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02 de octubre de 2010

Yanquis y rusos juegan pesado en el Cáucaso. Con invasión y matanza en Georgia, Putin le impidió a Bush consumar el cerco contra Rusia y le dificulta la agresión a Irán. ¿Fin de la “posguerra fría”?

La Rusia de Putin plantó bandera

Hoy 1230 / El Cáucaso, en el tablero de las grandes potencias imperialistas

El escenario mundial se recalentó bruscamente con la sangrienta invasión rusa a Georgia en el Cáucaso, una región estratégica por sus recursos petroleros, por ser lugar de paso desde las fuentes del crudo del Mar Caspio en Asia central hacia el Mar Negro y el Mediterráneo, y de allí a Europa; y por estar ubicada en el mismo “vientre” de Rusia. El alineamiento estratégico de los países caucásicos desvela a los imperialistas rusos, europeos y yanquis.
El 8 de agosto, tropas georgianas avanzaron sobre Osetia del Sur, región antes rusa pero que fue dividida tras el derrumbe de la URSS e incorporada a Georgia tras la proclamación de la independencia de ésta a comienzos de los ‘90. Moscú trabaja desde hace tiempo sobre su población, predominantemente rusa, estimulando las tendencias separatistas respecto de Georgia.
La ofensiva de Georgia para retomar el control de Osetia del Sur, y luego la contraofensiva del poderoso ejército ruso sobre territorio osetio y georgiano hasta sus capitales Tsjinvali y Tiflis, causaron al menos 2.000 muertos y unos 200.000 desplazados que escaparon hacia las tierras rusas de Osetia del Norte. Al cierre de esta edición de hoy, Rusia había acordado una tregua y el retiro de su ejército, pero manteniendo tropas de ocupación en Osetia del Sur.

Una raya en el suelo
El “genocidio relámpago” provocado por los rusos quebró de entrada los probables planes del Pentágono de embarcar a Moscú en una larga guerra de desgaste contra fuerzas osetias de “liberación” sostenidas por Georgia y armadas por los yanquis en ese montañoso enclave.
Mijaíl Saakashvili –instalado en el gobierno georgiano por uno de los tantos “disturbios” estimulados por la CIA en el ex patio trasero ruso, y que colabora con el imperialismo yanqui con uno de los mayores contingentes en Irak– actuó con el guiño de Bush y de la OTAN.
La respuesta rusa fue inmediata y brutal. El presidente ruso Médvedev y el verdadero “poder detrás del trono” Putin se plantaron duro: después de soportar durante años la ofensiva yanqui y de la OTAN, no vacilaron un minuto en repetir el genocidio checheno invadiendo ahora el corazón de Georgia con su tremendo aparato militar desde dos frentes –Osetia del Norte y Abjasia–, y avanzando hasta la capital Tiflis.
Con su acción la dirigencia rusa marcó el terreno y envió una advertencia por elevación a Washington y la OTAN: “Hasta aquí”. Moscú ya no aceptará avances yanquis ni europeos en lo que considera su “área de influencia”, ni mucho menos “cercos” apoyados literalmente en sus fronteras. Si logra ocupar Osetia del Sur en forma permanente, dividirá prácticamente a Georgia en dos, imposibilitando el uso de esa república caucásica como portaaviones de “Occidente” y el uso de los oleoductos que transportan a través de Georgia el petróleo del Caspio a Europa.
La Casa Blanca redobló su “mensaje” a Moscú firmando con Varsovia un acuerdo para instalar en Polonia cohetes interceptores, parte del “escudo anti-misiles” con que haría pie en Europa oriental. Pero casi al mismo tiempo, los mandos militares de Rusia advirtieron a los jefes europeos que Polonia pasaba a ser un blanco de los misiles nucleares rusos: “Polonia se convierte en el objetivo de un ataque de respuesta, y esos blancos son los primeros que deben ser exterminados”, dijo sin delicadezas el jefe adjunto del Estado Mayor de las fuerzas armadas rusas, general Alexander Nogovitsin, quien además recordó que la doctrina militar rusa le permite en esos casos emplear armas nucleares.
Rusia ya no es la de hace una década y media, la que en los ’90, desintegrada como superpotencia, veía impotente a los yanquis y a la OTAN avanzar hasta sus propias puertas del Cáucaso, Ucrania y Asia central. A impulso de los altos precios de sus exportaciones de petróleo y gas se recompuso de la crisis y volvió por sus fueros.

A varias bandas
La dura respuesta del imperialismo ruso sacó a la luz los intereses contradictorios que anidan en la alianza “occidental”. La banda bushista se alineó decididamente con el aliado georgiano, y Condoleezza lo reafirmó personalmente viajando a la capital Tiflis (y no a Moscú).
Los imperialistas europeos, por su parte, aunque concuerdan en defender la soberanía y la integridad territorial de Georgia, dijeron por boca del ministro alemán Steinmeier que aislar a Rusia “no sería inteligente” y elogiaron el “equilibrio” promovido por la mediación europea del presidente francés Sarkozy. La canciller alemana Merkel viajó a Moscú y luego a Tiflis, desde donde exigió el retiro de las fuerzas rusas. Polonia y los países bálticos, según se dice, preferirían demorar el ingreso de Georgia a la OTAN, ya que el artículo 5 del Pacto Atlántico compromete la asistencia militar a cualquier socio atacado, y el conflicto Rusia-Georgia podría llevar a un choque militar directo entre Rusia y la OTAN dejando a esos países en el medio.
Las potencias rivales aprovechan el debilitamiento relativo de Washington (crisis financiera, retrocesos en América Latina, etc.). Bush calificó a los rusos de agresores, pero no adoptó ninguna medida concreta para hacerlos retroceder: “confesión de impotencia”, opinó el Corriere della Sera.
Por un lado, se hace evidente que el reclamo de los imperialistas europeos, rusos y chinos a favor de un mundo “multipolar” es apenas un instrumento para la “contención” de las ambiciones hegemónicas y del unilateralismo yanquis y para un reparto más “equilibrado” de influencias y esferas de dominio entre todas las potencias imperialistas.
Pero además, el manotazo de Putin sobre la mesa, plantándose frente al avance de Bush y de la OTAN hacia el Este, muestra un notorio cambio cualitativo, comparable a cuando Reagan se plantó frente al avance de los rusos en Irán tras la revolución islámica de Jomeini en los ‘80. Si los capomafia de Washington se ven forzados a tragarse la bofetada de Moscú en Georgia, Bush y sus amigos sionistas deberán abandonar los planes agresivos que vienen hilando respecto de Irán.
Para algunos comentaristas se terminó la era de la “pos-guerra fría”. Lo cierto es que en el hervidero del Cáucaso chocan y accionan intereses de todos los poderosos de la tierra, cubriendo de nubarrones de guerra el escenario mundial.