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25 de junio de 2014

En la última década son más que evidentes los cambios en la forma en que se produce en el campo argentino y en la manera en que se desarrollan los negocios, pero no sólo se produce distinto sino que el mayor cambio se dio en qué es lo que se produce y quiénes lo hacen. Reproducido 
del periódico agrario Sursuelo Nº49 de mayo de 2014.

Más soja, menos productores

Mayor concentración en manos de los grandes terratenientes

Más que un cambio, lo que se vivió en estos últimos diez años fue una profundización de aquel proceso que, con la introducción de la siembra directa y las semillas genéticamente modificadas, coronó a la soja como cultivo estrella del modelo agropecuario.

Más que un cambio, lo que se vivió en estos últimos diez años fue una profundización de aquel proceso que, con la introducción de la siembra directa y las semillas genéticamente modificadas, coronó a la soja como cultivo estrella del modelo agropecuario.
La principal fuente de ingresos del país, la soja, abarcaba una superficie sembrada de 12.606.845 hectáreas durante la campaña 2002/2003; diez años después, en la última siembra, se registraron 20.035.572 hectáreas sembradas, lo que se estima un aumento del 59% del área sembrada: la extensión del área sembrada va de la mano con el modelo sojero impulsado por el gobierno nacional. Es curioso el cambio de lugar donde se sembraba soja: en 2002 el 28% se hacía en Córdoba, un 26% en Santa Fe y la provincia de Buenos Aires hacia el 19%, mientras que, en la última campaña, Buenos Aires representa el 33% de la superficie total de soja sembrada, Córdoba queda relegada a un segundo orden (si bien aumentó en 2 millones las hectáreas plantadas con soja) representando un 26% del total del país, y en el caso de Santa Fe, había 200 mil hectáreas menos sembradas con la oleaginosa y representa ahora el 15% del total país. El aumento del área de cultivo es particularmente notable en Buenos Aires, donde se sembró 172% más. Esta extensión en el cultivo de soja debido a su rentabilidad, desplaza los cultivos regionales y reemplaza en muchos casos a la ganadería.
 
Los que se achicaron
Paralelamente al proceso de sojización los tradicionales estandartes de la producción cerealera nacional fueron cediendo terreno. A contramano de la soja, el trigo perdió el 49% del área en la que se sembraba entre las campañas 2002/2003 y 2012/2013, de sembrarse 6 millones de hectáreas pasó a haber poco más de 3 millones.
El retroceso general en el trigo significó un decrecimiento en todas las provincias, cayendo 62% en Buenos Aires, un 50% en Córdoba y un 40% en Santa Fe. Buenos Aires es la que más produce: 1,2 millones de hectáreas sembradas en la última campaña, le siguen Santa Fe con 500 mil y Córdoba con 480 mil.
No sólo la expansión de la soja favorece la caída del trigo, también está la cuestión de los molinos, que han concentrado el mercado triguero. Las políticas nacionales han trasladado dinero de la producción de trigo al sector molinero para su exportación con políticas poco claras y planes de promoción (como trigo plus o devolución de retenciones) que no han logrado frenar el proceso. Según datos extraídos del libro Es La Ekonomía Estúpido, del periodista Maximiliano Montenegro, entre 2007 y 2010, a través de la Oncca se canalizaron más de 9 mil millones de pesos en subsidios a empresas agroindustriales.
En el sector triguero se distribuyeron así: cinco grandes molinos se apropiaron del 48% de los 2.250 millones de pesos dirigidos, supuestamente, a abaratar el precio de la harina. Una historia que genera poca confianza. Y sería injusto atribuir este proceso de retroceso del trigo sólo al mercado. Las políticas públicas como en el resto de los fenómenos económicos, hicieron lo suyo, y no precisamente en favor del sector.
Como publicábamos en la nota “¿Quién la amasa con el pan?” en la edición de Sursuelo de julio de 2013, la Asociación Argentina de Trigo también se sumó a los señalamientos acerca de las pésimas implementaciones de políticas que, desde que el gobierno ha decidido intervenir en el mercado triguero, han distorsionado el esquema productivo y hundido al cereal en el peor ciclo de su historia.
“La situación actual es producto de las políticas implementadas en los últimos siete años: retenciones y cuotificación arbitraria de exportaciones en tiempo y volumen. Esta interferencia en la cadena comercial generó sucesivos desincentivos al sector de la producción que llevaron a un abastecimiento ajustado en todos los subproductos dentro de la cadena triguera”, afirma la entidad.
 
