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01 de febrero de 2017

Las grandes huelgas en Santa Cruz (13)

Crónicas proletarias

 La responsabilidad del gobierno de Hipólito Yrigoyen en la masacre de obreros patagónicos en 1921 está probada. Ya hemos reproducido las informaciones dadas por Otto Vargas en El marxismo y la revolución argentina, tomo 2. Es ilustrativo el “bando” del teniente coronel Varela, a cargo de las fuerzas represivas, que dictó el 22 de noviembre en Río Gallegos. Allí Varela le indica a “los señores estancieros y mayordomos de estancias” que “el suscripto cree en su deber significar la conveniencia de que cada uno ocupe su puesto… ya sea repeliendo los ataques de que fuera objeto o propendiendo por los medios a su alcance a la normalización del trabajo. Deberán poner en conocimiento de sus empleados que, en lo sucesivo, toda persona que tome parte en cualquier movimiento subversivo, ya sea como instigador o adherente y a los que se encontraran en armas en las manos o hubieran hecho uso de ellas contra las personas, quedarán sujetos a la sanción de la ley que será aplicada con todo rigor”.
En el mismo bando, Varela reclama a los estancieros un listado de todo el personal y establece que “Todo obrero empleado de las estancias, deberá estar matriculado en la policía donde deberá muñirse del correspondiente justificativo, en el que se hará constar filiación y antecedentes, requisitos indispensables para ser admitido, sin el cual no serán aceptados”. 
Como expresa Bayer en La Patagonia rebelde, este bando muestra cómo el ejército toma partido por los estancieros, decretando de hecho el fin de la organización gremial y dejando en mano de patrones y policía las condiciones de trabajo de los obreros rurales. 
Esta “legislación” de Varela complementaba la tremenda ofensiva represiva. Escribe Vargas: “Varela puso a la policía del Territorio bajo sus órdenes. Y, dividiendo su fuerza en grupos, partió a la caza de los campamentos de los peones. Desde diciembre de 1921 a enero de 1922 los localizaron, les intimaron rendición –lo que salvo alguna excepción consiguieron–, fusilaron y asesinaron a los líderes y a los más combativos y apalearon y apresaron a los sobrevivientes. En ocasiones les hicieron cavar sus propias tumbas y fusilaron a los peones al borde de ellas. A otros se los degolló o quemó vivos con gasolina y mata negra, después de mantenerlos atados a los alambrados, desnudos, durante toda una noche helada. A muchos se los arrojó al Lago Argentino con una piedra al cuello o se los enterró vivos con la cabeza afuera para que se la devorasen las aves de rapiña. Se les robó todo lo que tenían. Se estimó en 1.500 el número de peones asesinados”.