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02 de octubre de 2010

Las cuentas de un contratista

Hoy 1223 / El trabajo en el campo del noroeste bonaerense

Orlando Alonso tiene un vocabulario llano, aprendido en las co-cinas chacareras. No maneja categorías políticas ni ha profundizado sobre las clases sociales en el campo. Frunce el ceño cuando habla de “Peces gordos”, de “Grandes” o “Pulpos”, sintiéndose muy lejos de esa vereda. Lo martiriza que la presidenta haya “cortado ancho” y metido “a todos en una bolsa” al hablar de “estancieros”. Asciende su bronca al mentar los pools de siembra. “Una verdadera desgracia que ponen horrible el campo y los pueblos”. Hasta lamenta que hayan ganado mala prensa recién ahora, como una chicana del gobierno que viene de ampararlos.
“Dicen que estamos cobrando la soja a 500 dólares. No sé quién, porque yo recibo $ 750 de los 870 que figura en pizarra. ¿Que un día llegó a $ 1.000?, habría que preguntar quiénes vendieron a ese valor”, desafía. Pero siente que es muy difícil plantear los reclamos del sector, y que lo entiendan en las ciudades “cuando venimos tan misturados con aquellos que quieren seguir sembrando soja y ganar más”.
Intenta separar los tantos. Reflexiona pensando en los demás: “por ahí, hablamos de sumas tan grandes que para la Argentina hambreada hasta pueden ser una ofensa. Pero si el revoleo de plata es grande, cuando sacás las cuentas se vuela”, dice y confiesa que anoche cobró $ 49 mil de un maíz cosechado en sociedad. “Esta mañana arranqué de casa, pasé por un taller, por otro, pagué los filtros, las mangueras, el combustible…, a las 11 de la mañana pagué la última cuenta y no tenía un peso más”.
Difícil sentarse a charlar con él. Se levanta temprano, regresa a su casa entrada la noche. En el medio, una jornada caótica con idas y vueltas al campo; nunca igual, siempre sujeta a imprevistos y mil asuntos menores que hacen al trajín de un pequeño contratista rural. Tiene 54 años. Creció en una chacra, en el oeste bonaerense. Cursó la primaria en una escuela de campo, donde “había una maestra para todos los grados” y en un colegio técnico, el secundario que dejó inconcluso. Se casó joven con la hija de un contratista, tuvo 3 hijos. Primero intentó la vida en el campo. Después, una inundación y la baja rentabilidad lo llevaron a poner en venta las 150 hectáreas heredadas. “No le podía sacar un peso. Di vueltas hasta que tomé una decisión difícil porque nadie quiere desprenderse de la tierra, más cuando es lo que te dejaron los viejos, pero no veía otro camino. Vendí a 850 dólares la ha. Hoy vale entre 6 mil y 7 mil dólares”, se resigna.

Contratista
“Era el 2002. Tomé en parte de pago herramientas del ‘95, ‘96, en buen estado. Una cosechadora, un tractor, una camioneta y el resto en moneda que me sirvió para saldar deudas. Con esos fierros empecé. Yo ya venía haciéndolo con el equipo de mi suegro que por una enfermedad quedó postrado y tuve que hacerme cargo para que siguiera entrando dinero en su casa”. El fue un contratista contratista, de trabajar a porcentaje. “Todavía tengo algo de su maquinaria que fui modificando. Así, hoy tengo 2 tractores, 2 sembradoras y la cosechadora, que en el 2005 cambié por un modelo nuevo con un crédito de $ 400 mil, financiado por un banco. Voy a necesitar 2 años más para terminar de pagarla. Por suerte es en pesos e intereses fijos. Este año pagué $ 23 mil en enero y en julio tengo que pagar 48 mil más. Trabajando no es imposible. Si el laburo se para, me voy al tacho”.

Contratismo
En la zona, desde los años 60, había predominado la agricultura a través del contratismo (Estos sembraban concediéndole, al término de la cosecha, un 35% libre de gastos al dueño de la tierra. El 65% restante era para el contratista que, descontando costos de semilla, combustible, personal, etc., se reducía a un 35 o 40 % del producido total). Cuando Alonso se inició, ya era casi inexistente esta modalidad.
“Los porcentajes –explica– se fueron modificando a favor del dueño de la tierra, luego se dieron múltiples formas de acuerdos hasta casi desaparecer el contratismo. Cuando yo empecé, no corría más debido al auge de los pools que te disputaban los campos pagando arriendos fabulosos, por adelantado. ¿Quién iba a querer darte un campo a porcentaje para compartir riesgos y cobrar al finalizar la cosecha? Entonces, tuve que asociarme con un capitalista que siembra miles de hectáreas en Entre Ríos y la provincia de Buenos Aires. Yo puse máquinas y el trabajo. El, dinero para alquilar la tierra, semillas e insumos”.

