“Obligadas a trabajar (…) en pisos húmedos, en invierno tiritando de frío y en verano haciéndoseles insoportable la atmósfera debido al vapor de agua (…), son constantemente azuzadas por los inspectores(…) las de la sección planchado, debido a la alta temperatura, en verano se desmayan con frecuencia y lejos de auxiliárselas, el inspector, reloj en mano, comprueba la duración del síncope a fin de que la obrera integre la jornada de labor”. Así describía la dirigente socialista Carolina Muzzilli las condiciones de trabajo de las mujeres en una fábrica a comienzos del Siglo 20.
Por su parte, las anarquistas que editaron La voz de la mujer en 1896, escribían: “Nosotras creemos que hoy en día, no hay nadie en peor situación que las infortunadas mujeres. Las mujeres son doblemente apremiadas: por la sociedad burguesa y por los varones”. Así aparecía la denuncia de la doble opresión, junto a la de la superexplotación de las mujeres en la ciudad y el campo. Ya en el pliego de reivindicaciones levantado en el acto de 1º de Mayo de 1890 se pedía “Prohibición del trabajo de la mujer en todos los tramos de industria que afecten con particularidad al organismo femenino”, y levantaban “para ellas la divisa: lo mismo por la misma actividad”.
De las mujeres que trabajaban a fines del Siglo 19 –en estadísticas que sólo cuenta las grandes ciudades–, cerca del 50% lo hacían en el servicio doméstico, cocineras, lavanderas o planchadoras. En talleres y fábricas, las mujeres se concentraban en cigarrillos, fósforos, alpargatas, sombreros, galletitas, entre otros. Un alto porcentaje eran empleadas de comercio, y las mujeres eran el 80% de la mano de obra en el trabajo a domicilio, parte fundamental de muchas industrias en esos años. La docencia era un trabajo casi exclusivamente femenino.
Hay que decir que si bien tanto socialistas como anarquistas fueron los primeros en plantear los derechos de las mujeres trabajadoras, esto no fue sin debate dentro de sus filas. Algunos por concepciones burguesas hacia la mujer, otros porque la veían como competencia en el mundo laboral, principalmente en tiempos de crisis y desocupación. Así, el Manifiesto que convocó al 1º de mayo de 1890 basaba su reclamo respecto a las trabajadoras “para evitar que la futura generación sea anémica por el germen de achaque que se infiltra en el vientre de la madre”. Peor se expresaba una artículo del periódico anarquista La Protesta, en 1919, cuando afirmaba “¿Qué puede engendrar una prostituta, una fabriquera, una empleadilla?… Cinco mesinos, abortos, medusas, espumarejos, futuros cosacos…”.