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21 de septiembre de 2022

Sobre el Estado (III)

Las clases sociales en América

Originarios de lo que es hoy México y Perú ya practicaban la agricultura entre el tercer y el segundo milenio antes de Cristo. La región andina es una de las cunas, en el mundo, de la alimentación y el vestido. También en nuestra América, la división social del trabajo condujo a la división de la sociedad en clases y al nacimiento del Estado en las regiones más desarrolladas.

Entre el tercer y el segundo milenio antes de Cristo, durante el régimen de la comunidad aldeana, se produjeron grandes avances en las fuerzas productivas en la región andina. El tejido, con el que se hacían vestidos y redes de pesca; la cerámica, la arquitectura. “El avance de la tecnología agraria –escribió Otto Vargas en El modo de producción dominante en el Virreinato del Río de la Plata– creó la necesidad de especialistas dedicados al estudio del movimiento de los astros, y técnicos en la distribución de aguas”. Su prestigio y poder social fueron creciendo; se les atribuyeron poderes sobrenaturales y se los consideró “sacerdotes” de los dioses.

“Las aldeas donde vivían estos especialistas crecieron porque los agricultores les entregaban parte de sus excedentes y porque los sacerdotes institucionalizaron los templos. Hacia el año 1.000 a.C. se produjo en los Andes una verdadera revolución social. Se creó un régimen de obligaciones imprescriptibles, sancionado por los dioses, que evitó que sequías, plagas o pérdidas pusiesen en peligro el excedente del que se apropiaban esos sacerdotes. Ese régimen hizo a los dioses, en última instancia, receptores de los excedentes campesinos, como retribución por los servicios que esos dioses prestaban a través de los sacerdotes. Aparece así la sociedad de clases y el Estado en su forma teocrática (gobierno de los dioses a través de sus ‘representantes’). Las comunidades campesinas fueron sometidas por los habitantes de los centros ceremoniales. Esta revolución social produjo un explosivo desarrollo económico y tecnológico”.

“Como una derivación de la propiedad apareció la guerra, como una actividad por la que los hombres pretenden apoderarse de algo que poseen otros hombres… Se produce un proceso de organización y se desarrollan sociedades en las que los guerreros van ocupando un lugar de privilegio junto a los sacerdotes… La mujer es relegada… El poder de los especialistas que vivían en las ciudades –como explica Lumbreras– era débil si no se sustentaba en un instrumento represivo eficaz para asegurarse los alimentos producidos por los campesinos… Los reyes más poderosos –jefes de confederaciones de tribus más fuertes– se apropiaron de las riquezas de los más débiles, ocupando zonas extensas por medio de la conquista. Se constituyeron los ejércitos con militares profesionales, ligados a los sacerdotes, que sirvieron a éstos para someter a los campesinos”.

En síntesis, “mucho antes del imperio incaico, se establecieron confederaciones tribales con un poder político fuertemente centralizado y apareció el Estado. Lo que supone la existencia de una división de clases bien definida”. Así, por ejemplo entre los aymaras había indios muy ricos, propietarios de grandes rebaños de llamas y alpacas e indios muy pobres.

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Hacia 1480, el Noroeste argentino fue anexado al imperio cuya capital era el Cusco. Acerca del régimen incaico hubo y hay mucha polémica. Sobre la base de un análisis marxista en los cambios en los instrumentos de producción y en la situación real de los productores directos. Otto Vargas señaló que en la época de la conquista española, “la sociedad incaica desarrollaba, aceleradamente, el régimen esclavista”. Durante cientos de años se habían desarrollado los gérmenes de la esclavitud en el seno del comunismo primitivo, que lo negaban y disolvían. Con las reformas de Pachacútec y las conquistas posteriores el proceso se aceleró notablemente. Todas las tierras pasaron a ser del Inca y de la nobleza y, en un proceso, se desarrolló la propiedad inmueble y de rebaños. “La aristocracia de los lazos de sangre a la que pertenecía el Inca soberano, había establecido su dictadura y constituía un Estado poderoso, un imperio que sometía a la explotación y expoliación brutales a una enorme región… La sociedad antigua fundada en la consanguinidad del ayllu tradicional cuya posesión de una determinada zona era colectiva y se basaba en vínculos de parentesco que implicaban relaciones de ayuda mutua, desaparecía ante los embates de la organización basada en la propiedad privada de la tierra y la división territorial, la concentración de las riquezas en manos del Estado y la división en clases”. La sociedad incaica, a la llegada del conquistador, era una sociedad esclavista primitiva, “en aguda lucha con el viejo modo de producción, en cuyo seno se había ido desarrollando durante siglos”. La esclavitud individual estaba en sus indicios, pero “era lo que tendía a desarrollarse”. El Estado “expresaba, fundamentalmente, los intereses de la élite que controlaba los medios de producción… La hegemonía de la clase dominante se ejercía en la organización administrativa militar y jurídica”.

Por consiguiente, en nuestra América, como en los otros continentes, el Estado surgió para asegurar el nuevo orden social basado en la dominación de clase y en la explotación de clase. Desde entonces, como dijo Engels, el desarrollo se opera en una constante contradicción. Cada progreso en la producción es al mismo tiempo un retroceso en la situación de la clase oprimida. “Por ello, cuanto más avanza la civilización, más obligada se cree a cubrir con el manto de la caridad los males que ha engendrado, a pintarlos color de rosa o a negarlos”.

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La investigación histórica y su análisis permiten dar una respuesta científica a la cuestión de qué es el Estado. En general, las diversas teorías burguesas pasan por alto la historia y consideran que la sociedad es producto del Estado. Lo ubican como un poder situado afuera de la sociedad que se impone a ésta. La forma más simple de esa concepción es anterior a la burguesía: considera al rey y al poder por él investido como producto de la voluntad divina. A principios del siglo XIX, el gran filósofo alemán Hegel, planteó que el Estado es “la realidad de la idea moral”, “la imagen y la realidad de la razón”.

La veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona, se inculca desde la infancia y la gente se acostumbra a pensar que los asuntos de los intereses comunes a toda la sociedad sólo pueden gestionarse como ha venido haciendo hasta ahora.

El marxismo da una respuesta científica porque estudia el problema históricamente. No parte de un “modelo” constituido especulativamente, ni de ningún otro tipo de axioma apriorístico. Estudia la historia real. Ésta revela que el Estado es un producto de la sociedad cuando llega a determinado grado de desarrollo: “El Estado –escribió Lenin en El Estado y la Revolución– surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa; la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables”.

 

Hoy N° 1931 21/09/2022