Se trató del rechazo de la llamada Primera Invasión Inglesa, pues hubo una segunda: a finales de junio de 1807, los ingleses volvieron a intentar la ocupación de Buenos Aires –tras la ocupación de Montevideo en febrero de ese año–, ahora con más de 7.000 hombres. Pero esta vez no pudieron siquiera ocuparla, rechazados por la llamada Defensa de Buenos Aires, protagonizada por todo su pueblo entre el 5 y el 7 de julio de 1807.
Se trató del rechazo de la llamada Primera Invasión Inglesa, pues hubo una segunda: a finales de junio de 1807, los ingleses volvieron a intentar la ocupación de Buenos Aires –tras la ocupación de Montevideo en febrero de ese año–, ahora con más de 7.000 hombres. Pero esta vez no pudieron siquiera ocuparla, rechazados por la llamada Defensa de Buenos Aires, protagonizada por todo su pueblo entre el 5 y el 7 de julio de 1807.
El 12 de agosto era en nuestro país una fecha patria al menos desde el primer gobierno del General Perón, por la trascendencia histórica que tuvo esa derrota de los ingleses en sus intentos de ocupación de ambas márgenes del Plata. Pero fue sacada del almanaque por la dictadura videlista, y nunca fue repuesta por los gobiernos posteriores, y también ha sido ignorado por el kirchnerismo. Al extremo que no hubo referencia a ella, ni a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, en los discursos de la Sra. Cristina Fernández del 25 de Mayo ni del 9 de Julio.
La primera invasión inglesa
Durante la primera ocupación, tras la huida hacia Córdoba del virrey Sobremonte el mismo 27 de junio de 1806, el general Beresford, de acuerdo con sus instrucciones, estableció la autoridad de la Corona Británica: obligó a las autoridades del Cabildo y a todos los que ocupaban cargos públicos a prestar juramento de fidelidad a Su Majestad Británica. Prometió que todo lo demás quedaría como estaba: los propietarios podrían seguir ejerciendo todos sus derechos, y hasta se garantizaba la libertad religiosa, agregando que ahora: “pueden gozar de un libre comercio y de todas las ventajas del intercambio comercial con Gran Bretaña”. Y para que no quedaran dudas en beneficio de quién era esa libertad, redujeron los derechos a las exportaciones de cueros, que era el producto que más les interesaba, y a todas las importaciones, estableciendo una tarifa más baja para los productos de origen inglés.
En menos de un mes, los invasores ingleses comenzaron a percibir que tras la aparente tranquilidad, e incluso beneplácito de algunos, se ocultaba un sentimiento general de repulsa que comenzó a manifestarse en la organización clandestina de un verdadero frente único de resistencia a su dominio. Dicho frente, y las clases que lo componían, se expresaban a través de: Martín de Alzaga, comerciante español, cabeza de la resistencia urbana; Juan Martín de Pueyrredón, terrateniente criollo, cabeza de la resistencia rural, y Santiago de Liniers, capitán de navío de la armada española, de origen francés y casado con la hija de una familia de comerciantes criolla, quien pasó a la Banda Oriental a organizar la principal fuerza militar reconquistadora.
Los sectores más oprimidos de la sociedad colonial-feudal, como los esclavos negros y los originarios, en ningún momento acordaron con lo actuado por los ingleses y se volcaron abiertamente a la lucha contra el invasor inmediato, aunque eso implicara la defensa del gobierno español. Por ejemplo, los ranqueles, al enterarse de la invasión, enviaron una delegación a Córdoba a entrevistarse con el escurridizo virrey Sobremonte para ofrecer todo lo que fuera necesario para la lucha común. Por su parte, los pampas enviaron una delegación a Buenos Aires ofreciendo hombres y caballadas, aunque esto no fue aceptado por el Cabildo. Pero esa actitud de los originarios fue muy importante, pues permitió que los cuerpos de blandengues, dedicados al cuidado de las fronteras, se unieran a las fuerzas reconquistadoras, integrando las huestes que reclutó Pueyrredón en la campaña.
Buenos Aires y
Montevideo, unidos
En conocimiento de la concentración de fuerzas que estaba realizando Pueyrredón en Perdriel –adonde confluían también quienes escapaban de la ciudad (en particular los catalanes que llegaron a formar un regimiento)–, los ingleses los atacaron allí el 1° de agosto. Este fue el primer combate en el que los criollos, aunque derrotados, lograron, en su desbande, apoderarse de un carro de municiones de los ingleses.
Diez días después el ejército organizado por Liniers en Montevideo –que había cruzado el río por el Delta al amparo de la niebla y al que se unieron los efectivos de Pueyrredón– entraba en la ciudad de Buenos Aires. La lluvia había inmovilizado allí a las tropas inglesas, lo que fue aprovechado por los reconquistadores para llegar a ella en marcha forzada, a pie. También ayudó la nordestada que había llevado el río leguas adentro impidiendo que actuaran los buques ingleses y dejando prácticamente fuera del agua a uno de ellos, el Justina. Este fue tomado entonces por la caballería criolla encabezada por el joven salteño Martín de Güemes.
Finalmente, el 12 de agosto, encerrados en el Fuerte ante el avance de las fuerzas reconquistadoras, sin poder utilizar su artillería emplazada en las calles por el fuego graneado desde las azoteas, incluyendo agua y grasa hirviendo, que producía numerosas bajas y hostigaba constantemente a sus tropas, los ingleses izaron la bandera blanca.
Los 1.600 soldados ingleses debieron rendirse con armamentos, banderas y estandartes, y sus bajas ascendieron a 300 hombres entre muertos y heridos; por su parte, las fuerzas de la reconquista perdieron unos 200 hombres.
Después de este primer triunfo sobre los ingleses se produjeron hechos de trascendencia en el Río de la Plata. Acéfalo el gobierno por la ausencia del Virrey y desprestigiados muchos militares españoles por la actitud que habían tenido, era evidente que solo al pueblo le correspondía el triunfo. El Cabildo Abierto resolvió la práctica destitución del virrey Sobremonte (con la sola oposición del obispo Lué y los miembros de la Audiencia) y también la organización de cuerpos de milicia con todos los sectores que habían participado en la Reconquista de Buenos Aires (ver recuadro). En octubre de 1806, las milicias contaban con unos 8.500 hombres, siendo de ellos más de 5.000 nativos americanos.
(De: Eugenio Gastiazoro, Historia argentina, tomo I, Editorial Agora, Buenos Aires, 1986).