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27 de noviembre de 2013

Los obreros y el Centenario (1)

Crónicas proletarias

 El año del Centenario encontró al movimiento obrero restañando las heridas de la feroz represión de la Semana Roja de mayo de 1909, y volviendo al combate por reivindicaciones tanto de salario como de reducción de la jornada. Estas huelgas habían afectado hasta las obras que estaba construyendo el gobierno para los festejos de la Semana de Mayo. Pese a la represión, el Departamento Nacional del Trabajo consignó para ese año 298 huelgas, en las que participaron 18.806 huelguistas. 

 El año del Centenario encontró al movimiento obrero restañando las heridas de la feroz represión de la Semana Roja de mayo de 1909, y volviendo al combate por reivindicaciones tanto de salario como de reducción de la jornada. Estas huelgas habían afectado hasta las obras que estaba construyendo el gobierno para los festejos de la Semana de Mayo. Pese a la represión, el Departamento Nacional del Trabajo consignó para ese año 298 huelgas, en las que participaron 18.806 huelguistas. 
Nuestro país era por esos años, al decir de Lenin, “un modelo de país dependiente”, con una creciente injerencia de los países imperialistas. Primaban los ingleses, en dura disputa con los alemanes, franceses, belgas, y ponían sus pies los capitales estadounidenses.
Millones de hectáreas habían pasado a manos de los terratenientes, sobre la base del genocidio de los originarios, y de frustrar los tibios intentos colonizadores incorporando inmigrantes europeos que terminaron, unos como arrendatarios, y la mayoría como artesanos y obreros en las ciudades. Los asalariados eran un 65% de la población económicamente activa, número muy alto comparado incluso con países europeos. La mayoría de los trabajadores industriales eran extranjeros (59% según el censo de 1914), y estaban asentados principalmente en Buenos Aires, Rosario, y algunas otras ciudades.
La oligarquía, en el Centenario, se ufanaba del crecimiento de las exportaciones agrícolas y de su ubicación ente las naciones del mundo, con “una capacidad productora únicamente inferior a Estados Unidos”, como decía Paul Groussac. Ese año de 1910, oligarcas con galera y levita se codeaban con miembros de la realeza europea y dignatarios extranjeros que querían ver con sus propios ojos ese país, sexto productor del mundo, que había puesto de moda el dicho “rico como un argentino”. 
En este contexto, las dos centrales sindicales existentes, la CORA (controlada por los sindicalistas), y la FORA (anarquistas), convocaron a una huelga general a partir del 18 de mayo, con el objetivo principal de lograr la derogación de la ley de residencia y la libertad de los presos que quedaban de la represión a la Semana Roja, “en defensa de la libertad de la clase obrera en la propicia ocasión del Centenario”, decía el manifiesto de la CORA. La FORA puso el centro en un gran acto con estos mismos objetivos, que se hizo el 8 de mayo en Capital Federal, y que reunió a 70.000 personas, cantidad nunca antes vista para un acto obrero. El gobierno se adelantó a la huelga y el 14 de mayo decretó el estado de sitio, desatando una feroz represión, como veremos en otras columnas.