Ellas son parte de los 2.700 trabajadores que vienen protagonizando una de las epopeyas más grandes de la historia del movimiento obrero argentino.
La fábrica Terrabusi-Ktaft, propiedad del grupo alimenticio más grande de los Estados Unidos, fue paralizada totalmente durante 38 días, por hombres y mujeres como las que conversamos, hartas de que sus manos enfermas de tendinitis, y sus espaldas herniadas llenen los bolsillos de la patronal imperialista.
Mientras los despedidos y la Comisión Interna se mantuvieron dentro de la planta, ellas, junto al resto de los compañeros que no están despedidos, fueron las que garantizaron la unidad dentro de la planta.
Hoy enfrentan el rabioso revanchismo de la patronal imperialista, buscando la manera de seguir la pelea.
Estas mujeres, valientes y rebeldes, junto con María Rosario, una de las integrantes de la Comisión Interna a la que la Kraft le niega el acceso, nos contaron cuál es la realidad de la fábrica y su participación en el conflicto.
Por obvias razones, las llamaremos P, M, A, y S, y sólo basta saber que son trabajadoras de distintos sectores y turnos.
El día del desalojo
La charla comienza con el recuerdo atropellado del día del desalojo, cuando todas ellas estaban afuera haciendo el aguante, luego que la fábrica hace salir a los trabajadores del turno noche, e impide el ingreso de los otros turnos.
“Yo no quería correr, cuando empezaron a tirar, porque ellos lo que querían era desalojarnos de la puerta para que no veamos lo que hacían adentro”, dice A. “Yo vi que empezaron a disparar adentro, y ahí la gente fue hasta el portón y tiró piedras, como para defenderse”, agrega P.
Van detallando cómo se organizaron para sacar a los chicos que estaban en medio de la salvaje represión, la preocupación por compañeros, esposos, y amigos, que estaban enfrentando a la policía. “El que quedó para la historia”, agrega riendo S, “es el viejo que tiró al policía del caballo”. “Esas son las estrategias que tenemos que discutir, no las boludeces que hablan algunos”, reflexiona M.
Cuentan el sufrimiento de los hijos, que veían por TV cómo les pegaban a sus padres: “A mi papá le tiraron una bomba”, recuerdan que decía la hija de un trabajador, de siete años. Y les brota la indignación cuando hablan de los golpes a los compañeros despedidos, y en particular a las mujeres.
La situación dentro de la fábrica
Todos los relatos son historias en primera persona. Amigos, enemigos, traidores, todos, tienen nombre y apellido.
“Adentro está muy feo el ambiente. Hay tristeza. Viste que vos en el comedor sos libre de poner música con tu celular. Ni eso hay”. “La gente tiene mucho cuidado con quién habla. A mí me preguntan por ustedes (por María y el resto de los despedidos), pero si viene otro que no conocen se callan enseguida”.
Cuentan de las nuevas “normas” de Kraft (ver pág. 7), y cómo se trabaja hoy. La revancha patronal llega a límites increíbles. Las han llegado a filmar en las líneas, con un jerárquico al lado preguntando si quieren trabajar. En secciones de la planta donde hace frío, y las compañeras se ponían alguna camiseta debajo del uniforme, ahora no las dejan.
Los mismos gerentes sacan de las paredes este comunicado de Kraft del 28 de septiembre, por el odio que ha generado en los trabajadores. Las compañeras piensan que lo van a aplicar sin avisar “para que no nos amotinemos”.
La empresa trata de recuperar algo de lo perdido en estos días de paro, con un aumento en los ritmos de producción, en algunas máquinas casi al doble, dicen nuestras entrevistadas.
“Van a achicar los horarios del comedor, de los baños. Si te fuiste más de dos veces de la línea porque tenés dolor de panza, o cuando la mujer está menstruando y tiene que ir al baño a cada rato, te hacen un informe”.
“No podés llegar más de una vez tarde, si no te hacen un informe. Para ir a la proveeduría tenés que hacerlo fuera de horario de trabajo. Y vas a poder entrar a la fábrica solo media hora antes. Es un peligro. ¿Vamos a tener que estar afuera, las que llegamos antes, porque nos trae nuestro marido o alguien?” “Hay señoras acostumbradas a venir una hora antes, se cambian, se toman un desayuno, conversan en el vestuario. Olvidate.”
