Milei arrancó diciendo que “la situación que estamos (sic) viviendo es dura, pero ya hemos recorrido la mitad del camino”. Es decir, este brutal proceso de ajuste recién iría por la mitad. Definió como “patriotas” al ministro de economía Luis Caputo y al presidente del Banco Central (BCRA) Santiago Bausilli, artífices del endeudamiento y la fuga de capitales bajo la gestión macrista y con varias causas judiciales por corrupción en su haber (las de Bausilli se cerraron en tiempo récord antes de asumir su nuevo cargo). Su idea de “patriotismo” es tan extraña como la de “heroísmo” (los empresarios que fugaron dólares).
Su discurso estuvo plagado de “falacias” y tuvo como eje central la celebración del superávit fiscal -resultado entre ingresos y gastos del Sector Público Nacional- logrado en estos meses. Según su concepción monetarista (errónea por su unilateralidad), si se acaba el déficit fiscal, se termina con la emisión monetaria para financiarlo y con la inflación, cuya única “causa probada” sería dicha emisión. En el primer trimestre, el superávit primario (antes del pago de intereses) fue equivalente a 0,6% del PIB y el financiero a 0,2%, “un hito que debe enorgullecernos a todos como país”. Lo que no aclara, o más bien miente burdamente, es sobre quienes lo pagaron.
En términos globales, el superávit fue producto de una caída del 4,5% en los ingresos y del 30,4% en los gastos medidos en términos reales (descontada la inflación). Al respecto, Milei sostuvo que “de los 5 puntos de déficit que hemos ajustado sólo el 0,4% responde a la pérdida de poder adquisitivo de las jubilaciones, pérdida producida por la nefasta fórmula de movilidad de Alberto Fernández”. En realidad, los 5 puntos de reducción del déficit son el objetivo del gobierno para todo el año; y no se sabe bien como saca las cuentas, pero hasta el momento la principal carga del ajuste ha recaído sobre los jubilados y pensionados, que ya venían de seis años de caída en su poder adquisitivo. El gasto en este rubro cayó 36% real y explicó un 38% del recorte en el gasto total. Es cierto que la fórmula de movilidad vigente, al estar desenganchada de la inflación -que el propio Milei disparó- favorece la licuación de los haberes, pero nada impedía al gobierno otorgar montos adicionales, como ocurre con los míseros bonos para los haberes más bajos; por el contrario, aprovechó la fórmula para, más que licuar, exprimir por completo a los jubilados.
Entre otros rubros que también contribuyeron decididamente a la reducción del gasto -por peso y magnitud de la caída- se encuentran los subsidios energéticos, cuyo recorte (51% real), además de explicarse por las subas de tarifas, se debió a que el Tesoro pisó pagos y acumuló una enorme deuda con las generadoras eléctricas; el recorte salarial de los estatales (-20%); “otros programas sociales” (-18%), que incluye los bonos a los jubilados y el plan Potenciar Trabajo, entre otros; y el derrumbe de las transferencias corrientes a las provincias (-75%). Siempre en términos reales, estos rubros explicaron individualmente entre el 5% y el 10% del recorte en el gasto. Otro tanto respondió a la paralización de la obra pública (globalmente, los gastos de capital cayeron 87%). Por el contrario, el pago de intereses de la deuda pública creció 5% y pasó a explicar un 16% del gasto total. Milei dijo que la Argentina tenía la presión impositiva más alta del mundo, lo cual es rotundamente falso, ubicándose bien lejos de los primeros lugares.
Por consiguiente, el mentado superávit se obtuvo centralmente por la política de licuación inflacionaria, de pisar gastos y acumular deudas. El ajuste no lo paga ninguna casta, sino el pueblo argentino, empezando por uno de sus segmentos etarios más vulnerables, los adultos mayores. Esta es la “hazaña de proporciones históricas a nivel mundial” de la que tanto se regodea Milei. El propio FMI, con la hipocresía que lo caracteriza, alerta sobre “la calidad del ajuste” y pide públicamente que no recaiga “excesivamente” sobre los jubilados y sectores de menores ingresos. Lo que en realidad le preocupa es que el creciente descontento social no ponga en riesgo la sostenibilidad del ajuste a largo plazo.
