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17 de mayo de 2017

La Revolución de Mayo de 1810 fue parte de un proceso continental. Desde México, pasando por Venezuela, Colombia, el Alto Perú, hasta el Río de la Plata, los pueblos dominados por España se alzaron por su libertad e independencia.

La Revolución de Mayo de 1810

Parte de una epopeya continental

La Semana de Mayo de 1810, del 18 al 25, no fue un hecho casual ni exclusivo en esta parte del mundo. La Nación Argentina, como las demás naciones hermanas, fue gestada por heroicos levantamientos de originarios, negros y criollos contra la dominación colonial en toda Latinoamérica.

La Semana de Mayo de 1810, del 18 al 25, no fue un hecho casual ni exclusivo en esta parte del mundo. La Nación Argentina, como las demás naciones hermanas, fue gestada por heroicos levantamientos de originarios, negros y criollos contra la dominación colonial en toda Latinoamérica.
En nuestra región en particular, desde el levantamiento de los originarios dirigidos por Túpac Amaru y Túpac Catari, en 1780, hasta las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz, en 1809, todas sangrientamente reprimidas, pero que dejaron encendida la hoguera de la libertad, como gritó Domingo Murillo al pie de la horca. Y en el Río de la Plata, el rechazo y derrota en 1806 y en 1807 de las invasiones inglesas a Buenos Aires y la Banda Oriental del Uruguay.
El nacimiento de nuestras naciones, el surgimiento de los primeros gobiernos patrios, desde México al Río de la Plata, no fue tampoco la simple ocupación del “vacío institucional” dejado por la invasión napoleónica a España en 1808, como escribió el profesor Luis Alberto Romero. Existió una acción consciente germinada en las luchas concretas contra la dominación colonial española, en cuyo abono contribuyeron también de manera importante los ejemplos de la guerra de la independencia norteamericana de 1776 a 1783, de la Revolución Francesa iniciada en 1789 y de la gesta de los esclavos negros de Santo Domingo desde 1797, contra la dominación colonial francesa que llevó a la independencia de Haití en 1804. Para la misma época en Brasil se desarrollaba la conspiración contra la dominación colonial portuguesa encabezada por Tiradentes, que también fue ferozmente reprimida en 1789. 
Quienes consideran que el 25 de Mayo es un “mito revolucionario”, por su falta de Programa, deberían por lo menos recordar el nombre del casi por un siglo ocultado por la oligarquía: Plan de operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra Libertad e Independencia, presentado a la Primera Junta el 30 de agosto de 1810, escrito por Mariano Moreno a partir de un esbozo de Manuel Belgrano.
“Se levanta a la faz de la tierra/ una nueva y gloriosa Nación”, decía ya la canción de Vicente López y Planes sancionada como Himno Nacional por la Asamblea General del 11 de mayo de 1813. Esto en la parte que dejó de ser cantada por decreto del oligárquico general Roca, de fecha 30 de marzo de 1900. Así como también decía: “Se conmueven del Inca las tumbas/ y en sus huesos revive el ardor,/ lo que ve renovando a sus hijos/ de la Patria el antiguo esplendor”.
 
Una lucha larga y difícil
No es que el nacimiento de la Argentina, como el de las otras naciones hermanas, fuera sencillo y sin dolor. Su gestación costó años de lucha y de sangre de miles de originarios, negros y criollos, y su nacimiento tuvo que ser defendido en los 14 largos años que duró la guerra de la independencia, hasta la derrota definitiva de los colonialistas españoles en 1824, en los campos de Junín y Ayacucho, por los ejércitos patrios reunidos bajo la dirección de Simón Bolívar.
Por eso, las tumbas de todos ellos también se conmovieron cuando el presidente Mauricio Macri otorgó el “Collar de la Orden del Libertador San Martín” al rey de España, Felipe VI, en una decisión que emuló al dictador Videla, cuando éste le dio la misma distinción en 1981, a su padre, el entonces rey Juan Carlos. Ambos son descendientes directos del tirano Fernando VII, quien era el rey español contra el que luchaban para independizarse San Martín y los demás patriotas y pueblos latinoamericanos. Ya antes, en ocasión de la invitación al “emérito Juan Carlos” para el Bicentenario de la Independencia, el año pasado, Macri le había dicho: “Deberían tener angustia de tomar la decisión, mi querido rey, de separarse de España”, mancillando las tumbas de “los bravos que unidos juraron/ su feliz libertad sostener,/ a esos tigres sedientos de sangre/ fuertes pechos sabrán oponer”, como también recuerdan las estrofas cercenadas del Himno Nacional.
La lucha común y la unidad antiespañola de nuestros pueblos permitieron el triunfo de la Guerra de la Independencia. Pero no todos los dirigentes patrios tenían una unidad de miras sobre qué tipo de país construir y menos sobre cuáles eran las clases principales en quienes apoyarse para lograrlo. La clase obrera prácticamente no existía y los embriones de burguesía eran débiles. Esos dirigentes, entonces, oscilaban entre apoyarse en las masas campesinas y populares levantadas a la lucha por la revolución y las llamadas “clases cultas”: los grandes terratenientes y mercaderes, que querían asegurar su dominio preservando el orden feudal y asociándose con el capitalismo en ascenso en Europa. Lo que se expresó en la llamada “máscara de Fernando” (Eugenio Gastiazoro, Historia Argentina, tomo I, pág. 147; ver también págs. 168/171).
“Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que se utilizaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español desde 1808, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la corona. Así se logró la independencia nacional”.
Pero, “la hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos hizo que fuera una revolución inconclusa: no se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aflora en todas las luchas posteriores y que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse” (Programa del PCR de la Argentina, 12 Congreso, junio de 2013).
 
Un origen común, un destino común
Como nación, la Argentina nació a la vida junto a sus demás hermanas latinoamericanas. Después, como producto de la dispersión feudal y del predominio de los intereses particulares de los grandes terratenientes y mercaderes vinculados a las grandes potencias comerciales de entonces, en particular Inglaterra y Francia, la Argentina les dio la espalda a las demás hermanas e incluso Buenos Aires al resto de las provincias. Desde las clases oligárquicas fuimos expropiados de nuestra verdadera identidad, no éramos latinoamericanos éramos europeos, éramos un país formalmente independiente, pero nos convirtieron en un país dependiente.
Pero una y otra vez, en las luchas de la clase obrera, el campesinado y el pueblo, resurge la Argentina profunda. La Argentina de las masas criollas y originarias explotadas y oprimidas por la oligarquía de grandes terratenientes y burgueses intermediarios y los distintos imperialismos que se disputan el dominio del país. Esta Argentina profunda en lucha contra la explotación y la opresión y enfrentando la represión ha empujado hacia adelante la rueda de nuestra historia. Esta Argentina rebelde, a 207 años de la Revolución de Mayo de 1810 y 201 años de la Declaración de la Independencia de 1816, retoma las banderas de la revolución inconclusa en lucha contra el latifundio y la dependencia. Dando batalla contra la dominación imperialista y los gobiernos oligárquicos a su servicio, nos unimos al proletariado y las naciones y pueblos oprimidos de Latinoamérica, y demás países del mundo, en la lucha por una nueva independencia, sin explotados ni explotadores, sin oprimidos ni opresores.