La policía debía verlo todo, entenderlo todo, saberlo todo, poderlo todo. El poderío y la perfección de su aparato parecían tanto
más terribles cuanto que hallaba recursos insospechados en los bajos fondos del alma humana. Sin embargo, no pudo impedir
nada. Durante medio siglo defendió inútilmente a la autocracia [zarismo] contra la revolución, la que cada año se hacía más fuerte…
En 1917, la autocracia se derrumbó sin que las legiones de soplones, de provocadores, de gendarmes, de verdugos, de guardias
municipales, de cosacos, de jueces, de generales, de popes, pudieran desviar el curso inflexible de la historia. Los informes de la “Ojrana” redactados por el general Globachev constatan la proximidad de la revolución y prodigan al zar advertencias inútiles. Lo mismo que los más sabios médicos llamados para asistir a un moribundo no pueden sino constatar, minuto a minuto, los progresos de la enfermedad, los omniscientes policías del imperio veían impotentes cómo el mundo zarista se precipitaba al abismo...
13 de enero de 2011