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19 de octubre de 2016

Reproducimos extractos de una nota escrita por Paola Robles Duarte, publicada en Río Bravo.

Lucía murió de dolor, murió de injusticia, murió de naturalidad

Salir a la calle para que no vuelva a pasar

 
Ayer me la pasé todo el día explicando cómo el Encuentro Nacional de Mujeres no se trataba sólo de un puñado de mujeres que piensan que revelarse es mostrar las tetas, o escribir “como concha” en la pared. No estoy hablando de respuestas en una charla con hombres, sino de mujeres no tan distintas a mí…

 
Ayer me la pasé todo el día explicando cómo el Encuentro Nacional de Mujeres no se trataba sólo de un puñado de mujeres que piensan que revelarse es mostrar las tetas, o escribir “como concha” en la pared. No estoy hablando de respuestas en una charla con hombres, sino de mujeres no tan distintas a mí…
Hace un par de horas que pienso bastante en esto, leo los comentarios debajo de las diferentes coberturas periodísticas… y no son la mayoría los que defienden -si es que alguien puede defenderla- a Lucía. Voy a procurar utilizar muchas veces su nombre; no voy a decir, la joven, la piba, la chica de 16 años; no solo porque es Lucía, sino porque puedo imaginar más allá que el rostro en la foto, pensar en la Maga de Rayuela, en el nombre de una amiga, en el segundo nombre de mi hija… pensar en Lucía: que murió de un paro cardíaco como consecuencia del empalamiento al que fue sometida. Murió de dolor. Murió de injusticia. Murió de naturalidad…
Creo que es el terror que nos genera a las mujeres lo antinatural. Nos pasamos toda una vida construyendo nuestra subjetividad sobre la base de lo natural, lo biológico.  Es antinatural que 80 mil mujeres se reúnan en un mismo lugar a intentar cambiar el futuro, comprenderse, regodearse de las pequeñas y de las grandes conquistas, mirar a la otras y verlas inmensamente lindas, vestirse de colores, hablar por horas de cosas que claramente de solo hablarlas no van a cambiar, pero que pueden comprenderse. Es antinatural ver a dos mujeres besándose, la palabra “concha” escrita en una pared de Rosario, tetas pendulantes desnudas y escritas con mensajes arcaicos, es antinatural por eso es grave…
A fuerza de pura honestidad, estas situaciones -los grafitis que ridículamente ubican a mi heterosexualidad, a los carnívoros y al patriarcado como iguales males para la sociedad, que claman por el aborto desde un lugar absolutamente deshumanizado secundarizando la muerte de cientos de mujeres por año en esta práctica de manera clandestina, la imposición, ejercida como toda imposición con violencia, las tetas desnudas frente a la Catedral- siempre formaron parte de una especie de ritual folclórico, de “las anécdotas del Encuentro”.  Pero este año, cuando me encontré respondiendo las preguntas de mi hija de ocho años sin palabras simples, que hicieran mención a “la rebeldía colectiva” o con la “libertad”, pensé: el machismo se alimenta de nuestros espacios inconexos.
Pensé también en decirle: “el cuerpo es el territorio de cada una, nadie puede transitarlo sin nuestro consentimiento. Estas mujeres intentan decirnos eso, pero con una torpeza y una violencia que se asemeja a la opresión del macho en la manada, en realidad nos están escupiendo, empujando, condenando a quienes parimos por decisión; revictimizando a la víctima que sobrevivió al violador, a las que como no pudieron elegir abortaron, y que al pensarlo se mueren de dolor, de nuevo”. ¿Qué decimos con lo que hacemos? ¿Qué objetivo perseguimos? ¿Si no voto en un taller atento contra la organización del movimiento de mujeres galáctico? ¿Cómo explico a otro lo que no comprendo? ¿La mujer que no estaba en esa marcha es nuestra enemiga? ¿No es oprimida? ¿No corre el riesgo de morir empalada? ¿Quién de nosotras está exenta? ¿Quién se siente segura?
De todas maneras, no me llama la atención que las mujeres que critican al Encuentro por lo que se vio en la tele, se indignen con una pared pintada o con la exhibición de una teta con pircing, porque claramente el mensaje no está destinado a conmoverlas, a sumarlas, a que se sientan parte, si no a que se sientan otras: menos diferentes, cobardes y más standarizadas…
¿Aquella mujer que hace 30 años conserva su creencia en dios como un bien preciado de una madre o un padre que la educaron cada día de su vida en ese paradigma, merece mi desprecio? Cuando sometieron, violaron y empalaron a Lucía: ¿le preguntaron si creía en dios? El problema es el perverso sistema de creencias que el patriarcado ha instalado para seducirnos con posibles finales felices y para los cuales nos obliga a transitar la entereza de resistir todas las injusticias del mundo sobre nuestras espaldas. El problema es el estado-iglesia. El problema es creer que es antinatural que las mujeres podamos elegir incluso qué creer. ¿Los dos hombres que sometieron, violaron y empalaron a Lucía habrán creído en dios? ¿El que prende fuego a una mujer, que mata a la madre de sus hijos, que secuestra pibas para la trata de blancas, no tomó la comunión? ¿Todos estos no creen en dios? Otra vez, el problema es que la palabra concha en una pared es antinatural y que Lucía haya sido violada, empalada y asesinada no.  Nos educan, sobre todo las mujeres que dirigen nuestras vidas, que si vamos por una calle oscura, nos vestimos de determinada manera, bebemos, viajamos, “nos exponemos a determinados riesgos”, es natural que nos violen y nos maten. Así como es natural que si quisiera elegir dejar de concebir tengo que hablar con el potencial padre de los hijos que no voy a tener para pedir que me autorice a decir lo que debo hacer con un cuerpo que es mío.  Ejemplos como estos hay miles; millones de ejemplos que sostienen la preciada “naturalidad” de las consecuencias de ser mujer…
¿Violentar lo simbólico desde el mero vandalismo no castiga a aquella mujer que no está en mi proceso, que no piensa como yo, que para sacarse de encima sus creencias de toda una vida tiene que enfrentar a los que quiere, enterrar a los fantasmas, renunciar a los talismanes, enfrentar en soledad la crianza de los hijos que tal vez no quiso tener? ¿No condeno a otra mujer al peligro y a la soledad de ser mujer al no considerarla sobre todo mujer antes que nada?
Entre lo antinatural y natural hay un espacio inconexo que tenemos que lograr conectar. Para que si vuelve a pasar lo de hoy, si leemos que alguna más sufrió lo que Lucía, sintamos ese dolor; se nos llene la boca de bronca y tengamos la visceral necesidad de salir a la calle para que no vuelva a pasar;  y que entonces  los violadores y asesinos, golpeadores y abusadores, se meen encima de miedo de solo pensar en nosotras como un inmenso cuerpo sin fronteras que merece ser respetado, que tiene sueños hilados en sueños que otras soñaron…
Ana elige una canción todas las noches. Elige “Lucía” de Serrat. Esta noche no voy a poder cantarle a mi hija, tal vez mañana; porque en el fondo de la lata, romper con lo establecido como natural, es sobre todo nunca dejar de cantar…