El 30 de agosto falleció, a los 91 años, el último presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética, Mijaíl Gorbachov. A partir de su fallecimiento, las usinas de la burguesía imperialista y los revisionistas de todo el mundo volvieron a meter un balance mentiroso sobre lo que pasaba en la URSS en los años en que Gorbachov fue su máximo dirigente, y secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, entre 1985 y 1991.
Se nombra a Gorbachov como el “padre” de la perestroika, palabra rusa que significa reestructuración, y de la glásnost (traducida como apertura o transparencia), medidas que supuestamente cambiaron radicalmente la economía y la sociedad de una URSS que muchos seguían considerando una sociedad socialista.
Los comunistas revolucionarios, los maoístas, hemos planteado muchas veces que para el momento que Gorbachov asume la presidencia, hacía ya muchos años que la URSS no era socialista. Dolorosamente, los comunistas fuimos derrotados, la clase obrera dejó de tener el poder, y la URSS se transformó, desde mediados de la década de 1950, en un país en el que se restauró el capitalismo, y que en un proceso se transformó en una gran potencia “socialimperialista”, como la nombró Mao para diferenciarla de los imperialismos tradicionales como Estados Unidos, Inglaterra o Alemania, por ejemplo.
Nuestro PCR tiene entre sus filas al camarada Carlos Echagüe, miembro de su Comité Central, quien es uno de los principales estudiosos del mundo de lo que pasó en la URSS, desde el punto de vista del marxismo-leninismo-maoísmo.
Echagüe escribió a lo largo de varios años una obra en tres tomos: Revolución, restauración y crisis en la URSS, imprescindible para conocer la realidad del proceso desde la gloriosa Revolución de Octubre de 1917 hasta la disolución de la URSS y la restauración de la Rusia imperialista.
En el tomo 3 de esta monumental obra, “Del socialimperialismo al imperialismo, de Jruschiov a Putin”, Echagüe describe la situación al momento de asumir Gorbachov: “A principios de los años ’80, en su momento de mayor expansionismo imperialista, la URSS estaba corroída por la crisis económica, un feroz conservadurismo, la corrupción, la militarización y una profunda crisis ideológica”.
Gorbachov, que irrumpió en la escena de la URSS con aires de “renovación”, “representaba –dice Echagüe- la generación de dignatarios que se formó y ascendió no antes sino después del XX Congreso y la restauración capitalista. No intervino en la guerra antifascista y su experiencia como dirigente a nivel nacional se desarrolló cuando ya la URSS había degenerado en superpotencia socialimperialista, la cual contaba con una maquinaria bélica sin precedentes en tiempos de paz, y estaba en expansión y a la ofensiva”.
En el comienzo de su mandato, en 1986, el mismo Gorbachov explicó sus objetivos de “renovar nuestra casa natal” con sus políticas de “glásnost” y “perestroika”, que, dice Echagüe, “eran indicios de que la clase dominante se hallaba ante una encrucijada e intentaba cambios para afrontarla, en función de los objetivos irrenunciables de dominación mundial, inherentes a su naturaleza social”.
Recordemos que por esos años, el socialimperialismo ruso, además de estar en medio de una crisis económica, se empantanaba en Afganistán, país al que había invadido en 1979 y del que se tuvo que retirar en 1989, derrotado por la resistencia de los mujaidines afganos.
Gorbachov, al momento de su surgimiento, fue alabado por algunos de los principales jerarcas de las potencias imperialistas, como la pirata Thatcher que se declaró “fascinada” por él. También despertó encendidos elogios por parte de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, quien lo tomó como “ejemplo” para “actualizar” al peronismo. No se quedó atrás en las alabanzas quien era por esos años secretario general del PC de la Argentina, Athos Fava.
A la muerte de Gorbachov, quien recibió el Premio Nóbel de la Paz en 1990 por su aporte “en el proceso de paz que caracteriza actualmente la situación de la comunidad internacional”, como dijo hipócritamente el Comité noruego en ese momento, varios jerarcas imperialistas lo exaltaron. Así lo hizo Macron de Francia, el actual canciller alemán Scholz y el propio presidente yanqui Biden. Putin, en cambio, realizó una declaración más formal que revela su viejo enfrentamiento con Gorbachov.
