El pasado domingo 9 de octubre, en sus dos páginas centrales salen unas notas y subnotas que tienen como título central “Los chicos de la Esma”.
Lo primero que pensé fue en mi hijo Rodolfo Lordkipanidse, secuestrado junto a su mamá el 18 de noviembre de 1978 y llevados ambos a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada.
Rodolfo tenía apenas veinte días de haber nacido y estaba en plena lactancia, cosa que le fue arrebatada en forma inhumana y salvaje.
El pasado domingo 9 de octubre, en sus dos páginas centrales salen unas notas y subnotas que tienen como título central “Los chicos de la Esma”.
Lo primero que pensé fue en mi hijo Rodolfo Lordkipanidse, secuestrado junto a su mamá el 18 de noviembre de 1978 y llevados ambos a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada.
Rodolfo tenía apenas veinte días de haber nacido y estaba en plena lactancia, cosa que le fue arrebatada en forma inhumana y salvaje.
Le fue arrebatada la madre también. Las garras de un torturador, el subprefecto Azic, lo arrancaron de sus brazos para llevarlo colgado de sus piecitos al cuarto de interrogatorios contiguo donde estaba yo atado a la cama de torturas.
Allí me prometen reventarle la cabecita contra la pared o el piso si no les daba los datos por los que me estaban torturando.
Como me negué, a instancias del capitán Acosta, lo ponen a Rodolfo encima mío, en el catre metálico en el que estaba atado, y me empiezan a pasar la picana eléctrica mientras sonaba a todo volumen “Chiquitita” de Abba entre los gritos y aullidos de Astiz, Febres, Federico, Manuel y algunos más que se me olvidan. Estaban en el éxtasis de salvajismo humano. Estaban torturando a un bebé. Habían alcanzado el escalón más alto de su propia degradación, pensé.
Me equivocaba, eran capaces de repetir la brutalidad como ocurrió en 1979 con Evita Basterra y de enseñarla a otros torturadores novatos para que sea aplicado este método de interrogación cuando las condiciones lo permitiesen, de ello se encargaría el teniente Ricardo Cavallo. Recuerdo también que en esa época y mientras esto ocurría Cantaniño lavaba cerebros infantiles con la musiquita “Vamos a hacer un mundo con amor”.
Al año siguiente, en 1980, caen a la Esma el matrimonio Ruiz-Dameri con sus dos pequeños hijos y ella, Silvia, embarazada.
Recuerdo a los niños corriendo ese día por entre las salas de tortura del sótano del Casino de Oficiales de la Esma a la que algún perverso bautizó como la “Avenida de la Felicidad”. El varoncito tendría entre dos y tres años y la nena apenas algo más de uno.
En el mes de septiembre Silvia Dameri da a luz una beba en lo que se llamaba la “Huevera”, en ese mismo sótano. Fuimos testigos de ese hecho mis compañeros Víctor Basterra, Nora Wolfsson y yo.
Supe después que la niña fue apropiada por Azic y que los hermanitos fueron abandonados por el médico Capdevilla uno en una plaza de Rosario y otro en otra plaza de Córdoba.
La madre y el padre fueron arrojados vivos al mar.
Mientras, en esa época, en la televisión Carlitos Balá nos recordaba a todos que “el gusto que tiene la sal, es salado”.
Cuando empecé a leer el artículo que comentaba al principio, “Los chicos de la Esma”, pensé que se trataría de una nota que me volvería a pasar todas esas imágenes frente a mis ojos.
Pero no, se trata de que ahora hay unas actividades en la Esma para “niños de la sala de cinco del jardín Nº 924” en las que el payaso Cacatúa los “mata de la risa”.