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02 de septiembre de 2015

 A la poca transparencia de los datos y las decisiones de las autoridades centrales de China, se suma el cáncer de la corrupción capitalista 

Los temores sobre China

Cuando un elefante se bambolea…

 China compra hoy cerca de un octavo del petróleo del mundo, un cuarto del oro, casi un tercio del algodón y hasta la mitad de los principales metales básicos. Su poder de compra ha convertido al país en parte integral del comercio mundial de commodities (materias primas alimenticias y minerales) con influencia sobre los precios e incluso sobre las horas que trabajan los operadores de los mercados.

 China compra hoy cerca de un octavo del petróleo del mundo, un cuarto del oro, casi un tercio del algodón y hasta la mitad de los principales metales básicos. Su poder de compra ha convertido al país en parte integral del comercio mundial de commodities (materias primas alimenticias y minerales) con influencia sobre los precios e incluso sobre las horas que trabajan los operadores de los mercados.
Los precios de los commodities han vuelto a mostrar “serruchos” (alzas y bajas) pronunciados, ante preocupaciones de que un menor crecimiento económico de China debilite la demanda que impulsó los mercados durante más de una década. El consumo voraz de China en medio de una expansión anual de dos dígitos también produjo una sobreproducción de nuevos suministros, desde fertilizantes hasta oro.
A comienzos de la semana pasada, el petróleo de referencia en Estados Unidos cayó a mínimos de hace seis años. Metales industriales como el cobre y el aluminio han perdido cerca de 20% más de su valor este año, así como el mineral de hierro.
Esto no significa que China deje de ser el gran demandante de commodities. El problema es que la producción de las mismas, y la especulación sobre sus precios, venía operando como si China seguiría creciendo a un ritmo de 10% al año, infinitamente. Y ante la evidencia de la desaceleración de la demanda esperada por parte del principal comprador de la mayoría de las commodities, aparece con fuerza una crisis de sobreproducción en las mismas, que golpea también con fuerza a todos los sectores de la producción y de servicios vinculados a esa expansión sobredimensionada por la especulación.
 
Sobre la poca transparencia
Los efectos de la desaceleración de la economía china han hecho revivir además los temores sobre la transparencia de sus datos estadísticos y decisiones económicas. En general, los economistas dudan que el crecimiento haya sido de un 7% en el segundo trimestre, como dicen las estadísticas oficiales. Citando otros datos, como los de generación de electricidad, carga ferroviaria y préstamos, algunos dicen que la tasa de expansión podría ser la mitad.
Del mismo modo, cuando hace dos semanas el Banco del Pueblo de China devaluó su moneda, los funcionarios presentaron la decisión como parte de un esfuerzo a largo plazo para alinear el valor del yuan más estrechamente con las fuerzas del mercado. Aunque, dada la falta de independencia del banco central, la decisión habría sido más política: recuperar exportaciones y atemperar la pérdida de credibilidad del Partido Comunista de China (PCCh) y su control del poder.
En parte, China ha mejorado su transparencia en los últimos años para cumplir con las exigencias de otros países y de instituciones como la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional. También depende menos que antes de las estadísticas de los gobiernos locales cuando calcula el PBI y más en sus propios sondeos. Los funcionarios locales inflan las cifras para mostrar resultados positivos. Al tomar el PBI de las provincias en China, resulta una cifra mucho más alta que la de la Oficina Nacional de Estadística.
De todas maneras, no hay estadísticas de un país imperialista que sean vistas con tanto escepticismo como las de China. Los analistas tratan de eludir fallas y agujeros en los datos. Los que están en el sector inmobiliario visitan proyectos de viviendas para contar los medidores de gas y así tener una idea de cuántos departamentos están ocupados. Los comerciantes de acero intercambian datos con sus competidores sobre el acero en los depósitos.
La falta de información es más problemática cuando puede ocultar aspectos importantes de la economía. Por ejemplo, China publica los datos de sus reservas internacionales pero no revela si han sido prestadas y si, en consecuencia, son de disponibilidad inmediata. China tampoco revela confidencialmente al FMI la composición de sus reservas, como lo hacen muchos países.
Pero además a la poca transparencia de los datos y las decisiones de las autoridades centrales de China, se suma el cáncer de la corrupción capitalista en todos los niveles de la economía, en todas las regiones y grandes empresas –en este caso agravadas por la tremenda burocracia del capitalismo monopolista de Estado–, como se volvió a poner de manifiesto en la ciudad de Tianjin el 12 de agosto, al costo de 121 personas muertas reconocidas oficialmente, decenas aún desaparecidas y centenares de heridos en su entorno (ver nota aparte).
 
El peso del elefante
En muchos aspectos, la transparencia de China no es peor que la de otros países cuyos problemas han golpeado a los mercados globales, como México o Rusia. La diferencia es el tamaño. México representaba 2% del PBI del mundo en términos de dólar cuando una devaluación del peso en 1994 desató la “crisis del tequila”. Los cinco países en el centro de la crisis asiática de 1997 representaban 4% del PBI mundial. Cuando Rusia se declaró en cesación de pagos en 1998, su economía sólo representaba el 1% del producto mundial.
Actualmente, China representa 15% de la producción económica mundial. Es un mercado muy importante para países industrializados como Japón y Alemania y para productores de commodities como los países de América Latina y Australia. Su economía contribuye con una buena porción del crecimiento de las ganancias de muchos monopolios imperialistas. Así, la poca transparencia y corrupción de China, hacen temer de que el mundo capitalista se vea ante una nueva crisis mucho más profunda y prolongada que la iniciada con la crisis del sudeste asiático en 1997.
La inestabilidad de China, no sólo económico-financiera sino también social y política, dado su carácter de gran potencia imperialista, tiene en vilo al resto del mundo.