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07 de diciembre de 2011


Ni historia oficial ni historia oficialista

Hoy 1398 / ¿Historia para qué?

En medio de los sacudones por la crisis mundial, de los tarifazos y del armado del nuevo gabinete la presidenta se hizo tiempo para crear, por decreto, un Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”. ¿Rulos? ¿Afición a la historia? No: “sintonía fina”.

En medio de los sacudones por la crisis mundial, de los tarifazos y del armado del nuevo gabinete la presidenta se hizo tiempo para crear, por decreto, un Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”. ¿Rulos? ¿Afición a la historia? No: “sintonía fina”.
El gobierno sabe que para perpetuarse en el poder necesita imponer su interpretación del pasado. Y es persistente, se aferra a la bandera “nacional y popular”, incluso si le diera el cuero, procuraría la antiimperialista (el decreto plantea la defensa “…del ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante”).
Las clases dominantes son conscientes de que, como el Estado, también la historia oficial fue golpeada y necesita ser recalibrada después de que se descosiera con el huracán del 2001.

 

¿Existe una historia oficial hoy?
Luis Alberto Romero, uno de los principales referentes de aquella historia oficial pos-dictadura (cascoteada por el Argentinazo) intentó hacer de su interpretación del pasado la versión excluyente. Y durante los ´80 y ´90 lo consiguió a través del monopolio de cátedras, becas y manuales. Maceró la idea de que su grupo (discípulos de Tulio Halperín Donghi) representaría “la profesionalización” en materia histórica. Pero su discurso basado en embellecer a la oligarquía y al ciclo agroexportador del primer centenario, así como en machacar la necesidad de separar pasado y presente, historia y política, como única forma de hacer “ciencia” fue cañoneado por las luchas populares que buscaron conocer las raíces de sus sufrimientos (por ejemplo la lucha estudiantil impuso en el 2004 una cátedra paralela de Historia Social General que dejó a Romero muy averiado).
Hoy Romero ensaya su previsible queja, ya que según él entre los 33 miembros del Instituto que crea el gobierno “hay muchos narradores de mitos y epopeyas, pero ningún historiador”. A su vez Hilda Sábato y otros de su palo afirman que el decreto implica: “un hecho grave que, sin duda, conspira contra el desarrollo científico y la circulación de diversas perspectivas historiográficas, a la vez que avanza hacia la imposición del pensamiento único, una verdadera historia oficial”. Éstos se acuerdan de la democracia cuando corre riesgo su hegemonía, mientras que el kirchnerismo quiere meter su “relato” histórico después de que el pueblo con su lucha hiciera el gasto que sirvió (de yapa) para lastimar a la historia oficial romerista.

 

Polaridad falsa
Bartolomé Mitre con su Historia de Belgrano (1858) es considerado el padre de la corriente liberal de nuestra historia. De esencia porteñista y oligárquica, para los liberales el “progreso” venía de Europa. Su legado ideológico, con numerosos cambios y variantes, puede rastrearse hasta hoy mismo (el romerismo sería tributario de esa tradición, aún renovándola). En reacción surgió el revisionismo histórico, (igualmente múltiple), que reivindicó a los caudillos federales (especialmente a Rosas al que debió congelar en la Vuelta de Obligado para transformarlo en defensor de nuestra soberanía) y a la vez criticó a los “héroes” del liberalismo (como Rivadavia). Los revisionistas tendieron a “olvidar” el carácter terrateniente del panteón que levantaron, así como pasaron por alto las condiciones internas que generaron la dependencia de nuestro país. Su nacionalismo de carácter oligárquico o, a lo sumo burgués, fue siempre anti-internacionalista (acusaron al comunismo de “ideología importada”). En síntesis: ambos representaron (y aún lo hacen) variantes ideológicas de las clases dominantes.
Pero el cómodo bipartidismo historiográfico fue roto por una corriente marxista que fue puliendo, al calor de la lucha y de la investigación, un conocimiento del pasado que intentó entender, relacionados y contradictorios, el problema nacional y el social de Argentina. Y esto no como una exigencia intelectual en abstracto sino como un insumo necesario para la lucha revolucionaria. Esta es la corriente a la que pertenecemos y que expresa más genuinamente los intereses nacionales-populares y, también, la que más se aproxima a la objetividad científica.

 

Terciar en la historia
Los “profesionalistas” (bien liberales o bien socialdemócratas) no salen de su asombro. Años predicando (más no practicando) el alejamiento olímpico de la arena política como fundamento de la “ciencia” para que ahora: “En nombre del pueblo, el Estado coloque, en el lugar de la historia enseñada e investigada en sus propias instituciones, a esta épica, modesta en sus fundamentos, pero adecuada para su discurso”. Es decir una historia que afirma explícitamente su carácter de auxiliar de un proyecto político. Los neo-revisionistas por su parte denuncian con su acción extra-universitaria sus dificultades para incidir en los principales centros de investigación y enseñanza de la historia (los temas y miradas de la historia que proponen “no han recibido el reconocimiento adecuado en un ámbito institucional de carácter académico, acorde con las rigurosas exigencias del saber científico” dice el decreto). Es una confesión implícita de la inexistencia de la libertad de cátedra y de condiciones democráticas en la Universidad pública, (condiciones que no pretenden remediar porque ambos sostienen la misma metodología).
Nosotros, desde el materialismo histórico, pensamos que así como la falsa historia presta servicios muy útiles a la política de las clases dominantes los explotados necesitamos de la verdad tanto como del pan o el techo. Ni relatos o “best sellers”, ni papers “respetables y acartonados”: la verdad sobre porqué “estamos como estamos”. Y esa no va a venir ni de los popes académicos universitarios ni de los del Instituto. Los historiadores somos los primeros que tenemos que recordar que la historia no circula sólo en los libros de historia, ni de “arriba-abajo”, de los especialistas al público. La historia circula por todo el cuerpo social, por ejemplo la historia de las luchas pasadas late en las actuales. La verdad viene de abajo.

 

Camino al 2016
La verdadera historia espera el triunfo de la clase obrera y del pueblo para ser escrita. En el camino tenemos que continuar con la crítica tanto de las falsedades de la jaqueada historia oficial como las de la historia oficialista. Y prepararnos para desplegar nuestra interpretación del rico pasado de nuestro pueblo de cara al cercano bicentenario de la independencia.