La existencia de un período de distensión temporal entre las dos superpotencias ha abierto un debate sobre sus alcances y durabilidad, y también en torno a su influencia sobre los países del Tercer Mundo.
La existencia de un período de distensión temporal entre las dos superpotencias ha abierto un debate sobre sus alcances y durabilidad, y también en torno a su influencia sobre los países del Tercer Mundo.
Para algunos estamos ante un “nuevo período” en la historia universal. Habría terminado “el viejo mundo de la guerra fría” y entraríamos en “una era de paz, comercio y homogeneidad ideológica”. Se habla, incluso, de la posibilidad de eliminar las guerras como medio de dirimir disputas entre las naciones, y que las sumas, gigantescas, que hoy se dedican a los gastos bélicos, podrían, en el futuro, dedicarse a mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Esta teoría revisionista resulta atractiva si se tiene en cuenta que un solo submarino nuclear de nuevo tipo equivale al presupuesto de educación de 23 países en desarrollo, con 160 millones de niños en edad escolar. Todo esto porque se argumenta que la posibilidad de una guerra atómica ha cambiado el carácter de las guerras (justas o injustas): la guerra atómica implicaría la destrucción de la humanidad.
Los teóricos soviéticos, y también algunos yanquis, plantean que la coexistencia pacífica, tal como la formuló Jruschov (como una forma de la lucha de clases a escala mundial), es hoy un concepto superado. Para algunos de esos teóricos la coexistencia entre naciones con diferente sistema social ha dado paso a la “integración” entre naciones ayer consideradas imperialistas o socialistas, pero que hoy serían, simplemente, naciones amigas. Tanto en Oriente, como en Occidente, hay personas que plantean que la carrera armamentista carece de objetivo porque “ha desaparecido el enemigo” el enemigo se ha transformado en “socio”.
Desde ya que ni Bush ni Gorbachov son tan ingenuos. En primer lugar la carrera armamentista no ha cesado. Por el contrario: lo único que han hecho las superpotencias es desprenderse de la chatarra de guerra –armas con más de veinte años de vida– para modernizar su armamento, su logística, sus dispositivos estratégicos y de mando, y concentrar sus esfuerzos en la lucha por adelantarse en la que se ha dado en llamar “la guerra de las galaxias”. El Ejército soviético, que en plena guerra fría, en vida de Stalin, tenía en 1948, 2.874.000 efectivos, tuvo en 1988, 5.096.000 hombres incorporados a sus filas (sin contar las fuerzas de seguridad de Estado, KGB, y del Ministerio del Interior que totalizaban otros 570.000 efectivos en 1988). En la víspera de la reunión de Bush y Gorbachov en Malta, el comandante en Jefe de la OTAN en Europa, John Galvin, advirtió que el bloque occidental “recurrirá a las armas nucleares ante la eventualidad de una guerra en la que se encontrara perdiendo en el campo de batalla convencional”, y que la OTAN “introducirá en Europa, en 1992, armas nucleares de corto alcance” (ANSA: 1/12/1989). La distensión es transitoria. La disputa es lo permanente, ya que la distensión es para mejorar las posiciones de cada superpotencia en la disputa por el dominio mundial.
En segundo lugar, salvo el conflicto de Irán e Irak, no se ha resuelto ninguno de los focos de conflicto en los que se enfrentan (a través de las fuerzas de otros países) las dos superpotencias que tratan, cada una, de montarse en la lucha liberadora de los pueblos contra la potencia rival: Camboya, Afganistán, Medio Oriente, Cuerno de África, Angola, África del Sur, Centroamérica. Ha disminuido la “temperatura” de estos conflictos pero no han cesado. Incluso periódicamente se atiza uno u otro.
En tercer lugar la administración Bush fue cauta respecto de la URSS en el período previo a las reuniones con Gorbachov. No consideraba correcto el punto de vista de Reagan de que “ha terminado la guerra fría” y hay “relaciones especiales entre EE.UU. y la URSS”. Consideraba importante el cambio de estrategia militar soviética llamada ahora de “suficiencia razonable” y “estrategia defensiva”, pero no consideraba que este cambio ya fuera realidad y se resistía a reducir aquellas armas en las que la OTAN tenía superioridad sobre la Organización del Pacto de Varsovia (aviones, helicópteros y fuerzas navales). Recién antes de la reunión con Gorbachov, en Malta, Bush elogió la política del líder soviético, apostando a la supervivencia política de éste y a la continuidad de la distensión entre la URSS y los EE.UU. Por su lado la URSS está acelerando la investigación de tecnologías militares sofisticadas y desarrollando nuevos tipos de armas y equipos preparándose a fondo para la guerra moderna. Los teóricos gorbachovianos apoyan la línea de la llamada “interdependencia” entre el Este y el Oeste, pero “sin absolutizarla”, teniendo presente “que pueden surgir situaciones inesperadas” y que el mundo actual no sólo es “interdependiente” sino que también presenta un “carácter contradictorio” por ser “un mundo preñado de cataclismos imposibles de predecir e imaginar” (Julio Oganisian en Revista Internacional Nº 9 de 1989, página 66).
En cuarto lugar: la competencia sigue siendo lo que prima en las relaciones entre los EE.UU. y la URSS, dado que si bien ambas buscan mejorar sus relaciones cada una tiene su plan para debilitar a su adversario y consolidar su poder. Los soviéticos, pacientemente, arman su bomba en América Latina para enredar a los yanquis en su patio trasero, y los yanquis, pacientemente, arman la suya en Europa Oriental. Por otro lado el foco de lucha entre los Estados Unidos y la URSS se está manteniendo en Europa. La política gorbachoviana del llamado “hogar común europeo” busca absorber, o “finlandizar” (neutralizar) a Europa Occidental, utilizando en beneficio propio su gran desarrollo tecnológico. Gorbachov ha dicho que Europa tiene un “papel único “ ya que “no puede ser sustituida por nadie ni en la política mundial ni tampoco en el desarrollo del mundo vistos sus enormes potenciales y experiencias”.
Objetivamente Europa es el “teatro principal” de las rivalidades político-militares de los países de la OTAN y los del Pacto de Varsovia, ya que su dominio o neutralización daría superioridad estratégica a la URSS sobre los EE.UU. Pero Europa no es sólo el objeto de la disputa entre las dos superpotencias. Es ella misma sujeto en la disputa mundial y aspira a emerger, luego de 1992, como una superpotencia. Trata para esto de unirse y de absorber a Europa del Este.
En quinto lugar la distensión entre las superpotencias no se refleja en un mejoramiento de la situación económico-social de las naciones del Tercer Mundo. La deuda externa de los llamados países en desarrollo llegó, en diciembre de 1988 al billón trescientos veinte mil millones de dólares, suma que representa casi la mitad del Producto Bruto Nacional de esos países; y 17 de ellos (incluida la Argentina) fueron considerados en 1988 países “altamente endeudados”. Sigue cayendo el Producto Bruto de los países de América del Sur que no logran salir de la última crisis económica. A principios de 1986 los precios de las materias primas habían llegado a sus niveles más bajos de la historia en relación con los bienes manufacturados y servicios, tan bajos como en los peores años de la crisis del 30 y en algunos casos (como el plomo y el cobre) más bajos que en 1939. Si los precios de las materias primas en relación a los productos manufacturados “se hubieran mantenido al nivel de 1973, o incluso de 1979, no habría crisis en la mayor parte de los países deudores, especialmente los latinoamericanos”. (Peter Ducller, febrero de 1988).