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02 de octubre de 2010

El tiempo no achica su ausencia: agranda la pérdida sufrida. Por la vida que vivieron con alegría, y por la siembra revolucionaria que dejaron, ¡hasta la victoria siempre, camaradas!

María Conti y Rafael Gigli, ¡Presentes!

Hoy 1328 / A tres años de su muerte

En el mediodía del 31 de julio de 2007, un segundo fatal, un auto enloquecido dando vueltas sobre la ruta, y el hachazo brutal de la muerte sin aviso previo llevándose a María y Rafael. El horror de la primera noticia seguido del dolor gigantesco de la pérdida, y hoy, a tres años, la certeza de un hueco, de una ausencia que se agranda a medida que se suceden el tiempo y los acontecimientos.
Llegado cada uno a la militancia política con esa ola revolucionaria de fines de 1960 y principios de 1970, la vida reunió en pareja a María Conti y Rafael Gigli al filo de 1990,con la confianza intacta en la necesidad de la revolución. Desde entonces, la actividad y el nombre de uno convocaba al del otro, y la intempestiva muerte hizo inapelable el recordarlos de a dos.
La muerte, también, desató reconocimientos que dejan constancia de quiénes fueron María y Rafael.

María/ Josefina
Con su trato sencillo, la sonrisa inclaudicable entre los labios, una disposición para escuchar y una fortaleza para actuar que no tenían treguas, y la ira justa contra las injusticias y muy especialmente contra las que castigan a las mujeres, María fue llorada por cientos de compañeras entre las más humildes de este partido. Lloraron su muerte, pero también el desamparo en que las dejaba su ausencia. Las Casas de la Mujer que ella había impulsado tomaron su nombre y lo enarbolaron como emblema.
La lucidez política, pero también el corazón abierto con que unió todo lo posible de unir en la lucha, fue tributado por las palabras de despedida (y las lágrimas) de las mujeres de otras organizaciones que María había reunido por la libertad de Romina Tejerina. Lo que significó su construcción dentro del movimiento de mujeres de este país lo testimonia el que una sala del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) lleve su nombre, a instancias de la entonces directora, María José Lubertino.
María Conti, que falleció sin haber alcanzado a ser propuesta miembro pleno del Comité Central de su partido, recibió hace poco un homenaje que la habría profundamente conmovido: las voces de sus camaradas llevando a una reunión de cuadros femeninos la presencia y la ratificación de su trabajo. Un trabajo que recorrió puntos tan distantes como Jujuy o Neuquén, La Matanza o el Chaco. Que enraizó en las más oprimidas de los oprimidos. Que defendió sin concesiones los Encuentros Nacionales y fue parte de su extensión y el logro de su continuidad en el tiempo. Que comprendió que la revolución es imposible sin esa otra mitad del cielo que constituyen las mujeres, y que esa mitad se gana para la lucha desde sus reivindicaciones específicas.
La muerte que truncó la vida de María truncó también la última batalla en la que estaba empeñada: que la conmemoración del Bicentenario recogiera las luchas que las mujeres argentinas dieron en estos 200 años, teniendo como protagonistas a las más humildes, hacedoras de una historia invisibilizada. Las obreras, las mujeres de los barrios, las piqueteras, las campesinas, las originarias, las que las sucesivas crisis sacaron de las casas al combate en rutas, fábricas, calles.

Rafael/ Ferré
¿Qué decir de Rafael que no esté contenido en el librito con que lo homenajearon sus camaradas del Chaco, reuniendo amorosa y fraternalmente los testimonios de quienes lo acompañaron a lo largo de su vida política? Allí lo vemos joven dirigente estudiantil, primera generación llegada a la universidad de una familia de chacareros pobres. Reconstruimos su participación en el Movimiento Estudiantil Nacional de Acción Popular (MENAP), en el heroico Correntinazo, en la presidencia de la Federación Universitaria del Nordeste (FUNE). Lo seguimos como secretario del PCR de Chaco, nos conmovemos con sus 7 años preso y nos enorgullecemos de su comportamiento en las cárceles de la dictadura. Y vamos llegando al despliegue de su trabajo partidario en el campo, ya miembro del Comité Central del partido. “A Rafael le dolía el latifundio”, como dice Víctor Rosenfeld, y “tenía una idea fija, la construcción en los pueblos originarios y el campesinado pobre”, como afirmaba el “Vasco”.
Nos quedamos con esa imagen del Flaco, los cabellos blancos, camisa puntualmente confeccionada por mamá Juanita, bolso listo para ir de un lado a otro, allí donde el campo estallaba en lucha. O donde la lucha se estaba preparando, y había que incubarla.
El Flaco ya no tan flaco de los últimos años, que había ayudado a la construcción de Chacareros Federados, del Movimiento de Mujeres en Lucha, y que viajaba cada vez que podía para estar entre los campesinos originarios. Lo vemos con su aire campechano, su sentido de la amistad y del respeto entre camaradas hermanos, sembrando un lazo profundo y combativo con los compañeros paraguayos.
El flaco Ferré, que no había perdido la curiosidad y la iniciativa de los jóvenes años; que indagaba, buscaba, investigaba, recurría a la teoría, escribía. El Flaco consciente de que las ideas y las experiencias deben servir para que otros sigan construyendo camino.
Ese Flaco cuya voz volvió a vibrar, en medio del más absoluto silencio, durante el homenaje en el Chaco, devuelta por la grabación de un reportaje hecho un 24 de marzo y guardado por su hermana Isabel. Puro orgullo por su partido, defendía allí, como tantas otras veces en su vida, porqué los presos del PCR no aceptaron la opción de irse del país durante la dictadura.
La emoción de ese milagro de volver a escucharlo sólo puede compararse a la que provocaron las palabras del camarada paraguayo, o el entrañable reconocimiento de Mártires López a las enseñanzas del Flaco.

Setentistas
El Flaco y María, que juntos potenciaron su militancia y su vida, recorrieron los 80, los 90 o el 2000 con la misma e inquebrantable certeza de los 70: la revolución no sólo es necesaria, sino también posible en estas tierras. Y con la convicción, tan fresca como en los primeros años, de que para que sea posible hay que fogonearla. Por eso sembraron entre lo más oprimido, allí donde la necesidad, si se une a la rebeldía, hace crecer la esperanza revolucionaria. Y se preocuparon de estimular, cada uno en su tarea, a los más jóvenes, en cuyas manos está el destino de un partido revolucionario. Sostuvieron, contra todos los embates, las ideas, pero también los principios que hicieron de la de los 70 una generación de revolucionarios.
En tiempos tan difíciles como los que corren, su pérdida cuando aún tenían tanto para dar, no tiene reparo.
Como dijo en su despedida Martín, el hijo del Flaco, y también Andrés y Pedro, los de María, Rafael y María vivieron con alegría. Fueron, ni más ni menos, dos comunistas revolucionarios. Murieron demasiado temprano.