Noticias

01 de agosto de 2018

Latifundio e imperialismo

Para tener una idea, de cómo se distribuye el total de la superficie censada en nuestro país según el tamaño de las explotaciones agropecuarias con límites definidos, publicamos un cuadro resumido con el número de explotaciones y su escala de extensión en hectáreas, según la última fuente oficial confiable, el Censo 2002. El Censo 2008, realizado en el año de la Rebelión Agraria, adolece de muchos errores y, como toda la estadística posterior a la intervención del Indec –año 2007–, no es confiable, por lo que es imprescindible realizar un nuevo Censo que permita reflejar el avance de la concentración de la tierra a posteriori del año 2002.
Como se puede ver en el cuadro, las explotaciones de hasta 50 hectáreas son casi la mitad del total disponiendo de sólo un 1,31% del total de la tierra censada, mientras que apenas 2% de las explotaciones disponen de la mitad de las hectáreas censadas. Esto da una idea de la monopolización de la tierra en la Argentina, aún con las limitaciones que tiene el Censo, al hacerse por explotaciones y no por propiedad, ya que las familias o sociedades de grandes terratenientes (sean nacionales o extranjeros), disponen de varias explotaciones en distintos lugares del país. Según el Registro de Tierras Rurales, creado por Ley Nacional 26.737, aproximadamente 62 millones de hectáreas de la República Argentina (35% del territorio nacional) son propiedad de 1.250 familias o sociedades latifundistas (el 0,1% de los propietarios privados).
El latifundio, como expresión del monopolio capitalista de la tierra, es lo que está en la base del tamaño de la renta absoluta capitalista, y de la concentración de su apropiación, junto a la renta diferencial, a través de la concentración de la apropiación de la producción basada fundamentalmente en el capital de los contratistas y el trabajo de los asalariados. Esto mayormente en la zona pampeana y en la producción agrícola-ganadera extensiva, mientras en las zonas de producción intensiva, principalmente de chacras y quintas alrededor de las ciudades, predomina la producción a través de medieros o arrendatarios y asalariados. También en las zonas extrapampeanas subsiste el latifundio como forma de explotación primitiva, con campesinos originarios y criollos sometidos a la pobreza cuando no directamente desplazados cuando avanza el latifundio capitalista extendiendo la llamada frontera agropecuaria.
El otro elemento determinante de la producción y de cómo se distribuyen los resultados de esa producción, y de su industrialización y comercialización, en particular para la producción agropecuaria y la mayoría de las producciones regionales e industriales, es el carácter dependiente del imperialismo del país, económica y también políticamente. Es parte de la cuestión nacional, una parte también fundamental de la cuestión agraria argentina por el carácter dependiente del país, que determina la deformación y subdesarrollo del capitalismo en toda la economía nacional. Ya sea por el manejo monopólico imperialista de los insumos fundamentales del agro –al igual que ocurre en la industria– que limitan el desarrollo científico y tecnológico nacional, o por el dominio de las llamadas “cadenas de valor” y de las exportaciones (no sólo de granos y derivados sino de prácticamente todas las producciones exportables), que determinan el qué y cómo se produce y cómo se distribuye el resultado de lo que se produce, con las consecuencias de una mayor explotación y opresión de los obreros y peones rurales, de los pueblos originarios y la mayoría del campesinado, particularmente de los medieros, arrendatarios, contratistas y pequeños propietarios. Esto es lo que está en la base de la exclusión y la pobreza que hoy padecen millones de argentinos.
Al latifundismo y el imperialismo tenemos que agregar el poder del Estado oligárquico-imperialista en que se sustenta –su legislación y políticas (incluidas las impositivas y crediticias) y su justicia–, sin cuya destrucción y reemplazo por un poder popular revolucionario nuestros países y pueblos seguirán condenados al “subdesarrollo”.
Como dijo también Ernesto Guevara: “No hay gobierno que pueda llamarse revolucionario aquí en América, si no hace como primera medida una reforma agraria. Pero, además, no puede llamarse revolucionario el gobierno que diga que va a hacer o que haga una reforma agraria tibia; revolucionario es el gobierno que hace una reforma agraria cambiando el régimen de propiedad de la tierra, no solamente dándole al campesino la tierra que sobra, sino, y principalmente, dándole al campesino lo que no sobre, la que está en poder de los latifundistas, que es la mejor, que es la que rinde más, y es además la que le robaron al campesinado en épocas pasadas.
Eso es reforma agraria y con eso deben empezar todos los gobiernos revolucionarios, y sobre la reforma agraria vendrá la gran batalla de la industrialización del país”. (De “Che” Guevara: Mensaje a los jóvenes, 1960).

Hoy N° 1728 01/08/2018