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30 de marzo de 2016

“Menores huérfanos, vagos o viciosos” (1)

Crónicas proletarias

El desarrollo del capitalismo en nuestras tierras trajo, junto con la superexplotación de hombres, mujeres y menores, terribles males sociales como los niños abandonados y viviendo en las calles. Ya a fines del Siglo 19, los representantes de la “generación del 80”, que sentaron las bases de la Argentina dependiente y latifundista que padecemos hasta hoy, se ocuparon de la niñez “abandonada y delincuente”. 

El desarrollo del capitalismo en nuestras tierras trajo, junto con la superexplotación de hombres, mujeres y menores, terribles males sociales como los niños abandonados y viviendo en las calles. Ya a fines del Siglo 19, los representantes de la “generación del 80”, que sentaron las bases de la Argentina dependiente y latifundista que padecemos hasta hoy, se ocuparon de la niñez “abandonada y delincuente”. 
En medio de los debates sobre la ley de educación pública, que fue un gran avance y a la vez tuvo el objetivo de “homogeneizar” a esa masa de hijos de inmigrantes y criollos con los moldes de las clases dominantes, se generaron varios proyectos para la creación de institutos de menores. Atendían a lo que para uno de los representantes de esta “generación” denominada “liberal”, Onésimo Leguizamón era la situación de los “menores huérfanos, vagos o viciosos”, considerados así, como una unidad. 
 El Estado, con esta visión represiva hacia la niñez abandonada, buscaba castigar la actividad callejera de los menores, con edictos que ya en 1866, en la Ciudad de Buenos Aires prohibían “que los menores se entretengan en el juego del barrilete en la vía pública”, y en 1892, mostrando el desarrollo del fútbol, establecían la prohibición “que los menores jueguen a la pelota en las calles de la ciudad”.
 Los datos de los primeros censos reflejaban parcialmente esta situación. El de 1869 registraba, sobre una población total de 729.287 niños de 6 a 14 años, 49.966 huérfanos de padre, 37.553 huérfanos de madre y 153.882 hijos ilegítimos. No se contabilizan los niños abandonados. El censo de 1895 establecía que sobre un total de 1.586.833 niños de 0 a 14 años, 12.071 eran huérfanos (de padre y madre). Para el mismo año, sobre una población escolar de 877.810 niños, 259.865 iban a la escuela, 119.083 no iban, pero sabían leer y escribir, 378.948 recibían instrucción en sus casas o en otros ámbitos, mientras más de la mitad, 498.862 niños quedaban fuera de las instituciones escolares.
 Por esos años fueron tratados en el Congreso proyectos para crear lo que se llamaron instituciones educativas “especiales” tanto en la ciudad como en el campo. Lo que se conocería tiempo después, y por muchas décadas, como “reformatorios”. En el tratamiento de estos proyectos, los “liberales” de la generación del 80 ya empezaron a llamar a estos niños “pobres”, “huérfanos”, “abandonados”, “extraviados”, “vagabundos”, “viciosos” o “miembros de la clase trabajadora” o “la clase pobre”, como si fueran sinónimos. Con los años, junto a la creciente represión a los obreros, vendría el castigo a sus hijos, con hitos como la “Ley Agote”, sancionada en 1919.