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03 de octubre de 2010

En el Encuentro Nacional de Mujeres conversamos con compañeras que participaron en el taller de trabajo y contaron sobre las condiciones laborales.

Las penas siguen siendo nuestras, y las vaquitas ajenas

Entrevista con trabajadoras de frigorificos

Las historias evocan a Crónicas proletarias de José Peter; dirigente comunista del gremio de la carne. Decimos evoca, porque en su texto cuenta sobre las condiciones de trabajo previas al advenimiento de Perón. En el testimonio de estas mujeres, paradójicamente, recogemos las condiciones de los trabajadores de los frigoríficos tras las privatizaciones y flexibilización laboral iniciada con el gobierno de Menem y hoy profundizada por la política de Kirchner.
F(42) hace más de diez años que trabaja en la picada, haciendo charqueado; tarea que consiste en “quitar la grasa hasta que la carne quede al rojo”. Nos cuenta que en su sector trabajan 400 trabajadores, “la mitad son mujeres” a quienes les toca “el trabajo más duro”, y a continuación agrega “pero no hay derechos para nosotras. Si tenemos problemas con los chicos fuiste; si estás enferma, perdés presentismo, perdés todo. Yo trabajo nueve horas y media todos los días; tenemos turnos fijos, pero cuando vienen las inspecciones de Senasa, te cambian los horarios, a veces entramos a las 6, a veces a las 4 y así todo el tiempo. Vas a marcar y ya ves el horario del otro día, tenés que adaptarte a cualquier horario porque hacen lo que quieren.
Según nos cuenta F, las enfermedades como resultado de la exposición a temperaturas bajo cero y el estar de pie durante largas jornadas, genera en la mayoría de los operarios problemas de columna y várices en las piernas. “También está la tendinitis, especialmente en la muñeca de tanto charquear, por el movimiento de la mano”; son típicas, además, las lesiones de disco, “la espalda se te contractura de tanto trabajar”. A todo esto se le suman las enfermedades de oído, “porque es muy fuerte el ruido de la noria. Aunque te dan los protectores auditivos chiquititos se te inflama todo el oído; a nosotros nos hace remal esa cosa, si apretás se te hincha el oído”.
En estas condiciones las empresas van tomando jóvenes contratados a través de empresas tercerizadas, a lo que F agrega “chicos que los usan, les meten en la cabeza que si hacen extras van a quedar efectivo, mientras van haciendo 10 o 12 horas los domingos metidos ahí adentro, se les terminó el contrato y viene otro. Hace poco un operario se sacó los dedos con la máquina para sacar pellejo, se los trituró. Tres meses tenía ese pibe en el laburo. No pueden mandar a alguien que no sabe”. Y continúa: “Cuando hay laburo, no se fijan quién va. Tampoco tienen consideración con las embarazadas, ni con las mujeres grandes. Las embarazadas hasta los 8 meses trabajan en el charqueo”.

