La Revolución de Mayo estuvo precedida de numerosas luchas de los pueblos originarios contra la sociedad feudal, de castas, que España implantó junto a la colonia. El levantamiento de 1780 dirigido por Tupac Amaru (José Gabriel Condorcanqui), una gigantesca rebelión social en la que las masas insurrectas atacaron, en tres virreinatos, marcó el punto más alto de este proceso. Estos levantamientos empalmaron con las rebeliones de esclavos y con los sentimientos y necesidades de vastos sectores criollos también oprimidos por el régimen colonial.
En estas gestas se inscribe también la derrota de las invasiones inglesas en la Banda Oriental y Buenos Aires en 1806 y 1807 que se logró tras la batalla de Buenos Aires, la destitución del virrey en México en 1808, la revolución de Quito en 1808, y las heroicas insurrecciones de Chuquisaca y La Paz en 1809, que dejaron encendida la tea de la libertad como gritó Murillo al pie del cadalso. En este terreno germinó, y pudo sostenerse y desarrollarse, el grito de libertad del pueblo de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810.
Sobre esto operaron también importantes acontecimientos externos a nuestro subcontinente, particularmente la guerra de la independencia norteamericana (de 1776 a 1783), la revolución francesa (desde 1789) y las rebeliones del pueblo español contra la invasión napoleónica (a partir de 1808); además de las contradicciones entre las grandes potencias coloniales de esa época, sobre todo entre Inglaterra y España hasta la derrota de ésta en Trafalgar en 1805, y entre Inglaterra y Francia después.
Revolución de Mayo y guerra de la independencia
El pronunciamiento de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810, casi simultáneo al de Caracas del 19 de abril, marca en nuestro país el inicio de una guerra prolongada y heroica –con la formación de los ejércitos patrios, de las milicias y de las guerrillas originarias y campesinas que sostuvieron una guerra anticolonial con batallas decisivas como Suipacha, Tucumán y Maipú; con éxodos de pueblos enteros como el jujeño y el oriental; con heroicas guerrillas como las dirigidas por Güemes en Salta y Jujuy, y Arias, Arenales, Warnes, Muñecas, Padilla, Juana Azurduy, los caciques Titicocha, Cáceres y Cumbay, y tantos otros en el Alto Perú–, parte de los procesos de la guerra de la independencia en la mayoría de los países de Latinoamérica, hasta la derrota definitiva de los colonialistas españoles en los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
En la guerra de emancipación nacional convergieron las masas campesinas, sobre todo originarias, que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del noroeste y del noreste argentinos, del Paraguay y del Uruguay; los sectores rurales y urbanos criollos democráticos y antifeudales, como los expresados por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno, Castelli, Belgrano y Vieytes en Argentina; y además, los sectores de la aristocracia terrateniente criolla que, acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían defendiendo sus privilegios de clase y, por lo tanto, oponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales y populares.
La revolución de 1810 no fue simplemente el producto de la acción de una elite cívica-militar. Como en toda verdadera revolución, que enfrenta un poder constituido, hubo sí una minoría organizada en forma conspirativa en el llamado Partido de la Independencia. Hubo también rebelión de una parte de las fuerzas militares, inspirada por esa minoría, y sobre la base del alzamiento popular generalizado.
La derrota de las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, en la que jugó un rol decisivo el pueblo de Buenos Aires en cuyas milicias participaron también mujeres y negros, y las nuevas fuerzas militares creadas en el curso de la defensa y lideradas por criollos, estimularon la agitación política y militar, y la organización clandestina de los sectores patriotas.
El 25 de mayo se produjo el alzamiento insurreccional que posibilitó que los patriotas impusieran, en el Cabildo, la designación de un nuevo gobierno provisorio, la Primera Junta y se creó un nuevo ejército liberador, con los soldados y jefes que pasaron al bando patriota y las masas convocadas por el grito de libertad, en el terreno abonado por los levantamientos originarios y criollos previos.
El accionar de estas masas abrió el camino a los ejércitos patrios y empantanó a los realistas, superiores en número y en entrenamiento militar. Así fue en las campañas a la Mesopotamia y a la Banda Oriental, y aún más claramente en las del Noroeste y el Alto Perú.
El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán declaró la independencia de España “y de cualquier otra dominación extranjera”. La guerra de guerrillas de los pueblos de Salta, Jujuy y del Alto Perú, la independencia de Paraguay liderada por Gaspar Francia, y el curso de la revolución en la Banda Oriental, encabezada por Artigas, permitieron mantener la independencia declarada en Tucumán y cubrieron la espalda de San Martín, quien, apoyándose en los pueblos de Cuyo, en acuerdo con los patriotas chilenos, pudo conducir la epopeya histórica de construir el Ejército de los Andes y cruzar la Cordillera. Para esto contó con el acuerdo y apoyo de los originarios.
Tras el triunfo en Chacabuco, y a pesar del revés en Cancha Rayada, el Ejército de los Andes pudo derrotar definitivamente a los realistas en los campos de Maipú. Posteriormente, pese a la oposición de la oligarquía bonaerense, pudo llegar por mar a Lima y contribuir a la independencia del Perú.
La experiencia de la guerra revolucionaria de 1810 a 1824 mostró la importancia de las masas campesinas y originarias y de sus formas de lucha: la guerra de guerrillas y la guerra de recursos. Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que se utilizaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español desde 1808, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la corona. Así se logró la independencia nacional.
La hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos hizo que fuera una revolución inconclusa: no se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aflora en todas las luchas posteriores y que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional y social en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse.
Extractado del Programa del PCR