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10 de abril de 2019

Emergencia nacional en violencia contra las mujeres

Margarita habla por primera vez

Reproducido del Facebook de Vero López, de Santa Fe.

Margarita habla por primera vez. Sólo dice su nombre y hace señas para afirmar que viene del mismo barrio que la compañera que habló antes que ella. Pasa la ronda. Las pibas empiezan a hablar. Se propone leer el documento. Margarita asiente con la cabeza, pero no sabe leer.

La miro desde la otra punta, observando cada movimiento para que nada de lo que digamos pueda hacerla sentir incómoda. Pero el sólo hecho de tener un papel escrito enfrente suyo, la deja fuera de la charla.
El texto está lleno de números, cifras, conceptos y hasta una ley con artículos difíciles de comprender.
Margarita asiente mientras se le cierran los ojos del cansancio porque se levantó muy temprano ese día. Fue la primera vez que salió de Santa Fe. Era la primera vez que pisaba Rosario. Salió temprano con sus compañeras para tomarse el colectivo.

En el trayecto iban hablando sobre sus vecinas y maridos, sobre los hijos y las drogas. Sobre los trabajos mal pagados y las injusticias de todos los días. Margarita asiente mientras comía una porción de bizcochuelo.
En la ronda de debate, las más humildes hablaron sobre los casos de violencia que sufrieron las mujeres de la familia. Contaban que no podían ayudar a sus hermanas para que dejen a los maridos. Que sus hijos adolescentes empezaron a drogarse.

Las más jóvenes lloraban desconsoladamente contando los abusos que sufrieron de niñas. La culpa acumulada se les escapaba por los ojos.

Las estudiantes enfocamos nuestros discursos en los debates que proponía el documento, en el rol del Estado y el abandono de todos los días. En pensar estrategias colectivas para luchar juntas y que dejen de matarnos y violentarnos en este sistema machista y heteropatriarcal. Margarita no asentía. Las compañeras que vinieron con ella, sí.
Terminó la ronda y se nombraron las conclusiones. María, vecina de Margarita agregó impulsivamente: “tenemos que estar más unidas que nunca y que todas nuestras conocidas vengan, que se enteren por lo que hacemos. Si estamos solas o si somos pocas no nos van a dar bolilla. Ya no podemos seguir así, con tantas chicas chiquitas, con tantos hijos que no tienen ni para comer y menos para tomarse un colectivo. Nosotras somos pobres, pero hay gente más humilde que nosotros”. Y Margarita asintió.

Salimos del aula, mientras esperábamos la comida me acerco a ella. Le pregunto si puedo sacarle una foto con sus compañeras. Y se apura para acomodarse con ellas. Sonríe sin moverse. Su cara de rasgos originarios delata que se siente un poco intimidada cuándo les hablo, pero para romper el hielo le pregunto si le gustó la reunión. Suavemente me responde: “Sí” y asiente. “Me gustó. Yo la quiero ayudar a mi hija. Las chicas nos ayudamos”. Margarita habló y a mí se me hizo un nudo en la garganta.

Si me preguntan por qué luchamos, respondo que es por todas esas voces calladas por la desigualdad y por los golpes. Y para que cada una pueda aunque sea decir su nombre.

Hoy N° 1762 10/04/2019