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23 de abril de 2014

Los obreros y la “gran guerra”

Crónicas proletarias

La primera guerra entre potencias imperialistas del siglo 20 comenzó en 1914. La  llamada “primera guerra mundial” o “Gran guerra”, enfrentó en un principio a los “aliados” Francia, Inglaterra y Rusia con Alemania y el Imperio Austrohúngaro. El estallido de la guerra provocó una conmoción en el movimiento obrero de todo el mundo. La mayoría de los partidos socialistas integrantes de la Segunda Internacional se hundieron en la bancarrota, al apoyar sus direcciones a las burguesías de sus respectivos países. Sólo una minoría, como los bolcheviques dirigidos por Lenin, y socialdemócratas como Rosa Luxemburgo, Carl Liebchnet, y Clara Zetkin, se opusieron desde el principio.
La guerra, también en nuestro país, obligó a cada clase social y sector político a tomar posición. Por razones distintas, tanto el gobierno oligárquico de Victorino de la Plaza, como posteriormente Hipólito Yrigoyen, sostuvieron el neutralismo de la Argentina.
En los comienzos de la contienda, tanto el Partido Socialista, como los anarquistas y los sindicalistas se pronunciaron contra la guerra y abogaron por el neutralismo. No todos sostendrían esta postura a lo largo del tiempo. Al poco tiempo del detonante del conflicto en junio de 1914, cuando fue asesinado el archiduque Francisco Fernando de Austria, el Consejo Federal de la FORA, aún hegemonizado por los anarquistas, emitía en agosto de ese año un comunicado condenando la guerra: “La guerra europea no es más que una operación comercial de la burguesía, donde ésta todo lo tiene a ganar, mientras que la clase obrera, todo lo tiene a perder, inclusive su sangre y su vida…”.
“Cada uno de los países de Europa, en un constante aumento de los efectivos de guerra, acaricia esperanzas de conquista sobre el África o los países balcánicos o no importa qué otro lugar… Todos esos móviles criminales se han cubierto con una palabra fatídica: la patria. La patria ha gestado un monstruo que siempre se desarrolló a la sombra de la bandera: el militarismo”. En otro párrafo los anarquistas afirmaban “No creemos, no podemos creer que la clase obrera de Europa sin una reflexión, sin un gesto, sin una santa rebelión se deje, pobre y desheredada, conducir resignadamente al campo de la guerra para defender lo que no le pertenece”, en clara alusión a la Segunda Internacional, y remataba “cuando los efectos de la formidable hecatombe empiecen a sentirse, se operará la reacción inmensa contra la guerra y las armas, más de un país se inclinará por la revolución social”, finalizando: “Trabajadores: contra la guerra, contra la burguesía, la revolución social”.