El sinceramiento del capitalismo
Gorbachov intentó, con la perestroika, revertir la profunda crisis económica que existía en la URSS, a la vez que ir a una modernización tecnológica necesaria para competir contra la otra superpotencia, EEUU, y asegurar ganancias a la clase dominante soviética, una burguesía burocrática de nuevo tipo, “sin permitir una acumulación abierta y legal de capital privado”. Esto agudizó el enfrentamiento con otro sector de esa clase dominante, favorable al crecimiento del sector privado en la economía.
Con la glásnost se permitió cierta libertad de expresión, pero no para volver a la soviets, como explica Echagüe, sino para ir al parlamentarismo burgués.
Las medidas gorbachovianas no lograron revertir la crisis económica, y produjeron grandes conmociones entre las repúblicas soviéticas y Rusia, cada vez más preponderante. Lo mismo pasó con los países del Este europeo. Una manifestación de esto fue la rebelión en Alemania Oriental que llevó a la caída del Muro de Berlín a fines de 1989.
Dice Echagüe: “La restauración capitalista había engendrado una gravísima crisis que no podía resolverse sólo con el sinceramiento del sistema realmente existente. Requería, como toda crisis económica capitalista, una gran destrucción de fuerzas productivas. Finalmente la salida capitalista a la crisis se hizo a costa de los trabajadores y significó para Rusia una ruina de la economía mayor que la causada por la Segunda Guerra Mundial.
“Con la crisis emergió la contradicción principal de esa sociedad socialista de palabra y capitalista de hecho: la contradicción entre la producción social y la apropiación por una reducida minoría, la burguesía burocrática monopolista.
“La crisis ideológica que se venía incubando desde mucho antes emergió con fuerza desde principios de los años 80. La mayoría del pueblo ya no creía más en la doctrina oficial presentada como “marxista-leninista”. Estaba asqueada de la mentira sistemática y del cinismo de una dirigencia corrupta hasta la médula de los huesos, que cubría con el manto del “socialismo desarrollado” o “socialismo real” un régimen de explotación de los trabajadores y de represión fascista. Un régimen donde se militarizaba todo. Y en el cual una minoría se enriquecía usurpando la “propiedad de todo el pueblo” e incrementando la “economía paralela”.
Todo esto, en un proceso llevó, a comienzos de la década del 90, al fortalecimiento en Rusia del sector encabezado por Boris Yeltsin, presidente ruso electo por voto directo en 1991, quien tras turbulentos golpes y contragolpes de Estado fue poniendo en manos de Rusia los poderes claves de la URSS, como los ministerios de Defensa, del Interior y el KGB.
Gorbachov renunció en agosto de 1991, y en pocos meses, la mayoría de las repúblicas soviéticas resolvieron separarse de la URSS y su independencia. Así, en diciembre de 1991 colapsó la URSS.
A modo de reflexión, dice Echagüe en el tomo tres de su obra antes citada: “Nadie previó que podía producirse el derrumbe de la Unión Soviética en la forma en que sucedió ni la inminencia de semejante caída. A los maoístas, aunque nos sorprendió cómo se desplomó la URSS no nos tomó desprevenidos en cuanto a las cuestiones de fondo. Mao Tsetung, en plena ofensiva del socialimperialismo, señaló en 1974 que su fuerza real estaba por debajo de su voracidad, y en 1975 que en la ofensiva en que se encontraba entrañaba la derrota. No cayó el socialismo en 1991. Cayó la máscara socialista que habían seguido utilizando los representantes de la burguesía de nuevo tipo, que en 1957 habían tomado el poder desde adentro del partido y del Estado. En 1991 lo que colapsó fue la URSS y Rusia perdió su condición de superpotencia. A la vez, se completó el sinceramiento del capitalismo realmente existente en lo económico, lo político, lo ideológico y en lo jurídico. El socialimperialismo “soviético” se convirtió lisa y llanamente en imperialismo ruso”.
Escribe Germán Vidal
Hoy N° 1929 07/09/2022