Estamos en tiempos de hablar y denunciarlas al interior de nuestras comunidades y organizaciones. Padecemos violaciones, abusos sexuales, violencia física, psicológica, y económica. También somos víctimas de femicidios y suicidios. Nuestras mujeres también mueren en los territorios por abortos clandestinos.
Son en la mayoría de los casos nuestros propios varones los que nos violentan. Los que nos hacen abandonar la comunidad o nos expulsan cuando son ellos los responsables.
Tenemos derechos que nos amparan como mujeres indígenas, necesitamos que se reconozcan, que se apliquen, que se difundan y tengamos acceso a esa información para el cumplimiento efectivo de estos derechos.
Necesitamos poder denunciar y que se nos escuche. Carecemos de instancias específicas para hacerlo. Además de la ausencia de comisarías de la mujer o delegaciones municipales dedicadas a género que nos afecta a todas, están aún más lejos de incorporar la perspectiva y cosmovisión de las mujeres originarias.
Algunas pudimos decir basta a que nos violenten, las que nos organizamos y entendemos que nuestras voces se puedan escuchar. Nos estamos acompañando y fortaleciendo con nuestra propia organización como mujeres.
También es vital generar alianzas con otras organizaciones. Algunas lo hacemos con los feminismos, debemos seguir fortaleciendo esos vínculos. También decimos que seguimos siendo excluidas incluso de los espacios que se suponen también nuestros: otras mujeres siguen hablando por nosotras.
Necesitamos seguir generándonos espacios de reunión y talleres que favorezcan el intercambio y el diálogo. No queremos quedarnos en la victimización.
La maternidad adolescente o joven es una realidad para nuestros pueblos. Por carecer de información y de la transmisión de cómo cuidarse. Necesitamos romper el tabú de la sexualidad, hablar también de eso.
La maternidad joven y peor aún, infantil, repercute en la identidad propia y en la de nuestros niños. Debemos dejar de romantizar la maternidad. Los hombres deben hacerse cargo también.
Las mujeres originarias necesitamos acceso a la salud, tener herramientas. Los centros de salud están lejos, estamos aisladas. Hay pocos agentes sanitarios en los territorios, hay ausencia de intérpretes bilingües.
Las mujeres originarias nos ocupamos de múltiples trabajos. Trabajamos en la siembra y cosecha. En la producción de alimentos, en la crianza de animales. Hacemos artesanías, estamos empleadas en distintos sectores, estamos precarizadas y empobrecidas. Nos sacrificamos para que nuestros hijos estudien, que tengan un mejor pasar y futuro que nosotras.
Nos encontramos sobrecargadas de trabajo no pago. Priorizamos el cuidado de otros y muchas veces nos descuidamos a nosotras mismas.
La dependencia y control económico por parte de los hombres también imposibilita la autonomía de las mujeres. En muchos casos, las autoridades de las comunidades impiden que las mujeres se organicen y conduzcan emprendimientos económicos propios. Muchas veces el dinero que ingresa a través de programas y aportes del Estado y otros organismos lo administran y deciden sólo los hombres.
Es fundamental que se promuevan desde el Estado y otros organismos proyectos de desarrollo económico para mujeres originarias. Exigimos el derecho a la conectividad.
Estamos abocadas, ocupadas y preocupadas por la recuperación de múltiples saberes: arte, tejido. En la revitalización de la lengua.
También estamos trabajando y renovando las formas de educación y crianza para evitar reproducir estereotipos y mandatos de género que sostienen formas violentas. Y estamos promoviendo la educación intercultural y una verdadera incorporación en el sistema de educación estatal.
Muchas mujeres originarias no tenemos acceso a la tierra ni a un territorio comunitario.
En muchos casos no tenemos agua. “La mujer indígena es territorio”, por eso, la defensa del territorio y de todo lo que contiene es vital y fundamental para la proyección de la vida, para el cultivo tradicional y el resguardo de las semillas. Para fortalecer el sistema de salud ancestral.
Sin territorio no es posible el conocimiento ancestral, la recuperación territorial es un derecho, así como la defensa de los distintos espacios territoriales y comunitarios sagrados como cementerios y espacios ceremoniales.
Por último, tenemos referentas históricas, símbolos de lucha y de nuestra existencia como mujeres originarias. Pero los lugares de dirigencia y autoridad de nuestras organizaciones y espacios siguen siendo ocupados por varones. Muy pocas mujeres tenemos roles políticos dentro de las comunidades. Esto, porque en muchos casos los varones lo impiden y porque las mujeres nos encontramos sobrecargadas de trabajos de cuidado
Queremos participar activamente en los procesos de decisión. Los estatutos comunitarios y de las organizaciones deben también contener nuestros derechos específicos como mujeres.
Por todo esto, afirmamos y seguimos acordando que nosotras necesitamos espacios de mujeres. Seguiremos disputando y explicando por qué los necesitamos si hace falta, una y otra vez hasta que se deje de cuestionar.
Hoy N°1944 21/12/2022