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22 de febrero de 2017

Las grandes huelgas en Santa Cruz (16)

Crónicas proletarias - 255

Tras la caída de las columnas de huelguistas del centro y el norte de la provincia de Santa Cruz, a mediados de diciembre de 1921 quedaba en pie la columna sur, dirigida por Antonio Soto y compuesta por cerca de 600 trabajadores. Estos tenían su lugar de acampe central en la estancia La Anita, propiedad de los Braun Menéndez. Desde allí las partidas hacían incursiones en los distintos establecimientos requisando víveres, armas y caballos. En cada lugar, como reclamaba Soto, dejaban recibo por lo incautado. 
A La Anita llega la noticia de que las tropas del ejército al mando del coronel Varela rodean el lugar e intiman la rendición. La noche del 6 al 7 de diciembre se realiza una asamblea que ha sido registrada en detalle por Osvaldo Bayer. Allí hubo tres posiciones: una parte, encabezada por el chileno Juan Farina, propuso terminar con la huelga y negociar con los militares. A esto se opuso el chileno de origen alemán Pablo Schulz, que plantea que hay que atrincherarse en la estancia y presentar batalla. Antonio Soto plantea que no se puede confiar en el ejército, pero plantea que no hay que enfrentar ni entregarse sino “escondernos en los bosques y en la cordillera, hasta que el gobierno, los militares y los estancieros se den cuenta de que tienen que pactar con nosotros”, consigna Osvaldo Bayer.
El debate en la asamblea se prolongó varias horas. Dos delegados enviados por los obreros a parlamentar fueron fusilados de inmediato, y Varela volvió a reclamar la rendición incondicional diciendo que iba a respetar la vida de los que se entregaran. Se volvieron a plantear las tres posiciones, y ganó en la asamblea entregarse. Schultz, pese a estar en contra de la resolución, la acató y lo pagó con su vida, al igual que el resto de los huelguistas que depusieron la huelga. Antonio Soto, en cambio, junto a un pequeño grupo, rechazó la resolución y logró escapar a Chile, donde permaneció en la clandestinidad un tiempo.
Otto Vargas, en El marxismo y la revolución argentina, tomo 2, analizando la lucha de líneas expresada en dicha asamblea, afirma “Antonio Soto —que siguió fiel a sus ideas hasta su muerte en 1963— tampoco confiaba en los militares, pero era partidario de dividirse en partidas móviles, desaparecer, aparecer sorpresivamente, esconderse en los bosques, hasta obligar a los estancieros a pactar. Planteaba esta táctica no para luchar por el poder, sino para ganar la huelga, consolidar al sindicato e ir luego a objetivos mayores”. Vargas plantea que tanto Soto como Shulz, con sus diferencias, expresaban una postura combativa en una experiencia que no fue analizada a fondo por las corrientes obreras contemporáneas.