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02 de octubre de 2010

En estos días se está realizando el juicio a los responsables de torturas y asesinatos en la Unidad Nº 9, de La Plata. Horacio Micucci, a quien reporteamos, es testigo en ese juicio.

Los hombres comunes, cuando se unen, hacen las revoluciones

Hoy 1318 / Horacio Micucci cuenta cómo fue detenido y torturado por la dictadura de Videla

La Plata fue uno de los epicentros de denuncia contra el golpe de Estado que traería la dictadura más cruenta de Argentina. El PCR llevó su denuncia al conjunto del pueblo, poniendo en evidencia, allí, a las bandas golpistas prorusas vinculadas al gobernador Victorio Calabró.
Hubo en La Plata, seis asesinatos de camaradas en un periodo de seis meses, que se inició con el de Enrique Rusconi el 7 de diciembre de 1974.
El 12 de mayo de 1975, cuando salía de la casa de Guillermo Gerini, se intenta secuestrar al compañero Horacio Micucci y, ante su resistencia, se blanquea su detención y se lo traslada a la Unidad nº 9. Esta Unidad, denuncia la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, “funcionó también como Centro Clandestino de Detención en coordinación con el resto de los CCD del Circuito Camps entre 1976 y 1983”.

—¿Cómo fuiste detenido?
—Yo estaba en la casa de Guillermo Gerini cuando una persona, que nos resultó sospechosa, tocó timbre y preguntó por alguien. Me fui de la casa de Guillermo, y al arrancar con mi auto, quedé atrás de un Torino blanco que aceleró y se alejó. Ese mismo auto me interceptó unas cuadras más adelante y me apuntaron con una pistola. Yo bajé gritando que eran golpistas rusos (me acordé del ejemplo de Enrique Rusconi), salté la trompa de mi auto y me refugié en un restaurante que había allí. Seguí gritando y al rato llegó un patrullero de la Federal y me detuvieron.
Quisieron montar una causa para disfrazar el intento de secuestro y me trasladaron a la Unidad 9. Por eso soy testigo en este juicio. Al día siguiente, cuando salen a pintar por mi libertad, fueron secuestrados y asesinados Ana María Cameira, David Lesser, Herminia Ruiz y Carlos Polari. Días después ocurría lo mismo con Guillermo Gerini. En ese periodo se asesinó al intendente peronista de La Plata, Rubén Cartier. El PCR fue el primero en denunciar la vinculación de Calabró con los preparativos golpistas. En su libro Intimidades de un gobierno, el Dr. Julio González, secretario Técnico de la Presidencia en ese entonces y detenido también en el ‘76, hace la misma denuncia.

—Es decir ¿los asesinatos fueron un intento de silenciarlos?

—Los compañeros tenían en común la defensa del gobierno constitucional de la Sra. de Perón ante el golpe de estado, viniera de donde viniera.
Eran años teñidos por la disputa entre las dos superpotencias, EEUU y la URSS, y Argentina no estaba ajena. El golpe venía promovido por esas potencias y la URSS era la más activa.
Nosotros nos oponíamos a la dependencia de cualquier potencia imperialista. De EEUU (democráticos de palabra pero imperialistas y fascistas como en Irak, Afganistán y en el chupadero de Guantánamo) y de los rusos (que Mao decía que eran socialimperialistas y social fascistas, como son los chinos hoy). Reivindicábamos, como ahora, las consignas de mayo: “Ni amo viejo ni amo nuevo, ningún amo”.
Es imprescindible releer la carta pública de René Salamanca a comienzos de 1975. Allí está todo. Todo aquel que fuera un comunista verdadero, un patriota, un demócrata, un revolucionario, un antiimperialista, un luchador del pueblo, debía estar en la trinchera antigolpista. Resulta sorprendente que supuestos nacionalistas defiendan el golpe de Estado que aplicó el plan de entrega y sumisión nacional de Martínez de Hoz y continuadores, cuyas consecuencias todavía vivimos. También sorprende la confusión de quienes, diciéndose de izquierda, creen que era lo mismo el gobierno de la Sra. de Perón que la dictadura.
Había una posición patriótica y popular en esos años: oponerse decididamente a todo golpe de Estado, defendiendo al gobierno constitucional. Y hay militares que habían dado ejemplo de eso: el teniente coronel Philippeaux, a quien tuve el honor de conocer, se sublevó en junio del ‘56 para reponer al gobierno constitucional y armó al pueblo de La Pampa para lograrlo. San Martín y Belgrano fueron ejemplo de “desobediencia debida”.

