La fría noticia da cuenta de la muerte, el 3 de octubre, de más de 200 inmigrantes africanos, mientras otros 150 continúan desaparecidos, al hundirse el barco que transportaba a 463 “sin papeles” frente a las costas de la isla italiana de Lampedusa. El naufragio ocurrió cuando los inmigrantes prendieron fuego en la cubierta del atestado barco, para que los vieran desde la costa.
La fría noticia da cuenta de la muerte, el 3 de octubre, de más de 200 inmigrantes africanos, mientras otros 150 continúan desaparecidos, al hundirse el barco que transportaba a 463 “sin papeles” frente a las costas de la isla italiana de Lampedusa. El naufragio ocurrió cuando los inmigrantes prendieron fuego en la cubierta del atestado barco, para que los vieran desde la costa.
Otro siniestro capítulo de una matanza que, en proporciones menores, es cotidiana. Se combina la desesperación de miles por salir de países diezmados por la explotación imperialista y las guerras, con las políticas de los gobiernos europeos, que al ritmo de la crisis, ponen más y más trabas a los inmigrantes.
La alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, dirigió su indignación contra el primer ministro italiano, Enrico Letta: “Venga a contar cadáveres conmigo”. Hace un mes, Nicolini escribió una carta a los dirigentes de la Unión Europea en la que preguntaba: “¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?”.
En este compendio de miserias, los medios dieron a conocer que hubo al menos tres barcos pesqueros que ignoraron los gritos de auxilio mientras el navío ardía. La alcaldesa denuncia que esto ocurre por una legislación aprobada por el gobierno de Berlusconi en el 2008, que procesa a quien preste ayuda en una situación así,” por complicidad con la inmigración clandestina. Por eso, lo que el Gobierno tiene que hacer hoy mismo es cancelar este delito, cambiar la norma”.
En una asquerosa muestra de hipocresía, el gobierno declaró día de duelo nacional el 4 de octubre, y el primer ministro Enrico Letta otorgó simbólicamente la nacionalidad italiana a los muertos. En contraste, los supervivientes enfrentan cargos por inmigración ilegal, de acuerdo con las leyes locales. Entre las voces que han criticado está la del Papa Francisco, quien ya había visitado Lampedusa para solidarizarse con los inmigrantes. Dijo desde el Vaticano “Es una vergüenza”.
Entre los muertos y desaparecidos hay muchos niños y mujeres embarazadas, como denunciaron conmovidos los propios rescatistas. En una cruel muestra de la razón que asiste a la alcaldesa, las autoridades del cementerio de Lampedusa informaron que ya no hay más tierra para tumbas sin nombre. Y tampoco en la morgue ni en el pequeño puerto hay espacio para tantos cadáveres de hombres, niños y mujeres embarazadas.
Esta verdadera masacre ha desatado un gran debate en toda Europa sobre las políticas migratorias, que se han hecho más cerradas y selectivas en los últimos años, por la crisis y el crecimiento de sectores fascistas en varios países, como la Liga del Norte de Lombardía, que culpa de la situación a las políticas de la ministra de Integración, nacida en la República Democrática del Congo.
La inmigración ilegal es un gigantesco negocio para las mafias que la llevan a cabo, con la complicidad de políticos y funcionarios. Esto se refleja en las declaraciones del presidente italiano Giorgio Napolitano, que plantea que para luchar contra esta inmigración clandestina son “indispensables los controles en los países de procedencia de los emigrantes o de los que solicitan asilo”, no atacar a esas mafias.