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13 de mayo de 2020

Otto Vargas

La opresión de la mujer

Reproducimos algunas de las grageas publicadas en nuestro semanario, que fueron elaboradas por nuestro camarada Otto Vargas, secretario general del PCR fallecido el 14 de febrero de 2019.

Familia y sociedad

En su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Federico Engels muestra cómo se vincula el desarrollo histórico de la familia con el de la sociedad: la familia monogámica es un producto de la civilización. Con su complemento: el adulterio y la prostitución.

La subordinación y opresión de la mujer por el hombre se desarrolla en el largo proceso de disolución de la primitiva sociedad comunista. La división entre el trabajo manual e intelectual; el patriarcado y la propiedad privada; y la división entre la ciudad y el campo fueron la base de la división de la sociedad en clases sociales y de la explotación del trabajo de unos hombres por otros, de unas clases por otras.

La familia monogámica surgió para garantizar la preponderancia del hombre en la familia y la procreación de hijos destinados a heredarle (por eso exige la monogamia de la mujer y no la del varón). El origen de la palabra familia no tiene nada que ver con los afectos: entre los romanos fámulus era el esclavo doméstico y familia el conjunto de esclavos pertenecientes a un hombre.

 

Prostitución

Con el triunfo de la propiedad privada individual se fue afirmando la familia monogámica cuyos fines reconocidos fueron “la preponderancia del hombre en la familia y procreación de hijos que sólo pudieran ser de él y destinados a heredarle”. La importancia de la virginidad y la represión sexual de la mujer han tenido, desde entonces, ese fundamento.

Junto con la monogamia (obligatoria sólo para la mujer) se afirmaron la prostitución de las mujeres y el adulterio masculino. Según Engels, al adaptarse a la producción capitalista, la prostitución “más se transforma en prostitución descocada y más desmoralizadora se hace su influencia. Y, a decir verdad, aún desmoraliza mucho más a los hombres que a las mujeres. (…) Envilece el carácter del sexo masculino entero”.

 

Prostitución y Estado cómplice

En la Argentina de principios del siglo XX, la prostitución crecía con el intenso tráfico de mujeres traídas desde Europa. Junto a los “cabarets”, frecuentados por “la gente bien”, proliferaban los burdeles conocidos como “casitas” o “quilombos” que funcionaban sin descanso en cada pueblo. El Estado controlaba esta “actividad” y percibía un tributo de las organizaciones de proxenetas, convirtiéndose en socio, beneficiario y cómplice.

Denunciando esta realidad, el I Congreso Femenino Internacional (en Buenos Aires, mayo 1910), aprobó el “voto de protesta” formulado por la Dra. Julieta Lanteri en estos términos: “La prostitución debe desaparecer (…) Si este mal existe es porque los gobiernos no se preocupan por extirparlo y puede decirse que lo explotan, desde que lo reglamentan y sacan impuestos de él”.

 

Hoy N° 1814 13/05/2020