—¿Cuánto tiempo estuviste preso?
—Estuve preso más de cinco años. Intentaron montarme una causa que era tan inconsistente que me absolvieron en 1977. El juez de primera instancia y dos jueces de la Cámara me absolvieron, pero hubo uno que pidió mi condena con el “agravante de ser docente universitario”. Está claro que este juez tenía “la posta” porque, aunque absuelto, seguí detenido hasta 1980.
En 1994 el Estado me reconoció 1.920 días de privación ilegítima de la libertad, pero, cuando en el 2007 renové mi cédula de identidad, me retuvieron el documento en Asuntos Legales de la Policía Federal por esta causa (de hace 35 años atrás y reconocida como detención ilegítima). Es que la esencia del Estado no ha cambiado. Es un órgano de opresión y no un “espacio neutro de diálogo”.

—¿Cómo eran las condiciones en la cárcel?
—Era un sistema deliberado de destrucción física y psíquica de los opositores. Querían aplicar a sangre y fuego el plan de Martínez de Hoz. Un plan que dejó a Argentina desgarrada por la disputa interimperialista por porciones de nuestro patrimonio.
Se pueden contar muchas cosas terribles de la Unidad 9. Torturas, asesinatos, condiciones de detención que rayaban en tortura. Había detenidos a los que se puso en libertad y se los secuestró en la puerta del penal y fueron asesinados.
El plan de la dictadura se aplicó allí desde el 13 de diciembre de 1976. Ese día las autoridades designadas por la dictadura (que están siendo juzgadas) hicieron una gran requisa. Nos sacaron de las celdas a los palazos y corridas, después nos trajeron de nuevo pero encontramos las celdas vacías. Se habían llevado hasta los libros. A partir de allí el régimen era de destrucción psico-física. De allí me sacaron, para torturarme, en agosto de 1978.

—¿Estabas declarado como preso y te sacaron para torturarte?

—Efectivamente, estaba declarado como preso y absuelto en la causa. El 2 de agosto a la noche me sacan del penal, me llevan vendado a otro lugar y me torturan. Me tienen cuatro días allí y me devuelven a la cárcel. Las marcas de la tortura son constatadas por la Cruz Roja que, por las denuncias, viene a verme al Penal. Hay que decir que hubo torturas como la mía antes y después. Era un método.
Las condiciones de detención eran parte del sistema. Celdas de cuatro pasos y medio por dos pasos y medio donde pasábamos 20 horas al día. Calabozos de castigo donde tenías que tomar agua de la letrina las dos veces al día que daban agua. Golpes y castigos. Y en Caseros, donde estuve después un año y pico más, era igual. Lectura limitada: a mí me prohibieron a Santo Tomás, en La Plata, y a Kant, en Caseros, con el mismo argumento: es filosofía.
Son importantes estos juicios, pero está mal que el gran juicio a este genocidio se vaya haciendo por retazos. Un retazo es este juicio contra las autoridades del penal. Cada grupo de asesinatos o torturas y desapariciones son otros retazos. Así es que, 35 años después, se juzga a Martínez de Hoz por sólo dos secuestros, cuando lo que hubo es una banda golpista genocida cívico militar, gestada y apañada por todas las potencias, que disputaban, en el seno de la dictadura, por el control de la misma. Por eso los rusos defendían en los foros internacionales, de las acusaciones de violación de derechos humanos, a la dictadura. Ésta, a su vez, condecoró al general ruso Brailko, en 1979.