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12 de marzo de 2014

“El 14 de marzo [de 1883], a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días”.

Mensaje a la Unión Obrera Nacional de Estados Unidos

A 131 años del fallecimiento de Carlos Marx

 Así inició Federico Engels su “Discurso ante la tumba de Marx”, en el cementerio de Highgate, Inglaterra, el 17 de marzo de 1883. En su homenaje reproducimos la carta que Marx envió en mayo de 1869 a la Unión Obrera Nacional fundada en el Congreso de Baltimore, Estados Unidos, en agosto de 1866 (Marx/Engels, Obras Escogidas, tomo VI, Editorial Ciencia del Hombre, Buenos Aires, 1973). Esta Unión Obrera adhirió entonces a la Asociación Internacional de Trabajadores, fundada a iniciativa de Marx y Engels en Londres dos años antes, el 28 de septiembre de 1864, de cuyo Manifiesto Inaugural fue encargado el propio Marx, quien terminó de escribirlo el 27 de octubre de ese mismo año.
 
Camaradas obreros:
En el programa inaugural de nuestra Asociación hemos declarado: “No ha sido la prudencia de las clases dominantes, sino la heroica resistencia de la clase obrera de Inglaterra a la criminal locura de aquéllas la que ha evitado a la Europa Occidental el verse precipitada a una cruzada infame para perpetuar y propagar la esclavitud allende el océano Atlántico”. Ahora ha llegado el turno de ustedes de impedir una guerra, en consecuencia de la cual el creciente movimiento obrero de ambos lados del Atlántico volvería por un período indeterminado a niveles ya superados.
Seguramente huelga decirles que existen potencias europeas ansiosas por arrastrar a los Estados Unidos a la guerra contra Inglaterra. Un simple vistazo a los datos de la estadística comercial nos muestra que la exportación rusa de materias primas –y Rusia no tiene otra cosa que exportar– se había replegado rápidamente ante la competencia norteamericana hasta que la guerra civil no cambió bruscamente la situación. Transformar los arados americanos en espadas significaría precisamente ahora salvar de la inminente bancarrota a esta despótica potencia, a la que vuestros sabios estadistas republicanos han elegido como consejero confidencial. No obstante, independientemente de los intereses particulares de uno u otro Gobierno, ¿acaso no responde a los intereses comunes de nuestros opresores el convertir nuestra colaboración internacional, cada vez más poderosa, en una guerra intestina?
En el mensaje de saludo al Sr. Lincoln con motivo de su reelección a la presidencia hemos expresado nuestro convencimiento de que la guerra civil de América tendría una significación tan grande para el progreso de la clase obrera como la que tuvo para el progreso de la burguesía la guerra de la Independencia americana. En efecto, el final victorioso de la guerra contra el esclavismo ha inaugurado una nueva época en la historia de la clase obrera. Precisamente en ese período surge en los Estados Unidos el movimiento obrero independiente, al que miran con odio los viejos partidos de su país y sus politicastros profesionales. Para que llegue a fructificar, el movimiento requiere años de paz. Para destruirlo, se necesita una guerra entre los Estados Unidos e Inglaterra.
El resultado palpable directo de la guerra civil ha sido, como es natural, el empeoramiento de la situación del obrero americano. En los Estados Unidos, lo mismo que en Europa, el monstruoso vampiro de la deuda nacional, que se pasa de unos hombros a otros, se ha descargado finalmente sobre los de la clase obrera. Los precios de los artículos de primera necesidad –dice un estadista de su país– subieron desde 1860 en el 78%, mientras que los salarios de los obreros no calificados subieron nada más que en el 50%, y de los calificados, en el 60%.
“El pauperismo” –se queja el estadista– “crece ahora en América con más rapidez que la población”.
Además, sobre el fondo de los sufrimientos de la clase obrera resalta aún más el ostentoso lujo de la aristocracia financiera, la “aristocracia de arrivistas” y otros parásitos engendrados por la guerra. Sin embargo, con todo y con eso, la guerra civil ha tenido un resultado positivo: la liberación de los esclavos y el impulso moral que ha dado a vuestro propio movimiento de clase. Los resultados de una nueva guerra, que no se vería justificada ni por la nobleza de los objetivos ni por la magnitud de la necesidad social, de una guerra en el espíritu del mundo antiguo, no serían las cadenas rotas del cautivo, sino unas cadenas nuevas para el obrero libre. El inevitable crecimiento de la miseria brindaría en seguida a los capitalistas de vuestro país, con la ayuda de la fría espada del ejército permanente, el pretexto y los medios para distraer a la clase obrera de sus audaces y justas aspiraciones.
Esta es la razón de que precisamente sobre vosotros recaiga el glorioso deber de probar al mundo que, al fin y al cabo, la clase obrera no sale ya al escenario de la historia como un ejecutor dócil, sino como fuerza independiente, consciente de su propia responsabilidad y capaz de imponer la paz allí donde sus pretendidos amos vocean acerca de la guerra. n
Londres, 12 de mayo de 1869.