Meses de pandemia nos convirtieron en expertos en Covid. Logramos sostener largas charlas sobre un virus que, hasta hace poco, siquiera existía. En cambio, nuestro Mundo persiste en ocultarnos sus secretos. Década tras década enmascarando cómo funcionan las cosas. Claro que hay vías para comprenderlo. Pero la superestructura se ocupa en esconder todo bajo la alfombra.
Tema de estas líneas… Sabemos de las atrocidades del imperialismo pero, ¿quizá tenga su costado progresista? Veremos, veremos.
La creatividad como trabajo
El creador de música, el artista plástico, el poeta, el deportista. Todos ellos, de a uno o en conjunto, producen. Y aspiran a vivir de su trabajo. Que lo logren o no…
Otro gran grupo busca belleza en la ciencia y en la tecnología. Inventan/descubren respuestas y soluciones que impulsan a la Humanidad hacia delante. Son porteadores de Progreso. También les cabe el reconocimiento por su actividad.
La Ilustración premiaba al autor otorgándole un derecho sobre su producto y sus subsecuentes beneficios. Principios del XIX, surgen los primeros Registros de patentes y marcas. El capitalismo se está consolidando como la formación predominante. Y el propio siglo está recorrido por grandes transformaciones tecnológicas.
Estamos en pleno capitalismo de la libre competencia. Hay aún espacio para los innovadores individuales.
Debates tempranos
No existen evidencias de que Arquímedes o Pitágoras hayan formulado reservas por el uso de sus teoremas. Leonardo no patentó ni el submarino ni el paracaídas. Es más difícil asegurar que nadie haya reclamado por desarrollos derivados de aquellos.
En 1902, con motivo de su viaje a EEUU Alberto Santos Dumont visita a Thomas Edison. El brasilero, un apasionado por los viajes aerostáticos, llevaba construidos numerosos prototipos. Cada uno, radicalmente diferente (y superior) a los anteriores. Tiempo después incluyó entre sus desvelos los aeroplanos. Se lo reconoce como quien volara por vez primera un avión.
¿De qué hablaron Santos y Edison? Discutieron sobre patentes. Al yanqui, hombre práctico si los hubo, le resultaba inexplicable, la negativa de su invitado a patentar sus innumerables aportes. Y a Santos Dumont le parecía una herejía sacarle provecho material a su visión de un cielo tachonado de aeronaves. Una explicación banal diría que Santos Dumont, heredero del rey del café do Brasil, podía pagarse su “hobby”. Una injusta simplificación para quien vivió horrorizado por el empleo de sus aviones en la Primera Guerra Mundial. Y desde entonces hasta su muerte bregó para que se prohibiera su uso bélico.
El mismo debate en nuestros días
La pandemia traccionó pingües negocios. Bezos y Galperín agradecidos. Amazon y Mercado Libre multiplicaron el valor de esas empresas. Quizá minucias si se las compara con las expectativas de ganancias siderales para quien pegue primero con la vacuna.
En mayo se llevó a cabo la Asamblea Mundial de la Salud (órgano máximo de la OMS). La sobrevoló un proyecto para considerar a la vacuna como un bien público mundial. El consenso parecía imparable. Pero en la declaración final todo queda reducido a vagas exhortaciones… Que el acceso a las vacunas, los elementos de bioseguridad y terapéuticos debiera ser equitativos y oportunos.
Para que no quedaran dudas se incluye un párrafo que explícitamente recomienda la “concesión de licencias de patentes para facilitar acceso a ellos”.
O sea que, en las ominosas circunstancias que transitamos, con el planeta en animación suspendida hasta nuevo aviso; nadie se plantea modificar las sagradas reglas del juego ni apocar el negocio de los monopolios farmacéuticos. Y de sus metrópolis imperiales.
¿Aunar esfuerzos?
Se escuchan murmullos. Aquí y allá alguna risa aislada. Estalla una estruendosa carcajada. Muy buena broma. Está en el ARN del capitalismo. Sacarse los ojos para cantar victoria. No piensan en vidas sino en dólares, yuanes, euros, libras. Y si pueden, a más de hacer plata… harán política.
¿Porqué creerles?
Equitativa y oportuna. Tal la fórmula de la OMS. Es como decirles… “Pórtense bien. Sean solidarios. Superen el bochorno de haberse pirateado, los unos a los otros, barbijos y respiradores. Sepan que no olvidamos el robo de insumos mediante los servicios, la prepotencia, la billetera.” No pidamos que “sean civilizados”. Así funcionan.
Las corporaciones
Así prefieren ser denominados los monopolios. Al margen del rubro al que se dediquen, infaltables sus equipos de investigación y un morrocotudo Departamento jurídico.
Su Poder de innovación es conspicuo. Las corporaciones son dueñas de la crema de las patentes. Algunas constituyen una preciada posesión. Son propiedad privada contante y sonante.
Los científicos y tecnólogos individuales han quedado constreñidos a un espacio mínimo. El “ruido” se ha ido concentrando en las grandes “ligas”. Los sectores dominantes direccionan la investigación y se apropian de sus resultados. Incluso los centros de investigación de las principales universidades del mundo dependen de los subsidios de hipermillonarios. Que por supuesto definen qué investigar y qué no.