En otro tramo de su discurso autocelebratorio, Milei dijo que “la inflación se está desplomando”. Esta había sido del 12,8% mensual en noviembre y la nueva gestión la disparó a 25,5% en diciembre, el guarismo más elevado desde marzo de 1990. Y sí, luego comenzó a bajar. Con la megadevaluación del peso, la liberación de precios regulados y la suba de tarifas, Milei llevó la inflación a las nubes y ahora festeja que está disminuyendo, con valores que continúan siendo siderales. Quedan pendientes en el corto plazo más tarifazos de servicios (luz, gas) y transporte, que contrastan con el optimismo oficial en materia de inflación.
El fogonazo inflacionario fue deliberado para recortar rápidamente el gasto público y los salarios en términos reales; el medio para encender la “licuadora”. También para facilitar una rápida redistribución de ingresos a favor de los sectores más concentrados, ya que los monopolios tienen la capacidad de trasladar aumentos de precios bien por encima de los salarios y del promedio de la economía; la mayoría de las PYMES también pierden en la carrera inflacionaria.
Lo que no dice Milei es que la baja más reciente de la inflación desde niveles astronómicos se debe, en primer lugar, al desplome de la actividad económica y la demanda. En febrero (último dato oficial), el nivel general de actividad económica cayó 3,2%, la producción industrial 8,4% y la construcción 24,6%, respecto de igual mes de 2023. Los datos disponibles de marzo marcan un deterioro sensiblemente mayor de la actividad. Por ejemplo, siempre en términos interanuales, los despachos de cemento se desplomaron 42,9%, la producción de vehículos 29,1% y la producción industrial PYME 11,9%. Por el lado del consumo, en febrero, las ventas en supermercados disminuyeron 11,4% y en centros de compras 18,4%; en marzo, las ventas en comercios minoristas bajaron 12,6%.
En segundo lugar, luego del salto cambiario inicial, el BCRA ha dejado el dólar oficial relativamente quieto (sube a un ritmo del 2,0% mensual), que en la actualidad pasó a operar como ancla nominal de la economía. Esto ha comenzado a generar reclamos -por el momento moderados- de sectores vinculados a la exportación que, engolosinados con la enorme ventaja cambiaria lograda inicialmente, ahora ven un “retraso” del dólar oficial. En ese sentido, la lupa está puesta sobre la liquidación de los dólares provenientes del agro.
El desplome de la actividad económica también ha repercutido seriamente sobre el nivel de empleo. A enero, los datos oficiales de empleo registrado -ajustados por estacionalidad- muestran que en solo dos meses hubo 40.600 trabajadores asalariados menos en el sector privado (32.600 en la construcción) y 26.900 menos en el público; información preliminar de febrero también arroja una merma de miles de empleados. Estos datos no contemplan los despidos en el universo no registrado, siempre mucho más vulnerable a la recesión.
En este marco, Milei mencionó que había un 60% de pobreza, seguramente tomando los números de la UCA, que la había estimado en un 49,5% para diciembre. Así, Milei admite que su política económica arrojó a la pobreza a cinco millones de personas más en lo que va del año, sin contar los que sumó en diciembre con el salto devaluatorio y la escalada inflacionaria.
Este contexto marcadamente recesivo, inducido por la política económica oficial, también ha sido fundamental para la acumulación de reservas del BCRA, al contraerse las importaciones de la dependiente economía local. Se trata de otro objetivo primordial del gobierno y una de las metas comprometidas con el FMI. Así, el BCRA pudo acumular USD 10.500 M en las reservas netas (propias) en lo que va de esta gestión. Pero esto lo logró no solo a costa de la recesión y la continuidad del cepo cambiario, sino también porque mantiene pisado un tercio de los pagos de importaciones: en diciembre-marzo, la diferencia entre las importaciones realizadas y las pagadas ascendió a USD 10.450 M, monto equivalente a la acumulación de reservas, lo cual representa nueva deuda comercial. Tal como ocurre en el plano fiscal, acá el gobierno también “logra resultados” a nivel macroeconómico en parte pisando pagos que implican nueva deuda de corto plazo, para mostrar rápidamente superávit fiscal y externo ante su tribuna empresarial y el FMI.
Para el cierre de su discurso, el mesiánico presidente habló del “largo camino por el desierto hacia la tierra prometida”. A esa tierra prometida ya llegaron hace rato los monopolios y grandes terratenientes, que de la mano de Milei van por mucho más. Los cacerolazos, el paro nacional y la movilización de la CGT del 24 de enero, y las masivas marchas universitarias marcan el camino para torcerle el brazo a esta política que sólo trae más ajuste y sufrimiento al pueblo argentino.
Escribe Ramiro Suárez
27/04/2024