“Asociados”
“Todavía era posible una sociedad. Los alquileres estaban a una tonelada (t.) de soja por hectárea, unos $ 450. Hoy piden 1 t. y media, y la soja está a $ 870. Son $ 1.300 por ha. Además, hacíamos 2 ó 3 disqueadas antes de sembrar. Entonces, mi aporte en laboreos era más importante. Quizá representara un 16 o 18 % en la participación societaria.
“Ahora los números son diferentes. Hay un gran desfasaje entre lo que vale el trabajo y lo que cuesta el campo y los insumos. Entre otras causas, la siembra directa simplificó el trabajo, lo abarató. En tanto que los alquileres y los insumos fueron para arriba. Así, la diferencia entre el que pone la guita y el que pone maquinaria y laburo se hace abismal. Un ejemplo: haciendo números redondos, para hacer una siembra directa mi “socio inversor” hoy pondría por ha. $ 1.800 de alquiler e insumos, mientras yo con mi maquinaria y el trabajo unos        $ 100 ($ 90 es el promedio de lo que se paga por este servicio en la zona). Entonces, mi participación se redujo al 6%. Supongamos que cosechamos un trigo de 4.000 kg. Me corresponderían 240 kg. Mi ingreso neto serían $ 180 por ha. A lo que hay que descontarle unos     $ 73 de combustible (por siembra y cosecha), salarios y mantenimiento de personal. Sin contemplar amortización, seguros y cargas sociales, me queda un monto casi igual a la inversión y habré ganado solo con lo que mi socio me pague por levantar la cosecha que pueden ser 180 ó 200 pesos por ha de su 94%. Pero ¿qué sentido tiene asociarme y correr todos los riesgos que implica una cosecha para ganar lo mismo que si prestara servicios? Por eso, hoy, frente al “socio” que pone dinero, si los contratistas (aparte del trabajo) no ponemos insumos, semilla, o un poco de dinero, para engrandecer la parte, no podemos asociarnos”.

“Prestar servicios”
Alonso sigue vinculado a su antiguo “socio”, pero como mero prestador de servicios.
“Le cosecho su soja y le cobro la trilla de $ 200 la ha. Igual necesito tener una reserva de dinero para ir pagándole al personal que nunca puede esperar que finalice la cosecha para cobrar su parte, porque están siempre al límite, y cada vez que los traigo al pueblo (donde residen) tengo que darles $ 500, 200 ó 300…, según me piden. Tengo un solo empleado y otro contratado. No puedo formalizar a los dos por el tema de las cargas sociales. Ese fijo, tiene todos los beneficios pero no cobra el salario de 1.100 que rige para su categoría. Durante la cosecha cobran el 12% de lo que yo cobro, repartido en 16 pesos para el maquinista y 8 para el changuero, por ha. Para sembrar cada operario cobra $ 9 y para disquear $ 8,50 por ha. Mi empleado, sumando sus jornadas como maquinista y tractorista, la campaña pasada tuvo un ingreso aproximado a los $ 2.400 por mes (incluyendo el mes no trabajado). Esto habiendo hecho casi 2.000 ha. de siembra, 1.400 de cosecha (entre fina y gruesa) y 1.300 de disco. El contratado percibe menos. También trabaja un tercero que es mi hijo, que no tiene sueldo fijo, le voy pagando según me pide y según sus necesidades”.

Tarifas
La tarifa por cosechar una ha. de soja de primera es de $ 200; de segunda, $ 170, el maíz 300 y $ 150 el trigo (valores que varían según la zona y sus rindes). Alonso asegura que los ingresos, por prestación de servicios, aquí son escasos y que lo ideal es tener una reserva y poder sembrar por cuenta propia.
“Pero hoy tenemos que acatar la modalidad impuesta por los pools: pagar por adelantado alquileres elevadísimos siempre a valor soja, aunque sembrés otra cosa. A eso tenés que agregarle insumos. Y si sos “chico”, difícil que te fíen, te financien o te bonifiquen. Cualquier agroquímico o fertilizante te va salir un 25% más que a un pool. Así que tu inversión de arranque ronda los $ 2 mil por ha. Y tenés que aguantar los costos del trabajo y rogar que no falle la cosecha porque vas a parar a los caños”.