que guía a los capitalistas, con el trasfondo de una superproducción de mercancías en relación a las posiblidades de compra de los mercados pagando ese beneficio.
La política de los gobiernos imperialistas, en particular la del gobierno de Bush en los Estados Unidos, destinando centenares de miles de millones de dólares para salvar los bancos en quiebra, no evitará la crisis pero sí hará que la misma se descargue con mayor fuerza en particular sobre los trabajadores asalariados y los países dependientes, que serán los más afectados con la mayor inflación y con la desocupación y el hambre que la crisis conlleva.