Dejando la vida en la fábrica

M trabaja en otro frigorífico, en una tripería. Es madre de dos pibes. En sus manos con 29 años se inscribe la superexplotación que sufren las mujeres jóvenes en los frigoríficos de nuestro país. Al decir de M: “pasa el tiempo y se te va deteriorando el cuerpo. Yo estoy operada del cartílago, porque hace tres años que estoy ahí, es muy cansador”.
M fue al Encuentro, entre otras cosas, a contar a las otras mujeres, una preocupación que le viene todo el tiempo. “Me han contado muchos compañeros que los echaron, que le dieron una enfermedad como ésta, la tendinitis, o problemas cervicales y lo mandan a la ART y lo hacen pasar como algo natural, como que eso no fuera una lesión en el trabajo. Y el miedo mío es, presentarme a trabajar y que me digan que no les sirvo, porque me lo ha dicho en la cara el encargado de personal que no le voy a servir y que lo piense, porque voy a tener que renunciar tarde o temprano”. La bronca de M, como la de miles que dejan su cuerpo en la fábrica se expresa con un amargo “yo les he dado 3 años matándome, dándoles la vida y que cuando yo los necesito ellos me digan ‘así no me vas a servir y me vas a tener que renunciar o llegar a un arreglo’”. Y reflexiona sobre lo que la empresa considera “ser una buena operaria: Les he trabajado hasta 13 horas, porque para ellos tenés que matarte trabajando, porque si vos trabajás 8 horas ellos empiezan a hacerte de lado y así, te cambian de lugar.
S (27) hace 5 años que es charqueadora en un frigorífico grande. Por su trabajo cobra “cuatro pesos y pico la hora”. Es madre de dos chicos y único sostén de la casa “como la mayoría de las chicas en el frigorífico. La mayoría somos jóvenes, las mujeres grandes se están jubilando, ya quedan muy pocas, se jubilan a los 55 años, algunas a los 50 porque hace mucho frío y el trabajo es insalubre”.
S nos cuenta cómo transcurre el tiempo del trabajo, durante un día de su vida: “Si llueve, tenés que ir, por más que esté todo inundado; vos tenés que ir igual y marcar tarjeta. En cuanto llegás 5 minutos tarde no entrás y perdés presentismo y los tickets que son más de cien pesos.
“Cuando vas al baño, te toman el tiempo, no quieren que tardes más de 20 minutos. Si estás descompuesta o indispuesta tenés que ir y venir; es más, muchas veces te mandan a llamar si vas al baño. Si estás descompuesta, tenés que buscar al encargado para pedirle una constancia de él, que sabe que vos te vas a enfermería. Si vas a enfermería y no tenés el papelito no te atienden.
“A las diez de la mañana, tomás un desayuno –que te lo descuentan del recibo –son tres medialunas o tres bizcochos y un vaso de mate cocido o té con leche. Salimos a las tres de la tarde y llego a mi casa a las cuatro; después no hago nada, tomo unos mates, ya no puedo dormir la siesta porque vienen los chicos de la escuela, tenés que lavar, preparar la comida porque al mediodía no pudiste cocinar, comen algo así no más. Preparo las tareas, la comida, las cosas y qué se yo. Te dormís y cuando te das cuenta ya te tenés que levantar para ir a trabajar otra vez. O sea, pasa el día a mil”.

El laburo: producción y carne vieja

S relata en qué consiste el trabajo en la picada: “cuando hay laburo tenés 2 mil cabezas por día; se labura a full. Esa carne es cuota Hilton, o sea tenés control de calidad, los de Senasa, tenés toda la gente encima dando vueltas que te exige calidad y cantidad; pero no se puede sacar todo. Quieren producción y te pagan lo mismo que cuando hacés la mitad. Aumenta el trabajo pero no te aumentan el sueldo. Por ejemplo yo hago cien cortes por hora; hay cortes que se hacen menos, los que son muy grandes o más pesados se hacen 50 por hora. En general, te mienten, te dicen que hay 800 cortes cuando en realidad hay mil, cuando empezamos preguntamos ¿cuántos cortes hay hoy? ¿cuánta producción hay? Y te dicen 800; cuando en realidad después te enterás por la despostadora que hay más, que hay mil y pico, porque vos no estás contando, vos laburás, laburás y laburás, pero ¿la plata de eso dónde está?
“Ahora estamos trabajando “carne vieja” que es la carne que se trabaja cuando no hay producción, que se deja en cámaras por meses y después la trabajamos en salchichas y hamburguesas. Para esto no te pagan producción, se paga al mínimo, y con carne vieja levantás todo lo que pasa y tenés que aprovechar todo”.

Las cuchillas

“Te las tendrían que dar cada seis meses, te la dan una vez por año. Los guantes verdes te los dan –son los que van arriba de la defensa–, son para que no te ensucies. La defensa, es de tela de fibra de acero, para que no pase el cuchillo, cuando se moja no podés trabajar porque te lastima las manos y el verde cubre la defensa para que no se te ensucie el de tela. Y el verde, tendrían que darte uno por semana y no te lo dan… a veces se te rompe el guante verde, se te moja la defensa y se te lastiman todas las manos… se te moja, con el cuchillo te raspa y te lastima todas las manos, te saca unos callos mal.
“Siendo mujer, tenés que aprender a afilar tu propio cuchillo o pedirle por favor a un compañero que te lo afile porque tu cuchillo tiene que ser una hoja… porque vos levantás y cortás, levantás y cortás. A la hora el cuchillo ya no te corta y vos laburás a pulmón, y laburás mal. Tendría que haber afiladores, no hay, tampoco lugar para afilar”.
Así dejamos a las compañeras con ganas de seguir una charla que evoca también la rebeldía de esas obreras de Berisso y de Zárate, que tan bien describía Peter.