Después de su visita a Estados Unidos, el 12 de mayo Macri vuelve a viajar a China; en este caso, su viaje se encuadra en una visita de Estado. Estados Unidos y China son los países imperialistas con los que Argentina tiene mayores déficits comerciales (compra mucho más de lo que les vende), también son los países a los que compramos más productos industrializados, incluso de consumo que se producen internamente aquí.
Después de su visita a Estados Unidos, el 12 de mayo Macri vuelve a viajar a China; en este caso, su viaje se encuadra en una visita de Estado. Estados Unidos y China son los países imperialistas con los que Argentina tiene mayores déficits comerciales (compra mucho más de lo que les vende), también son los países a los que compramos más productos industrializados, incluso de consumo que se producen internamente aquí.
El gobierno de Macri se subordina a “alianzas estratégicas” por separado con las distintas potencias imperialistas, metiéndonos más en su disputa por el control del mundo y aceptando las condiciones financieras y comerciales que nos imponen. China ha dejado de comprar a la Argentina aceite de soja, se lleva directamente el grano, y ha montado grandes procesadoras en su propio país.
Un argumento para la reducción de la demanda de aceite de soja, que representa el 36% del aceite de cocina usado en China, es el rechazo de los consumidores a los granos genéticamente modificados. Aunque el gobierno de China dice que los alimentos transgénicos son tan seguros como los convencionales, allí cada vez más consumidores están sustituyendo el aceite de soja por aceites de girasol, almendra y de sésamo.
Esto ha provocado alarma en la industria de la molienda, que depende de la soja transgénica de Estados Unidos, Brasil y de la Argentina. Aunque los monopolios imperialistas que disputan el comercio internacional de granos (incluidos los de China), piensan que lo que pierdan por el lado de la industria (sin importarle los trabajadores de aquí) no lo van a perder por el lado de las ventas de granos sin procesar, “ya que la demanda de harina de soja usada para la alimentación animal continúa robusta a medida que China amplía su industria de carnes” (La Nación, 29/4/17).
Pero al gobierno de Macri no le preocupan estas desigualdades del intercambio comercial con China, si ésta le garantiza el financiamiento de todo lo que nos quiere vender, sin importarle endeudar al país de por vida.
Así ya está balanceando “el logro” de un nuevo endeudamiento con China por 12.500 millones de dólares para la construcción de dos nuevas centrales nucleares, aunque eso implique atar a la Argentina a la compra exclusiva de tecnología china, abrir la puerta a la entrada de mano de obra de ese país y habilitar la adjudicación de obras sin necesidad de licitación previa. Es decir, en la misma línea de los acuerdos hechos por Cristina Fernández en 2014, ratificando -aunque con alguna cosmética- las represas Kirchner y Cepernic, la entrega de áreas petroleras y del ferrocarril Belgrano Cargas, la compra de barcos y dragas, los proyectos de riego en la provincia de Entre Ríos, y las garantías extraterritoriales para la Estación espacial-militar en Neuquén.
En aras de “vender la Argentina”, como se ufana en sus viajes al exterior, al presidente Macri no le importa profundizar la entrega de la economía argentina, aunque eso elimine aquí centenares de miles de puestos de trabajo.
Si con Cristina le compramos a China incluso los durmientes y asientos para los ferrocarriles, con Macri no sólo se garantizan eso y el poroto de soja sin elaborar, sino hasta la venta de casas prefabricadas hechas allá (ver “Las viviendas chinas y la entrega nacional”, hoy N° 1666).