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15 de febrero de 2017

Del trabajo de Lenin titulado La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, publicamos aquí un breve extracto de su capítulo VIII, que fuera reproducido íntegramente en el número 178 de nuestros Cuadernos (Lenin: Los revolucionarios y los compromisos).

¿Ningún compromiso?

De un escrito de Lenin

 

 
 Naturalmente, los revolucionarios muy jóvenes e inexperimentados, así como los revolucionarios pequeñoburgueses aún de edad ya provecta y muy experimentados, consideran extraordinariamente “peligroso”, incomprensible, erróneo, el “autorizar los compromisos”. Y muchos sofistas (que son politicastros ultra o excesivamente “experimentados”) razonan del mismo modo que los jefes del oportunismo inglés mencionados por el camarada Lansbury: “Si los bolcheviques se permiten tal o cual compromiso, ¿por qué no hemos de permitirnos nosotros cualquier compromiso?” 
Pero los proletarios educados por huelgas múltiples (para no considerar más que esta manifestación de la lucha de clases) asimilan habitualmente de un modo admirable la profundísima verdad (filosófica, histórica, política, psicológica) enunciada por Engels. Todo proletario conoce huelgas, conoce “compromisos” con los opresores y explotadores odiados, después de los cuales, los obreros han tenido que volver al trabajo sin haber obtenido nada o contentándose con una satisfacción parcial de sus demandas.
Todo proletario, gracias al ambiente de lucha de masas y de acentuada agudización de los antagonismos de clase en que vive, observa la diferencia que hay entre un compromiso impuesto por condiciones objetivas (los huelguistas no tienen dinero en su caja, ni cuentan con apoyo alguno, padecen hambre, están agotados indeciblemente) –compromiso que en nada disminuye la abnegación revolucionaria ni el ardor para continuar la lucha de los obreros que lo han contraído– y por otro lado un compromiso de traidores que achacan a causas objetivas su vil egoísmo (¡los rompehuelgas también contraen “compromisos”!), su cobardía, su deseo de servir a los capitalistas, su falta de firmeza ante las amenazas, a veces ante las exhortaciones, a veces ante las limosnas o los halagos de los capitalistas (estos compromisos de traidores son numerosísimos, particularmente en la historia del movimiento obrero inglés por parte de los jefes de los sindicatos, pero, en una u otra forma, casi todos los obreros de todos los países han podido observar fenómenos análogos).
Evidentemente, se dan casos aislados extraordinariamente difíciles y complejos, en que sólo mediante los más grandes esfuerzos cabe determinar exactamente el verdadero carácter de tal o cual “compromiso”, del mismo modo que hay casos de homicidio en que no es fácil decidir si éste era absolutamente justo, e incluso obligatorio (como, por ejemplo, en caso de legítima defensa) o bien efecto de un descuido imperdonable o incluso el resultado de un plan perverso.
Es indudable que en política, donde se trata a veces de relaciones nacionales e internacionales muy complejas entre las clases y los partidos, se hallarán numerosos casos mucho más difíciles que la cuestión de saber si un “compromiso” contraído con ocasión de una huelga es legítimo, o si es más bien la obra traidora de un rompehuelgas, de un jefe traidor, etc.
Preparar una receta o una regla general (¡“ningún compromiso”!) para todos los casos, es absurdo. Es preciso contar con la propia cabeza para saber orientarse en cada caso particular. La importancia de poseer una organización de partido y jefes dignos de este nombre, consiste precisamente, entre otras cosas, en llegar por medio de un trabajo prolongado, tenaz, múltiple y variado, de todos los representantes de la clase capaces de pensar1, a elaborar los conocimientos necesarios, la experiencia necesaria y además de los conocimientos y la experiencia, el sentido político preciso para resolver pronto y bien las cuestiones políticas complejas. 
Las gentes ingenuas y totalmente faltas de experiencia se figuran que basta admitir los compromisos en general, para que desaparezca todo límite entre el oportunismo, contra el que sostenemos y debemos sostener una lucha intransigente, y el marxismo revolucionario o comunismo. Pero esas gentes si todavía no saben que todos los límites, en la naturaleza y en la sociedad, son variables y hasta cierto punto convencionales, no tienen cura posible, como no sea mediante un estudio prolongado, la educación, la ilustración y la experiencia política y práctica.
En las cuestiones de política práctica que surgen en cada momento particular o específico de la historia, es importante saber distinguir aquellas en que se manifiestan los compromisos de la especie más inadmisible, los compromisos de traición, que encarnan un oportunismo funesto para la clase revolucionaria, y consagrar todos los esfuerzos a descubrir su sentido y a luchar contra ellos. Durante la guerra imperialista de 1914-1918 entre dos grupos de países igualmente bandidescos y voraces, el principal y fundamental de los oportunismos ha sido el que adoptó la forma de socialchovinismo, esto es, el apoyo de la “defensa de la patria”, lo que equivalía de hecho, en aquella guerra, a la defensa de los intereses de rapiña de la burguesía del “propio” país; después de la guerra, la defensa de la sociedad de bandidos llamada “Sociedad de Naciones”; defensa de las alianzas francas o indirectas con la burguesía del propio país, contra el proletariado revolucionario y el movimiento “soviético”; defensa de la democracia y del parlamentarismo burgueses contra el “Poder de los Soviets”. Estas fueron las manifestaciones principales de estos compromisos inadmisibles y traidores que, en último resultado, han terminado en un oportunismo funesto para el proletariado revolucionario y para su causa. 
 
1 Toda clase, aun en el país más culto, aun la más adelantada, aunque las circunstancias del momento hayan suscitado en ella un florecimiento excepcional de todas las fuerzas de espíritu, cuenta y contará, inevitablemente, mientras las clases subsistan y la sociedad sin clases no esté completamente afianzada, consolidada y desarrollada sobre sus propios fundamentos, con representantes de clase que no piensan y que son incapaces de pensar. El capitalismo no sería el capitalismo opresor de las masas, si no ocurriese así.