Aún continúan los combates en varias ciudades de Libia y, según informes, los partidarios de Gadafy controlan algunas zonas. No se conoce el paradero del dirigente libio, que aún llama a sus seguidores a seguir combatiendo.
Sigue también la intervención imperialista. El embate de los aviones de la OTAN no tiene nada que ver con la “liberación” de Libia ni con asegurar la autodeterminación de esa nación. Y tiene mucho que ver con el petróleo, la principal riqueza del país norafricano.
Aún continúan los combates en varias ciudades de Libia y, según informes, los partidarios de Gadafy controlan algunas zonas. No se conoce el paradero del dirigente libio, que aún llama a sus seguidores a seguir combatiendo.
Sigue también la intervención imperialista. El embate de los aviones de la OTAN no tiene nada que ver con la “liberación” de Libia ni con asegurar la autodeterminación de esa nación. Y tiene mucho que ver con el petróleo, la principal riqueza del país norafricano.
Quieren estar a la hora del reparto
Hace ya muchas décadas -antes y durante la dictadura de Gadafy- que los imperialistas norteamericanos y europeos tienen el control de los recursos petroleros de Libia. El líder libio, que se hizo del poder con un golpe militar en 1969, muy pronto abandonó las reivindicaciones autonomistas del nacionalismo árabe.
Pero ahora, la perspectiva del fin de la “era” Gadafy acentúa la ambición de las corporaciones petroleras de participar en el nuevo reparto, en algunos casos para lograr entrar en el negocio, en otros para ampliar lo que ya tienen a expensas de otros monopolios no vinculados al Consejo Nacional de Transición (CNT).
Al tiempo que los miembros de la OTAN, liderados por Francia, proclamaban piadosamente que su ofensiva militar en Libia tenía motivaciones humanitarias, se abría una sorda competencia entre los capos de los monopolios petroleros y de las grandes potencias para ganar posiciones en el control de la riqueza energética del país.
Para eso activaron rápidamente a quienes evidentemente ya eran hombres suyos o aliados -muchos de ellos, connotados integrantes del gobierno gadafista cambiados de bando a último momento- y los promovieron a la dirección del levantamiento, que había estallado en febrero como parte de la extraordinaria oleada de rebeliones populares en casi todos los países árabes del norte de África. Mustafá Abdel-Jalil, que encabeza el CNT, es el ex ministro de Justicia de Gadafy; Mahmoud Jibril, jefe del nuevo gabinete, encabezó las reformas neoliberales del régimen gadafista; a Khalifa Haftar, comandante rebelde, se lo menciona como un agente de la CIA de larga trayectoria.
Reparto de un país del tercer mundo “según el mérito” de sus invasores
El presidente francés Sarkozy fue uno de los principales promotores de la intervención armada de la OTAN para “ayudar” a las facciones “rebeldes” a voltear al líder libio y el primero en reconocer oficialmente al CNT como el “único representante legítimo del pueblo libio”. Francia fue en 2010, después de Italia, el segundo comprador de petróleo de Libia, de donde importó más del 15% de su “oro negro”.
Pero, mientras Abdel-Jalil, cabeza del CNT, daba un guiño a París prometiendo que el nuevo gobierno asignaría prioridad en los negocios de la reconstrucción y en la asignación de los contratos petroleros a los países que apoyaron la guerra contra Gadafy, el representante del CNT en Londres, Guma al-Gamaty, le salía al cruce sin demasiada sutileza afirmando que los futuros contratos petroleros se concederían “sobre la base del mérito, no del clientelismo”.
A Abdel-Jalil se le atribuye haber dicho que Francia, gracias a su apoyo, obtendría nada menos que el 35% de esos contratos. No es poco “premio” para los imperialistas franceses: al ritmo de producción actual eso equivaldría a un promedio de 500.000 barriles por día.
Por esa misma y poderosa razón tanto China como Rusia reclaman que sea la ONU y no la OTAN quien centralice la reconstrucción política y económica del país en la era pos-Gadafy.