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15 de febrero de 2012


Los primeros inmigrantes

Hoy 1406 / Crónicas proletarias

A partir de la década de 1850, las transformaciones del capitalismo empujan cambios profundos en la producción y el transporte (ferrocarriles y barcos empujados a vapor, desarrollo de la agricultura y la ganadería, etc.). Nuestra oligarquía terrateniente se consolidaba como clase hegemónica, y necesitaba crecientemente de brazos. Allí comienza la inmigración europea en cantidades significativas. Durante el primer período viene personal especializado, particularmente del norte europeo, como el “inglés zanjiador” que nombra el Martín Fierro. Una parte de esta primera inmigración, que venía con algo de capital o herramientas, se transformó en patrones, y fueron la base de la burguesía, tanto en la industria como en el comercio.
A partir de la década de 1880, consumado el genocidio de los originarios, y unificado el territorio bajo la hegemonía de los terratenientes y la burguesía intermediaria, la inmigración se hace masiva. Decenas de miles de italianos, españoles, franceses, alemanes, así como de países del Este europeo, e incluso de Siria, Líbano, etc., arriban a Buenos Aires y otros puertos; muchos van al interior con la esperanza de hacerse propietarios de un pedazo de tierra. Los más quedan como peones rurales, o se vuelven, y junto con los que permanecieron en las ciudades conforman la mano de obra de nuestras primeras “industrias”, en su gran mayoría talleres artesanales. Sólo hubo colonos propietarios en parte de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba.
Incontables son las referencias al terrible grado de explotación a que fueron sometidos estos inmigrantes, tanto en la ciudad como en el campo. En Europa los folletos de las agencias de inmigración abundaban en falsas promesas, mientras que los representantes de estas potencias, como el canciller francés en Montevideo, Maifeller, advertía ya en la década de 1850 que había que traer “emigrantes apacibles, laboriosos”, mientras prevenía sobre los militantes “ya tenemos demasiados de esos profesores de barricadas”.
Nuestra oligarquía fomentó, además de la superexplotación, el rechazo al “gringo” como forma de dominación. Como buena clase dominante de un país dependiente, uno de sus “cultos exponentes”, el francés Paul Groussac, afirmó en la década de 1880: “Tan violenta ha sido la avenida inmigratoria que podía llegar a absorber nuestros elementos étnicos”. Es la misma oligarquía que años después, consolidada, inventó que “los argentinos bajamos de los barcos”.