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14 de noviembre de 2012

Leonardo Favio, imágenes de un sentimiento

Hoy 1445 / El más rebelde de los cineastas argentinos

 

 

“Un gaucho no puede morir un día como hoy, con tanto sol”. Esta es la frase que Juan Moreira, interpretado por Rodolfo Bebán, pronunciaba en la película homónima de Leonardo Favio, en la escena más majestuosa jamás filmada del cine cuando muestra la muerte de un gaucho rebelde y argentino.
 
Así también pasó a la eternidad un caluroso día de noviembre, el más rebelde de los cineastas argentinos, el más popular y nacional que supo representar nuestra idiosincrasia.
 
Analizar la totalidad de la obra de Favio como artista sería larga de detallar, cada uno que lea esta nota atesorará algún recuerdo relacionado con él, ya sea con su cine, con sus canciones o su actividad política.
 
Quien escribe esto escuchó hablar de Leonardo Favio y su “Juan Moreira” cuando tenía 5 años, en 1973; miles de veces interpreté la muerte del guacho Moreira en mis juegos infantiles (arrojándome en la cama, en la pared del patio de mi casa, o trepándome en la reja de algún vecino, que servia como lugar adecuado para interpretarlo).
 
Denostado durante un período por muchos intelectuales de los que hoy se presentan como fervorosos admiradores desde sus comienzos, no vacilaron en criticarlo por su vuelco peronista y barroco de su cine a partir del gaucho Moreira.
 
Dividían su cine en antes y después de ese momento, sin tener en cuenta de que a Leonardo Favio había que valorarlo en un todo y no en partes.
 
Favio, quien no reniega de influencias europeas en su cine (Robert Bresson y el neorrealismo italiano), supo también aprovechar la técnica y el profesionalismo del cine argentino representado en ese momento por Leopoldo Torre Nilsson, y recuperó de su propia historia (que es la historia de muchos argentinos), a través de Fernando Birri en el cine y de su madre que trabajaba en la radio haciendo obras en Mendoza, las tradiciones del circo criollo y el radioteatro, intentando dar un uso de ellas para buscar una estética que no sólo abordara temas propios sino que también tuvieran una estructura auténticamente nacional y popular.
 
Eligiendo personajes ignorados “pobres gentes… pero gente que siente… mostrándolos como son, sin regodearme con sus miserias, tanto a través de pequeñas vidas” (Historias de los cuentos de Zuhair Jorge Jury) o de esa mismas vidas elevadas a grandes mitos (Juan Moreira, Nazareno, Gatica).
 
Al fin de cuentas, en la vida misma de un pueblo está lo más vivo, lo más rico y lo más fundamental de las materias primas para que todo tipo de arte se nutra y dé una forma propia a la identidad cultural de un país. 
 
El pueblo, que sabe ver bien y distingue mejor que esos intelectuales que se refugian en una cultura argentina que necesariamente nos hacen creer que tiene sus raíces europeas, abrazó a Leonardo Favio desde el primer momento. Lo vio crecer como actor, lo contuvo en sus inicios de cineasta, lo gozó como cantante y lo abrigó en su corazón, donde el pueblo guarda a los hijos más queridos que salen de sus entrañas. 
 
 
Una gragea de Favio
(Del libro “Pasen y vean. La vida de Leonardo Favio” de Adriana Schetini). “… vos sos regorila (a Adriana Schetini) y sin embargo aquí estas…
-Y ¿Cómo sabes que soy regorila? 
-Se te nota en el orillo ¿No viste que en toda la tarde nunca me preguntaste por “El General”? Siempre dijiste Perón. Y eso es tomar distancia. Por eso se nota: sos regorila. ¿Cómo no voy a saber qué piensa Osvaldo Soriano, o lo que pensaba Borges? Pero sin embrago en mi equipaje nunca faltan los libros de Soriano, la obra de Borges, la Biblia, las confesiones de San Agustín, Botón Tolón, Isidoro Cañones y Patoruzú, por supuesto…”.