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12 de marzo de 2014

Los funerales de Dorrego, un hecho político

BREVES DE LA HISTORIA ARGENTINA

 Un año después del fusilamiento de Manuel Dorrego el 13 de diciembre de 1828, sus restos fueron trasladados a La Recoleta, convocando la ceremonia al gobierno, cuerpo diplomático, militares y a miles de personas.  “Cielo, mi cielo sereno/ Nunca más pompa se vio/ Como el día que Buenos Aires/ A Dorrego funeró/ Cielo… cielito nublado, Dorrego está…”, decía  una canción de los bajos fondos, reproducida por periódicos porteños en diciembre de 1829.  Meses ante, el 24 de agosto, se produce la Convención de Barracas, un acuerdo político entre Lavalle y Rosas, que intentaba poner fin a la lucha armada que desató la revolución que derrocó a Dorrego. Producto de este acuerdo, el Gral. Viamonte asume como gobernador interino y el 29 de octubre de 1829, en cumplimiento del pacto, decreta el traslado de los restos de Dorrego desde Navarro hasta el cementerio del Norte, para ser depositados en el monumento que el gobierno dedica a su memoria.
El 8 de diciembre de 1829, Rosas asume como gobernador y en tal carácter preside los actos de homenaje y el 23 de diciembre pronuncia, La Oración fúnebre, como único orador.
No es habitual en esta columna dar tantas fechas, lo hacemos ahora, dado que el Pacto de Barracas es prácticamente ignorado en los relatos del fusilamiento de Dorrego, y tiene suma importancia. Los dos firmantes coincidían en que “los sirvientes deben regresar a la cocina”, y en que era necesario contener a los seguidores del gobernador fusilado.
Prácticamente todo el pueblo estaba en las calles ese día. Rosas entre otras cosas  expresó: “La mancha más negra en la historia de los argentinos ha sido ya lavada con las lágrimas de un pueblo justo, agradecido y sensible… El pueblo porteño no ha sido cómplice de vuestro infortunio… Descansa en paz entre los justos”.
El cónsul norteamericano Murray narra con lujo de detalles la movilización popular provocada por el traslado de los restos de Dorrego en su interesante libro Once años en Buenos Aires. Es una fuente importante dado que fue quien otorgó el asilo a Dorrego. Comunicada esta petición a Lavalle, éste decidió fusilarlo igual. Un año después, Dorrego era depositado en un monumento; Rosas asumía; el frente federal que construyó Dorrego se reorganizaba, pero esta vez, la influencia de los sectores bajos y populares era solo para apoyar. La dirección política quedaba con mayor peso en manos de los estancieros y terratenientes bonaerenses. Reaparecieron cuadros políticos que habían colaborado  con Dorrego, pero desde el punto de vista de clase era otro gobierno y otra política. “Mucha gentuza en las honras a Dorrego” dirá Salvador María del Carril en una carta del 1 de diciembre de 1829.