El lunes después de la represión
“Contale lo de la policía”. “Eran como 10, que querían entrar al comedor. Cuando los vimos llegar, nos paramos y los entramos a insultar. Yo sé que hay cosas que no le gustan, pero le decían cornudos, de todo. ¿Sabés lo que hacían? Te mostraban el arma. Peor. Le cantábamos que se vayan. Se tuvieron que ir.” “¿Después de todo lo que hicieron, pretenden entrar acá? No lo vamos a permitir”.
Ese lunes, luego del desalojo, los trabajadores del turno mañana fueron reunidos en el “quincho”, para una “lavada de cabeza” por parte del personal jerárquico. Allí Martínez, histórico gerente, repitió varias veces “tracemos una raya. Sabemos que nos equivocamos antes, pero miremos para adelante. Empecemos de nuevo”.
Los directivos reconocieron que el incidente en una de las secciones, que fue filmado y pasado por medios al servicio de las clases dominantes, donde se ve a trabajadores contra la Interna, fue armado por ellos, y se “les fue de las manos”. También que el recorte de los sueldos fue como castigo por apoyar a “28 delincuentes”.
Allí saltaron varios, diciendo “no pueden hablar así de nuestros compañeros”. Y se paró desafiante una trabajadora: “Yo sé que esto que voy a decir por ahí me cuesta el trabajo, pero le aclaro que esos que llama delincuentes son nuestros compañeros, y entre ellos está mi esposo, que estuvo dentro de la planta. A él le pegó la policía, y no es ningún delincuente. Defendió su puesto de trabajo”.
Una compañera llorando les reclamó “nunca me sentí tan maltratada en un trabajo. La empresa me lastimó el corazón. Yo llego a mi casa y les transmito amargura a mis hijos. Eso sentí con esta injusticia”.
Cuando las críticas se generalizaron, Martínez planteó: “Bueno, ahora hay que pensar en producir”. Ante el enojo de los trabajadores, y “Como la gente los atacaba mucho, las reuniones de los otros turnos no se hicieron”.
“Cuenten con nosotros”
“El problema adentro es que no nos quedó ninguna guía”, dice una, y relatan que en el comedor le dijeron a los compañeros de la Interna que entraron, “cuenten con nosotros. Ustedes saben que somos sus compañeros y los vamos a apoyar en lo que sea”.
Son ellas las que armaron un petitorio con tres puntos: reincorporación de los despedidos, que saquen la policía y que entre toda la Interna. “Todas las firmas se hacen de modo íntimo. Todos andamos mirando el papelito, para que no se pierda. Yo se lo paso a alguna, y ellas lo siguen pasando, de a uno, con cuidado para que no se pierda el papel, y que no lo vean los jefes.
Ante la pregunta de por qué esta lucha tuvo tanta firmeza, las respuestas son variadas. A recuerda: “Ese día que fuimos las madres a Personal, en medio de la gripe A, el mismo Martínez nos dijo que daban los días, y nos fuéramos a la casa. A las chicas de la tarde no quisieron darle el día. Ahí se armó, porque negaron la promesa que hicieron en el turno mañana. Se levantó el turno tarde, y de ahí viene la bronca”.
“Lo que pasa es que lo fuerte de nosotros es la Comisión Interna. Donde va la Interna, vamos nosotros. Los del sindicato, un desastre. Se portaron como el que ve a alguien tirado en el suelo, y en vez de ayudarlo mira para otro lado”, dice P.
S se sonríe: “Los líderes desde el primer día decían, ya mañana larga la producción. Y nosotros le decíamos, esto va a seguir. Al otro día venían y decían, ya largamos la producción, y nosotros, esto va a seguir. Así fueron los 38 días”, y agrega “uno todavía lo está viviendo. Cuando pare un poco voy a agarrar y leer todos los diarios que le saqué a mi cuñado, para entender lo que pasó. Es como que no caemos”.
Por su parte, M afirma: “Nosotros estábamos apoyados por la Interna, y eso nos daba coraje. Además, veíamos que ellos estaban ahí, y que mañana podíamos ser nosotros”.
P observa la importancia de las cadenas de oración, que “calmaban nuestra angustia y ayudaban a unirnos más. Eran de todos los credos, evangelistas, católicas. Participaban sobre todo las mujeres”.
Y ya en la despedida, una de estas valientes mujeres nos deja una frase, que resume la profundidad de esta gran batalla: “El otro día una chica me decía, cuando esto se termine, va a haber que hacer un día recordatorio de todo esto. Feriado no, porque la empresa no va a querer, pero sí un día para recordar que operarios hicieron cosas por sus compañeros, para pelearle a esta empresa yanqui”.