Otro que creció para afuera
El maíz es otro cultivo que manifiesta un incremento en la siembra y producción, aumentando 52% en el periodo antes nombrado, la mayor parte de la producción es también acaparada por Córdoba que produce 1,9 millones de las 6 millones de hectáreas sembradas con el maíz, le siguen Buenos Aires, con 1,6 millones y Santa Fe con 700 mil.
En esta década, en Buenos Aires el área sembrada aumentó un 110%, en Córdoba un 106% y en Santa Fe el crecimiento fue del 89%. Particular es el caso de Santiago del Estero, que en 2002 tenía solo 96 mil hectáreas sembradas con maíz y ahora abarca unas 616 mil, lo que implica un aumento del 541%.
Según el informe “La cadena del maíz y sus derivados” elaborado por la Fundación Mediterránea, “el principal destino de la producción de maíz grano en Argentina es la exportación, habiéndose destinado al mercado internacional entre el 60% y el 70% de su producción de maíz en la última década”.
La producción destinada al mercado interno se distribuye entre las industrias de las moliendas y la alimentación animal. Según las estimaciones realizadas, las moliendas representan un destino minoritario, llevándose entre las dos sólo el 8% de la producción del cereal. El uso del maíz grano para alimento de animales alcanza el 38% de la producción.
La cadena aviar para la producción de carne es la mayor demandante, seguida por el sector bovino para la producción de carne. Si se incluyen además las demandas de maíz para la producción de huevos en el primer caso y de leche en el segundo, el sector bovino demandó el 18% y el avícola el 17% de la producción. Por último, teniendo en cuenta la demanda para alimento del stock porcino (3%), el consumo total en campos rondaría las 8,9 millones de toneladas de maíz.
El comercio internacional de derivados de la molienda seca está liderado por Estados Unidos, Alemania y Francia, con participaciones que superan el 9% del mercado mundial. El market share de Argentina mostró una importante mejora entre los años 2002 y 2009, alcanzando un valor de 1,42% en 2009 (siendo de 0,39% en 2002). Respecto a los destinos de las exportaciones argentinas, Chile es uno de los mercados más relevantes. Entre los principales importadores mundiales se encuentran Japón, Estados Unidos y Alemania. China no se destacaba en 2002, apareciendo en el cuarto lugar en 2009.
Al igual que en el caso de la soja la demanda externa terminó modelando parte de la producción local. Según el censo de 2008 en Argentina existen 248.022 superficies agropecuarias con límites definidos, 25.568 sin límites definidos que da un total de 273.590 explotaciones agropecuarias (EAP) que ocupan 153.153.822 hectáreas. En 2002 existían 333.533 establecimientos; en 2008, esa cifra cayó un 18% y se redujo a 273.590.
La mayor cantidad se encuentra en la región pampeana (Bs. As, Entre Ríos, Córdoba, La Pampa, Santa Fe y San Luis) con 112.605 EAP de las cuales solo 1.016 no tienen límites establecidos. Esto se da en un área de 60.515.283 hectáreas.
El dato que surge del censo 2008 del sector, señala una mayor concentración del negocio rural. Entre 2002 y 2008, desaparecieron casi 60.000 explotaciones agropecuarias (59.943, exactamente).
En 2002 en todo el país se contabilizaban 297.425 EAP, de las cuales 245.947 eran de menos de 500 hectáreas, 21.441 de entre 500 y 1.000, 16.621 de entre 1.000 y 2.500.
Los grandes propietarios por aquellos años se dividían entre 6.256 de entre 2.500 y 5.000 hectáreas y 2088 de entre 5.000 y 7.500, 1.285 de 7.500 a 10 mil hectáreas, 1.851 de 10 mil a 20 mil y 936 de más de 20 mil. Este último grupo poseía 109.845.230,7 (62% del total) del campo argentino, mientras que el resto desarrollaba su actividad en 64.070.775,7 hectáreas (36%) de las 174.808.564,1 del total.
El dato sobre las dimensiones de las explotaciones no están disponibles en el censo 2008, pero las cifras de la provincia de Santa Fe pueden ser una guía para entender el panorama en lo que a estructura de la propiedad agraria se refiere.
En el Censo del año 2002 las EAP de menos de 2.500 hectáreas en la provincia de Santa Fe llegaban a 27.394 ocupando un territorio de 7.536.113,3 hectáreas, mientras que las de más de 2.500 has eran 640 en un territorio de 3.715.539,9 has. Al cabo de seis años y en medio del boom sojero que dejó fuera de juego a 60 mil productores en todo el país, en Santa Fe la cantidad de EAP se redujo en 1327.
Pero la reducción no afectó a todos por igual, además de reducirse la cantidad de explotaciones la tierra se concentró en los más grandes productores. En 2008 el censo arrojó que los que poseían menos de 2.500 has eran 26.058 explotaciones ocupando 7.091.697,1 has, mientras que los que poseen más de 2500 has aumentaron a 649 en un territorio de 3.766.994,2 has.
Los más perjudicados fueron los productores pequeños y medianos que aportaron 1.336 EAP al saldo negativo y perdieron 444.416 has, mientras que los grandes dueños de la tierra aumentaron en 9 ocupando 51.454 has más.
En otras palabras: en la misma superficie productiva hay menos productores y una mayor concentración del negocio del campo en manos de los grandes terratenientes.