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26 de julio de 2017

Julio de 1917 es un mes de viraje. El Gobierno Provisional hace su movida. La coalición de partidos burgueses, social revolucionarios y mencheviques tiene conciencia del “riesgo bolchevique” y concentran sobre ellos el peso de su jugada. 

Las “Jornadas de Julio”

Un traspie en la Rusia de 1917

El proceso de la revolución no era ni podía ser lineal. Cada sector en pugna tenía algo para decir. Y mucho para perder. Ninguna fuerza “funcionaba” con el fatalismo de suponer un desenlace ya escrito. La transición de la etapa democrático burguesa a la socialista se presentaba con final incierto. 

El proceso de la revolución no era ni podía ser lineal. Cada sector en pugna tenía algo para decir. Y mucho para perder. Ninguna fuerza “funcionaba” con el fatalismo de suponer un desenlace ya escrito. La transición de la etapa democrático burguesa a la socialista se presentaba con final incierto. 
Las masas reaccionaban frente a medidas (o directamente provocaciones) del Gobierno. Las sucesivas crisis revelaban, al decir de Lenin, “manifestaciones de un tipo más complejo, de movimiento por oleadas, que suben velozmente y descienden de un modo súbito que exacerba la revolución y la contrarrevolución…”.
El 16 de junio comienza el I Congreso de los Soviets de toda Rusia. Los bolcheviques convocan a una movilización para el 23 de junio para exigir paz, pan y tierra. La dirección del Congreso arma una gran batahola acusándolos de incendiarios. Para sorpresa de todos, los bolcheviques suspenden su marcha. Confundiendo prudencia con debilidad, los social revolucionarios y mencheviques, en apoyo a su “sensatez”, convocan a su propia concentración a la que se suman los bolcheviques. El 1° de julio manifiestan medio millón de obreros y soldados. Contra las expectativas de los organizadores la abrumadora mayoría levanta las consignas bolcheviques. Un gran avance en la tenaz tarea por cambiar la correlación de fuerzas. 
Nuestros bolcheviques no tuvieron tiempo para festejos. Ese mismo día el Gobierno Provisional, con el apoyo de social revolucionarios y mencheviques pone en marcha una ambiciosa jugada político militar acordada con Inglaterra y Francia. El flamante ministro de Guerra inicia una gran batalla en el frente bélico que entrará a la historia como la “Ofensiva Kerenski”. Una temeraria carambola cuyo principal destinatario será el “enemigo interior”. Kerenski y compañía especulan con recrear una ola patriotera con la que ponerle freno al desborde popular. ¡A recomponer la disciplina en las Fuerzas Armadas (restauran la pena de muerte por insubordinación o “cobardía”)! ¡A sacar al pueblo de las calles! ¡A terminar con la toma de tierras en el campo!
La respuesta popular fue contundente. Una ola de repudio recorrió gran parte del país. La misma se decuplicó al trascender la debacle con la que terminó la “Ofensiva” (40.000 bajas entre muertos y heridos). En Petrogrado la efervescencia iba en aumento. En los cuarteles crecía la idea de derrocar al Gobierno Provisional. Los bolcheviques desalentaban tal acción por considerarla prematura. El pico de la agitación estaba confinado a algunas ciudades pero no suficientemente expandido a toda la extensión de Rusia. Considerando la situación en su conjunto, le sobraban razones a los bolcheviques para graduar la pelea. Pero la furia puede ser una mala consejera y la posición de los bolcheviques no prevaleció. El movimiento petrogradense fue creciendo en voltaje y en desatino, saliendo a las calles espontáneamente el 16 de julio. Su epicentro: algunas fábricas, cuarteles y la base naval de Kronstadt. 
Desde las Tesis de Abril en adelante, la prédica de los bolcheviques venía calando hondo entre los obreros y soldados, tanto en el frente como en la retaguardia. En mucho menor grado en la gran masa campesina dispersa en infinidad de aldeas. De los 175 millones de habitantes del Imperio zarista, Petrogrado albergaba tan solo unos 2 millones. Moscú un millón y medio. La gran tarea de crear masa crítica hacia la Revolución Socialista estaba encaminada pero no resuelta. En los soviets todavía eran mayoritarios los colaboracionistas con la burguesía. Por todo ello mal momento para precipitarse al vacío. 
Ante la imposibilidad de encauzar la tremenda combatividad reinante, los bolcheviques resignaron su táctica e hicieron honor al principio de no abandonar en la estacada a esas masas hartas de tanto manoseo. En un párrafo Lenin nos habla de un dilema que se nos presenta a menudo: “Es sabido que algunos meses antes de la Comuna, en el otoño de 1870, Marx previno a los obreros de París, demostrándoles que la tentativa de derribar el gobierno sería un disparate dictado por la desesperación. Pero cuando en marzo de 1871 se impuso a los obreros el combate decisivo y ellos lo aceptaron, cuando la insurrección fue un hecho, Marx saludó la revolución proletaria con el mayor de los entusiasmos, a pesar de todos los malos augurios. Marx no se aferró a la condena pedantesca de un movimiento ‘extemporáneo’”.
El 16 de julio 500.000 soldados y obreros armados marchando contra el Gobierno. Dos días más tarde, tropa traída desde el frente ametralla a los manifestantes… La represión terminaría alcanzando su propósito. El Partido bolchevique ilegalizado pasaba a la clandestinidad, sus imprentas arrasadas, Lenin al socavón. La ola represiva pondría sobre la mesa la tarea de preparar la insurrección para la toma del poder por el proletariado.