Cuando la innovación se opone al Progreso
El hombre del traje blanco (película, 1951). Alec Guiness, en la piel de un joven químico sintetiza la tela perfecta. No se rompe, no se arruga, no se mancha. Golpea a su puerta un comprador para su patente. Ya al rato varios más se disputan dicha patente. Las principales hilanderías, al principio individualmente, luego en conjunto buscan hacerse de la fórmula milagrosa. El inventor está próximo a cerrar el trato de su vida. Hasta que, fortuitamente, descubre que las principales tejedurías del mundo quieren la patente para destruirla.
Una realidad donde el Progreso es apenas una mercancía. Y frenar el progreso es una opción tan válida como cualquier otra. En el ejemplo de marras la maravilla de una tela para siempre no valía un penique comparada con el riesgo de quebranto de algunas fábricas.
La economía de los poderosos se lleva muy mal con la economía de las mayorías. Las corporaciones perjudican activamente y a conciencia las condiciones de existencia de la población. Por ejemplo, la obsolescencia programada acorta la vida útil de los productos. Necesariamente menor que la que pudieran tener al mismo costo de producción. Mantienen así cautiva a la feligresía a la hora de las reposiciones.
Incentivan la fiebre consumista. Metódicamente alimentada por la cultura dominante. Constantemente, nuevos modelos (de lo que sea), reemplazan modelos anteriores en perfecto estado de uso.
Pero si hay algo que ilumina el carácter reaccionario del imperialismo es contemplar el manoseo de la ciencia al servicio del lucro.¿Cómo obligar al agricultor a comprar semillas año, tras año, tras año? Con el objetivo de terminar con la bolsa blanca (la posibilidad de aprovechar las semillas de su propia cosecha para sembrar en la campaña siguiente), mediante ingeniería genética crearon una escandalosa semilla estéril. A La Nación no le cabe dudas del derecho a la propiedad intelectual de Monsanto (hoy Bayer). Por tanto es “justo” chantajear con el fantasma del gen estéril a quienes no paguen regalías extendidas.
Patentes vs el bien común
En su libro “Banderas sobre las Torres” Anton Makarenko cuenta su experiencia como Director de la Comuna Dzerzhinski. Una escuela fábrica donde continúa su tarea pedagógica. Del libro retuve un evento secundario. Educadores y educandos tenían hambre de Progreso.
Arrancaban los 30´. La URSS transitaba su Primer Plan Quinquenal. Las iniciativas fluían y la Dzerzhinski no era excepción. Prendió la idea de comenzar la fabricación de cierta máquina herramienta. Pero nadie tenía la menor idea de por dónde empezar. Hicieron entonces lo que habían hecho otras veces. Importar de Francia un modelo de buena marca. Llegado que hubo el aparato pasaron a despiezarlo. Y a reproducir las partes. Para luego, ante Comuna en pleno, armar el flamante ejemplar “socialista”… Un desastre. Chirridos, rayos y centellas. Simplemente, ¡no andaba! A repasar las piezas y volver a unirlas. Una y otra vez. El mismo resultado. Nunca falta un viejito sensato: ¿Y si armamos el original francés? Resultó ser tan espantoso como su réplica.
¿Cuántas veces un buen intento termina en fracaso? Permítaseme una broma: ¿habrá sido acaso el castigo por intentar saltearse la patente? Ninguna duda que un proceso revolucionario tiene sus propios códigos, su ética y un compromiso unívoco con las masas. No se va a andar fijando en remilgos. Ni en patentes.
Oñativia
En pleno coronavirus no estaría demás plantearnos un homenaje a Oñativia. Corre 1964 y, el ministro de Salud de Arturo Illia, impulsa dos Leyes para frenar el viva la Pepa de las farmacéuticas extranjeras. Sostiene que, el derecho a la propiedad intelectual de un medicamento debe proveer al descubridor o inventor o fabricante de una justa retribución por su tarea. Sin embargo, los medicamentos no son una mercadería común ya que su falta pone en riesgo la vida humana. Corresponde entonces definirlos como bienes de interés social para que el derecho al lucro no prime sobre el derecho a la vida. Otros ejes de las leyes: estricto análisis de costos y atar los precios a los mismos. El control de las regalías por patentes y límites al valor remesado.
La historia es conocida. En junio del 66 el golpe de Onganía volteó a Illia. Entre las causas del mismo se inscribían la derogación de los contratos petroleros de Frondizi y las leyes de Medicamentos. De ambas políticas no quedaron ni rastros.
Jamás olvidar que la dependencia científica nos encadena al utilitarismo de las grandes potencias y de sus farmacéuticas. Bien que les interesa el Covid19. Pero no el dengue. Apenas una epidemia sudaca.
La brecha tecnológica
Te pueden vender lo que quieras. Romper el monopolio tecnológico es otra cosa. La renuencia a transferir tecnología es la regla. En un Mundo tan desigual el apoderamiento de la Ciencia por parte de los poderosos potencia todas las asimetrías. El conocimiento da Poder.
La Independencia científico-tecnológica… Una gran batalla pendiente.
Escribe Sebastián Ramírez