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26 de agosto de 2015

Los acuerdos con China

Parte de la política entreguista a los imperialismos

Como parte de su política de establecer una “alianza estratégica integral” con los imperialistas de China y de Rusia (que, como tales, no sólo incluyen acuerdos comerciales o de inversiones, como con los otros imperialistas, sino también políticos y militares), el gobierno de Cristina Fernández hizo aprobar por su mayoría parlamentaria el llamado “Convenio marco de cooperación en materia económica y de inversiones entre la Argentina y China”.
Entre otros aspectos, por este acuerdo, a cambio de financiamiento del imperialismo de China, se compromete a nuestro país a la compra exclusiva de tecnología de China, facilita el ingreso a la mano de obra de ese país y habilita la adjudicación de obras públicas sin necesidad de realizar licitación alguna.
Por este convenio el imperialismo de China puede invertir en Argentina, con adjudicación directa y beneficios impositivos, en los más diversos sectores como energía, minerales, productos manufacturados, tecnología, agricultura, etc.
Es así como, bajo este convenio, la Argentina y China ya firmaron una treintena de proyectos conjuntos. En la esfera económica se destacan la construcción de Atucha III y las represas Kirchner y Cepernic; la modernización del ferrocarril Belgrano Cargas; la compra de barcos y dragas; los proyectos de riego en la provincia de Entre Ríos, y la instalación de la llamada “Estación de Espacio Lejano”, que ya está en construcción en Neuquén.
Sobre este último “proyecto”, en el mismo trámite parlamentario a “libro cerrado”, el gobierno de Cristina Fernández hizo también aprobar el acuerdo con China de instalación de la estación espacial de ese país, con cesión de soberanía, sobre el predio de 200 hectáreas en Neuquén, que además contempla una exención impositiva por 50 años para los imperialistas de China. Esto pese a todas las advertencias sobre el carácter dual de esta base: civil-científica y militar.
 
El intercambio de monedas
A estos “convenios” hay que agregar el acuerdo de intercambio de monedas (llamado swap), que implica también un remachamiento con el imperialismo de China de ese eslabón de la dependencia que es la deuda externa. Este acuerdo fue firmado con el Banco central de China por Cristina Kirchner y su entonces presidente del Central de Argentina, Juan Carlos Fábrega, el 18 de julio de 2014, por un crédito en yuanes hasta el equivalente de 11.000 millones de dólares (ahora disminuido por la devaluación del yuan) y por el término de tres años.
Entre sus objetivos figuran los de “mejorar las condiciones financieras para promover el desarrollo económico y comercial entre ambos países” y el de “fortalecer el nivel de reservas internacionales de la parte solicitante de los fondos”. Es decir, que la intención de agregarlos a las debilitadas reservas del Banco Central estuvo desde un primer momento, por lo que en el acuerdo se establece que en el caso de que la Argentina “utilice los CNY (yuanes de China) depositados a su nombre en el PBoC (Banco del Pueblo de China), pagaría la tasa Shibor más 400 puntos básicos de spread”.
La tasa Shibor es la interbancaria del mercado de Shangai, que actualmente gira en torno de 3,39% anual. Lo que sumándole los cuatro puntos que significan los “400 puntos básicos”, implica que la Argentina, de tener que trasformar esos yuanes en dólares, terminaría pagando más de 7% anual, una de las tasas más altas del mundo.
Hasta ahora esto no ha sucedido: los tramos habilitados que se vienen contabilizando como reservas en el BCRA, que ya sumaban un equivalente a 8.500 millones de dólares (ahora reducidos por la devaluación del yuan, como lo anunció el propio Banco Central), no han salido de China. Pero el temor es que con la disminución de las reservas disponibles, se termine recurriendo efectivamente a ellos. Y no sólo por el costo financiero que implicarían sino sobre todo por el corto plazo (de un año) de cada uno de esos tramos, que impone una renegociación al vencimiento de los mismos (el primer tramo vence en enero de 2016), semejante a la que imponen los otros imperialismos para remachar ese eslabón de la dependencia que es la deuda externa.