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14 de julio de 2021

Otto Vargas

Ninguna revolución triunfó sin un partido de vanguardia

Reproducimos extractos de un reportaje al querido camarada Otto Vargas, secretario general del Partido Comunista Revolucionario hasta su fallecimiento el 14 de febrero de 2019, a los 38 años de la fundación del PCR.

-En el último período han resurgido variantes reformistas que alientan la posibilidad de acumular espacios de poder dentro del Estado y que consideran perimida la necesidad de la revolución. ¿Qué consecuencias traen estas ideas en el actual auge de luchas?

Otto Vargas: Este es un debate que está planteado en el movimiento obrero y revolucionario mundial desde el 20 congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en febrero de 1956, cuando fue legalizada como línea central de los partidos comunistas revisionistas del marxismo, la tesis del paso pacífico al socialismo y la posibilidad de realizar la revolución, a partir de llegar al gobierno por la vía pacífica, en cualquier país capitalista del mundo.

Esta tesis entonces aparecía con ciertos visos de seriedad, porque en la tercera parte de la tierra había regímenes de dictadura del proletariado. Era una tesis que aparecía como muy seductora, porque abría la posibilidad de realizar la revolución sin derramamiento de sangre, sin violencia.

A poco andar se demostró que era totalmente falsa. Los partidos comunistas que adhirieron a ella degeneraron. Todos terminaron rechazando la dictadura del proletariado. Todos rechazaron poco a poco el marxismo-leninismo como su base teórica: y el capitalismo se restauró, primero en la Unión Soviética y en los países del Este europeo, y posteriormente, luego de la muerte de Mao Tsetung, en 1978, en China.

La revolución no sólo no avanzó con esa tesis, sino que retrocedió en forma catastrófica. Por eso se puede hablar, con relación a este hecho, del acontecimiento más dramático del siglo XX, que fue la derrota de la revolución allí donde ésta había triunfado.

Al haber sido derrotado el movimiento obrero y comunista internacional, al haberse restaurado el capitalismo en los países que hicieron la revolución, la tesis de ir al socialismo por una vía evolutiva, ganando “espacios de poder” dentro del Estado enemigo, es todavía mucho más grave. Es directamente una tesis basada en el escepticismo revolucionario. Sus defensores plantean que hoy la revolución es imposible. Antes planteaban la vía pacífica, o el camino parlamentario, como una forma de aproximación a la revolución.

Hoy directamente plantean, por ejemplo Heinz Dieterich u otros, que la revolución no es posible, sino que sólo es posible ir avanzando lentamente por un camino de reformas que, en un proceso, pueden llevar a transformaciones que resulten beneficiosas para los trabajadores y la humanidad.

A la hora de la verdad, ¿en qué se concretan esas “transformaciones”? en miniemprendimentos, en cooperativas, comedores populares, que aunque resuelvan urgencias populares, en definitiva les permiten a las clases dominantes ir enfrentando la crisis.

Estas tesis hoy son más perniciosas que en 1956. El ejemplo está en lo que sucede en América Latina, donde una oleada de luchas muy grande ha permitido instalar gobiernos antiyanquis en gran parte de América del Sur. Ninguno de los planteos reformistas, no ya revolucionarios –del PT en Brasil, del Frente Amplio en Uruguay, o de las fuerzas que ahora apoyan a Kirchner en la Argentina –como la entrega de tierras a las masas campesinas o “no pagar la deuda externa con el hambre del pueblo”–, han podido realizarse por ese camino reformista.

Esa teoría de “los espacios de poder” es una tesis programática del Partido Comunista argentino, y también del Farabundo Martí de El Salvador, el Frente Sandinista de Nicaragua y otros. Es una teoría que considera que a partir de ganar municipalidades y realizar reformas, como por ejemplo las que ha realizado en algunos municipios de El Salvador el Farabundo Martí, se puede llegar a avanzar hacia la revolución conquistando espacios de poder. Bordean el ridículo, porque las tesis municipalistas que sostuvo en el PC argentino, allá por 1928,  Penelón, resultan un catálogo ultra revolucionario al lado de estas teorías.

Es ridículo pensar que con el peso que tiene el poder del Estado en nuestros países –un Estado que en la mayoría de ellos tiene casi dos siglos de existencia– con el poder de los terratenientes, de la burguesía intermediaria y las fuerzas que responden al imperialismo, va a caer porque se construya una escuela en algún municipio, y así se conquiste “un espacio de poder” como he leído que propagandiza el Farabundo Martí. Es un absurdo contrarrevolucionario.

 

–Desde distintas posiciones, fuerzas sindicalistas revolucionarias, o anarquistas, cuestionan la necesidad de un partido marxista leninista para el triunfo de la revolución. ¿Qué puntos de coincidencia y cuáles son los debates fundamentales con estas corrientes?

Otto Vargas: El debate es tan viejo como la historia del movimiento obrero, porque surge con la polémica entre anarquistas y comunistas, o socialistas. El punto en común entre los comunistas y los que tienen esta teoría está en que los comunistas luchamos por la desaparición del Estado, y nuestro objetivo final es la desaparición del Estado. Somos partidarios de la dictadura del proletariado como el único instrumento que puede posibilitar, en un proceso, la desaparición del Estado. Como se dice vulgarmente, se amasa el pan con la harina que se tiene. Y la sociedad futura, la sociedad socialista, la sociedad comunista, tiene que ser construida por los hombres que viven actualmente en esta sociedad. Con las condiciones, por ejemplo, que viven en la Argentina: la miseria, el analfabetismo, la pobreza; en muchos casos en la degradación más extrema. Esos son los que tienen que tomar la sartén por el mango y realizar la revolución.

Por lo tanto, pensar que es posible pasar de la sociedad capitalista a una sociedad igualitaria, comunista, sin una etapa de transición, es un absurdo. La práctica histórica ha demostrado que en esa etapa de transición siguen subsistiendo las clases, subsiste la lucha de clases, la lucha por el poder con la burguesía derrotada y los elementos de formación de nuevas clases explotadoras que surgen del propio desarrollo social que se instaura, por cuanto la vida ha demostrado que los privilegios políticos se pueden transformar, en un proceso, en privilegios económicos, como pasó en la Unión Soviética, y otros países socialistas.

Es erróneo pensar que es posible pasar de una sociedad capitalista actual a una sociedad sin Estado, de plena igualdad, sin un Estado intermedio, que ejerza la coerción sobre las clases derrotadas, y posibilite la educación de los hasta ayer explotados. Esa transición exige la dictadura del proletariado y un partido de vanguardia.

La teoría del partido de vanguardia surge de un balance de la experiencia histórica. No hubo nunca, en la historia de la humanidad, ninguna revolución que se haya podido concretar sin un partido de vanguardia. Fue así en la Revolución de Mayo, donde hubo un partido de vanguardia, e incluso en todas las revoluciones que hubo en el mundo. Hablamos de la Revolución Rusa, la China, y la Revolución Cubana misma, sobre la que se discute mucho si hubo o no un partido de vanguardia, pero claro que existió, sobre la base de quienes dirigían la lucha armada en Sierra Maestra.

Ninguna revolución triunfó sin un partido de vanguardia, y precisamente allí donde la revolución fue derrotada, como en 1919 en Alemania, en la toma de fábricas en Italia luego de la primera guerra, o en 1919 en Hungría para tomar los casos más conocidos, eso pasó porque, pese a la existencia de un movimiento revolucionario de masas no había un partido de vanguardia capaz de orientar a esas masas al triunfo de la revolución.

 

Hoy N° 1872 14/07/2021