Familia y sociedad
En su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Federico Engels muestra cómo se vincula el desarrollo histórico de la familia con el de la sociedad: la familia monogámica es un producto de la civilización. Con su complemento: el adulterio y la prostitución.
La subordinación y opresión de la mujer por el hombre se desarrolla en el largo proceso de disolución de la primitiva sociedad comunista. La división entre el trabajo manual e intelectual; el patriarcado y la propiedad privada; y la división entre la ciudad y el campo fueron la base de la división de la sociedad en clases sociales y de la explotación del trabajo de unos hombres por otros, de unas clases por otras.
La familia monogámica surgió para garantizar la preponderancia del hombre en la familia y la procreación de hijos destinados a heredarle (por eso exige la monogamia de la mujer y no la del varón). El origen de la palabra familia no tiene nada que ver con los afectos: entre los romanos fámulus era el esclavo doméstico y familia el conjunto de esclavos pertenecientes a un hombre.
Prostitución
Con el triunfo de la propiedad privada individual se fue afirmando la familia monogámica cuyos fines reconocidos fueron “la preponderancia del hombre en la familia y procreación de hijos que sólo pudieran ser de él y destinados a heredarle”. La importancia de la virginidad y la represión sexual de la mujer han tenido, desde entonces, ese fundamento.
Junto con la monogamia (obligatoria sólo para la mujer) se afirmaron la prostitución de las mujeres y el adulterio masculino. Según Engels, al adaptarse a la producción capitalista, la prostitución “más se transforma en prostitución descocada y más desmoralizadora se hace su influencia. Y, a decir verdad, aún desmoraliza mucho más a los hombres que a las mujeres. (…) Envilece el carácter del sexo masculino entero”.
Prostitución y Estado cómplice
En la Argentina de principios del siglo XX, la prostitución crecía con el intenso tráfico de mujeres traídas desde Europa. Junto a los “cabarets”, frecuentados por “la gente bien”, proliferaban los burdeles conocidos como “casitas” o “quilombos” que funcionaban sin descanso en cada pueblo. El Estado controlaba esta “actividad” y percibía un tributo de las organizaciones de proxenetas, convirtiéndose en socio, beneficiario y cómplice.
Denunciando esta realidad, el I Congreso Femenino Internacional (en Buenos Aires, mayo 1910), aprobó el “voto de protesta” formulado por la Dra. Julieta Lanteri en estos términos: “La prostitución debe desaparecer (…) Si este mal existe es porque los gobiernos no se preocupan por extirparlo y puede decirse que lo explotan, desde que lo reglamentan y sacan impuestos de él”.
Hoy N° 1814 13/05/2020